PROMETEICA - Revista de Filosofia y Ciencias. 2025, v. 32


Artículos


https://doi.org/10.34024/prometeica.2025.32.19998

 

 

CRÍTICA A LA SOCIEDAD DESDE EL VITALISMO
CRITICISM OF SOCIETY FROM VITALISM
CRÍTICA À SOCIEDADE DO VITALISMO


Miguel Angel Torres López
(Universidad Mariana, Colombia)
mexicofregon@gmail.com

Recibido: 24/01/2025

Aprobado: 02/06/2025

 

 

 


RESUMO


Escrito que tem como objetivo analisar como o vitalismo, entendido como um movimento filosófico que enfatiza a importância da vida e da experiência subjetiva, historicamente serviu como crítica a diversos conceitos e estruturas sociais que distanciam o ser humano de sua vitalidade esencia. Mostra como essa abordagem, em diferentes momentos, questionou o mecanicismo, o racionalismo, o capitalismo, a modernidade e as instituições sociais, propondo uma visão centrada na vida, na individualidade e na experiência. O método utilizado foi de cunho histórico-filosófico e hermenêutico, recorrendo a fontes clássicas e contemporâneas, onde são examinados debates e confrontos entre o vitalismo e outras correntes, evidenciando o contraste entre explicações mecanicistas e vitalistas dos fenômenos naturais e sociais. Dentre os resultados, identifica-se que o vitalismo permitiu uma crítica profunda aos sistemas que privilegiam a razão, a objetividade e a linearidade; destacando, em vez disso, a importância da subjetividade, da incerteza e da vitalidade. Além de sua influência na filosofia, ciência, sociologia, literatura e outras áreas; conclui-se que o vitalismo continua relevante para compreender e questionar as dinâmicas sociais atuais, especialmente aquelas que subordinam a vida à lógica do consumo, da produção e do controle institucional, razão pela qual se propõe recuperar a perspectiva vitalista para centrar o passado, o presente e o futuro na própria vida, promovendo a reflexão sobre o ser e seu meio.


Palavras-chave: vitalismo funcional. vitalismo substancial. vitalismo francês. vitalismo alemão. vitalismo latino-americano.


ABSTRACT


This essay aims to analyze how vitalism, understood as a philosophical movement that emphasizes the importance of life and subjective experience, has historically served as a critique of various social concepts and structures that distance human beings from their essential vitality. It shows how this approach has, at different times, questioned mechanism, rationalism, capitalism, modernity, and social institutions, proposing a vision centered on life, individuality, and experience. The method used was of a historical-philosophical and hermeneutical nature, resorting to classical and contemporary sources, where debates and

confrontations between vitalism and other currents are examined, highlighting the contrast between mechanistic and vitalistic explanations of natural and social phenomena. Among the results, it is identified that vitalism has allowed a profound critique of systems that privilege reason, objectivity, and linearity; highlighting instead the importance of subjectivity, uncertainty, and vitality. In addition to its influence on philosophy, science, sociology, literature and other areas; it is concluded that vitalism remains relevant to understand and question current social dynamics, especially those that subordinate life to the logic of consumption, production and institutional control, which is why it is proposed to recover the vitalist perspective to focus the past, present and future on life itself, promoting reflection on the being and its environment.


Keywords: functional vitalism. substantial vitalism. French vitalism. German vitalism. Latin American vitalism.


RESUMEN


Escrito cuyo horizonte es analizar cómo el vitalismo, entendido como una corriente filosófica que resalta la importancia de la vida y la experiencia subjetiva, ha servido históricamente como crítica a diferentes concepciones y estructuras sociales que alejan al ser humano de su vitalidad esencial. Se muestra cómo este enfoque ha cuestionado, en distintos momentos, al mecanicismo, el racionalismo, el capitalismo, la modernidad y a las instituciones sociales, proponiendo una visión centrada en la vida, la individualidad y la experiencia. El método utilizado fue de carácter histórico-filosófico y hermenéutico, se recurrió a fuentes clásicas y contemporáneas, donde se examinan debates y confrontaciones entre el vitalismo y otras corrientes, destacando el contraste entre explicaciones mecanicistas y vitalistas sobre los fenómenos naturales y sociales. Entre los resultados, se identifica que el vitalismo ha permitido una crítica profunda a los sistemas que privilegian la razón, la objetividad y la linealidad; resaltando en cambio, la importancia de la subjetividad, la incertidumbre y la vitalidad. Además de su influencia en la filosofía, la ciencia, la sociología, la literatura y otras áreas; se concluye que, el vitalismo sigue siendo relevante para comprender y cuestionar las dinámicas sociales actuales, especialmente aquellas que subordinan la vida a la lógica del consumo, la producción y el control institucional, por lo cual se propone recuperar la perspectiva vitalista para centrar el pasado, presente y futuro en la vida misma, promoviendo la reflexión sobre el ser y su entorno.


Palabras clave: vitalismo funcional. vitalismo sustancial. vitalismo francés. vitalismo alemán. vitalismo latinoamericano.


Introducción


El vitalismo surge cuando las respuestas positivistas o analíticas no satisfacen el entendimiento de los sucesos, “la credibilidad de las explicaciones vitalistas alcanzó su punto máximo durante el período anterior a los años formativos de la ciencia moderna principalmente, como una alternativa a las explicaciones estrictamente mecanicistas de los seres vivos” (Wilson, 2013, p. 512). En la actualidad, siguen surtiendo efecto las explicaciones vitalistas, no sólo desde el aspecto biológico, químico o fisiológico, sino también en las cuestiones espirituales (Wilson, 2013), sociales, artísticas, morales (Bastian, et al, 2015), en negocios o emprendimiento (Phelps, 2012; Rincón, 2017) y cultura general (Normandin y Wolfe, 2013).


El vitalismo, al abordar los aspectos vitales del individuo, nos lleva a decir que, además de aportaciones a las ciencias naturales, “integra diferentes corrientes de pensamiento en la filosofía, la historia, la sociología y la literatura” (Muñóz, 2010, p. 271); es por eso que, se puede movilizar desde cuestiones culturales, sociales y ontológicas, hasta naturales y ecológicas.

Dependiendo del momento coyuntural, han surgido detonantes de crítica por parte del vitalismo, al considéralos como concepciones que alejan al Ser de lo vital; por tal razón, la pretensión de este documento es analizar el vitalismo como una corriente filosófica que, a lo largo del tiempo ha cuestionado los paradigmas sociales, científicos y económicos que subordinan la vida y la individualidad a los sistemas racionales, mecanicistas o capitalistas.


Precisa advertir que, una corriente que fue contraste con la tradición vitalista fue el racionalismo, al determinar a la razón como la principal vía para acceder a la verdad, donde descarta a la vida en sí misma por su relatividad. En este tenor, la razón es resultado de la vida, por lo cual, el desenvolvimiento de la propia razón está sujeta a la vida (Ezcurdia, 2010; Muñóz, 2010): en relación con esto, esta corriente al sostener por encima de la experiencia a la razón como fuente de conocimientos, fue detonante de discusión con el vitalismo.


En otras conceptualizaciones, el empirismo y el racionalismo como pretendieron establecer la verdad con exactitud a través de sus procesos epistemológicos, desdeñando la individualidad, variabilidad, incertidumbre y vitalidad de las personas para fortalecer las explicaciones y disponiendo como única verdad lo objetivo y la razón, fueron otras cogniciones para entrar en discordancia con el vitalismo; estableciéndose así, como una de las principales cuestiones que se seguirán abordando: ¿Cuáles han sido los principales detonantes históricos y filosóficos de la crítica vitalista?


Aunado a esto, es conveniente considerar que el vitalismo se ha manifestado en distintas disciplinas y momentos históricos; por ejemplo, fue fuerza opositora de las ciencias en la modernidad, donde cobró protagonismo lo subjetivo, lo individual, lo existencial y lo experiencial. Iniciando así, la crítica hacia los enfoques epistemológicos positivistas y avanzando hacia una hermenéutica y fenomenología; en razón de que, al comprender los itinerarios del ser humano y brindar importancia a la interpretación de la realidad con base en la experiencia social e individual, se dispone el cambio, movimiento, incertidumbre, individualidad, complejidad y vitalidad como fuente distinta para develar la verdad donde se retoman los “otros” saberes.


La modernidad, influida por los empiristas, es otro sistema que despertó la crítica al fundamentar la ciencia en la escrupulosidad y la linealidad de los procesos, con base en pasos objetivos y estandarizados por la física matemática, los cuales se apoyaron posteriormente en la experimentación y validación por la experiencia. Esa exactitud y eficiencia fueron llevadas por la modernidad a la empresa, produciendo un ascenso técnico y volumen de producción, estableciendo como eje la necesidad de progreso material y tecnológico, y provocando que el trabajo invadiera la esfera de lo público; de tal manera que, el individuo se hallaba entre dos polos: el trabajo y el consumo. Así, el trabajador “la mitad de tiempo lo ocupa en producir el dinero que gastará en la otra mitad” (Pérez y Gutiérrez, 2019, p. 177-178).


Posteriormente, los avances en ciencia y tecnología se aplican en la revolución industrial para mejorar la producción, se intensifica la explotación de los individuos, se fomenta una relación industria–Estado buscando beneficios particulares y prescindiendo de las necesidades poblacionales (Acemoglu, D. y Robinson J. A., 2012), este fundamento mecánico, lineal y corporativista del modernismo, produce una discrepancia activa con pensamiento vitalista, la cual refiere ejercicio, acción, vivencia, intervención y resistencia ante los movimientos que desvitalizan al Ser.


Pasando de la era industrial a la de la información, se genera una división social mundial del trabajo, unos países se conciben como desarrolladores de servicios e inversores de capital, mientras que otros son los productores primarios o los prestadores de mano de obra para las industrias de los países inversores; de este modo, surge la especulación, privatización, personas morales, especificación de clases sociales, libre mercado, ley de la oferta y demanda, en otras palabras, se da por sentado el capitalismo.


En este marco, el sistema financiero se convierte en dueño de los medios de producción e influye en la elaboración de políticas; concluyendo así, en un panorama social regido por el sistema empresarial y de esta forma se presenta otro tipo de sujeción que le impide a la vida ser libre y disfrutar de su propia

vitalidad. En este sistema se incentiva el consumo y una nueva colonialidad financiera que atraviesa a la sociedad, mediante una permeabilidad donde los individuos no perciben directamente la subyugación, la cual se refleja en el condicionamiento al acceso de servicios u obtención de bienes; entendiéndose que, no se pueden disfrutar u obtener si no se devenga un valor monetario (Castillo, 2025).


Los conceptos que se abordaron, se plasman como principales detonantes de discusión por el vitalismo; a partir de estos cuestionamientos y del método histórico-filosófico y hermenéutico, el artículo propone un recorrido histórico y conceptual por este enfoque, resaltando su papel como fuerza crítica y su potencial para revalorizar la vida en el contexto de los desafíos contemporáneos, aunado a esto, las contribuciones en las diversas áreas y tiempos, generan que, al comprender este pensamiento en los itinerarios vitales de las personas, se devele una reflexión profunda del Ser en cuanto a su entorno y a sí mismo. Con esto en mente, es primordial establecer un encuentro histórico con esta corriente, que permita recoger sus aportes para centrar el pasado, presente y futuro en la vida misma.


Del vitalismo moderno al vitalismo actitudinal


A la par de las doctrinas mecanicistas, materialistas y atomistas por entender el mundo y los fenómenos naturales, surge el vitalismo moderno, con el horizonte de algunos de sus pensadores por comprender la causalidad de los procesos físicos y fisiológicos, sin aquel absolutismo de la causa-efecto material de las explicaciones mecanicistas sobre la vida (Platas, 2012); por esas razones, emanan una serie de personas que en la modernidad temprana presentan su filosofía natural como contraparte a esas perspectivas.


Henry More (1987), uno de los representantes del neoplatonismo cuyas aportaciones no son tan mencionadas; tal vez por el hecho de situarse en un tiempo donde el materialismo radicaba y en él figuraba un acercamiento con el animismo, mantuvo una discusión con Descartes, como claro ejemplo de refutaciones entre mecanicismo y vitalismo. El autor retomó la crítica a las explicaciones puramente matemáticas de los fenómenos físicos y mantuvo “como acuerdo en esta verdad, que el Alma es una sustancia inmaterial” (More, 1987, p. 149); en este punto, se pueden extraer conceptos similares de los que un par de siglos adelante se referenciarían como causalidad vitalista.


Una vertiginosa alumna de More fue Anne Conway, la cual mostró un radicalismo que, posteriormente criticaría el dualismo sustancial del mismo More sobre alma y cuerpo con su propuesta: el monismo vitalista, donde “el alma y cuerpo como dos extremos de la misma sustancia, siendo su distinción únicamente gradual, no sustancial” (Platas, 2012, p. 117); en este sentido, se identifica una acción vital como fuente intrínseca que generaba el movimiento.


Siguiendo estas palabras, el vitalismo moderno de los pensadores de Cambridge, se establece como una perspectiva que enfatiza el efecto u origen de los fenómenos naturales en una divinidad o potencia inmaterial, así como el pulso intrínseco para generar movimiento que resulta del estado armonioso entre alma y cuerpo; a pesar de que, se alude a una causalidad espiritual (Cudworth, 1996) dentro del mundo que les rodea, se está atento a la defensa del libre albedrío y de la libertad humana, rasgos que en aquella época, entraban en contradicción con el mecanicismo.


Otro aspecto que entró en discusión con el mecanicismo, fue la metafísica de Leibniz (1983), cuando señala “sobre los grados de nuestro conocimiento” (p. 434); en el ejemplo dado, se puede identificar la presencia de los autores de Cambridge en su filosofía natural; sin entrar en otras consideraciones, la entrada de Leibniz resalta el entorno para que sus argumentos enrolen un matiz discursivo, fresco y reflexivo sobre la vida; en específico, es importante recuperar su razonamiento sobre mónada y sustancia, ésta última como una reflexión a la que el Ser es parte de un todo, al “encontrar la idea de sustancia en nosotros mismos, que somos sustancias” (Leibniz, 1983, p. 112) y ver a la vida como unidades de mónadas, de lo cual la naturaleza está llena (Nicolás, 2013). En otras palabras, es la referencia del impulso inmaterial en la naturaleza que la mueve, la cual no puede ser razonada con conceptos matemáticos e incluso con su cálculo infinitesimal; sino que, se tiene que ver desde un panorama filosófico y vital. Este es un estilo ecuánime de reflexión al no radicalizarse en el vitalismo ni

en el mecanicismo, entiende que en el cuerpo y los movimientos pueden establecerse mecánicamente y en el alma las cuestiones inteligibles deben comprenderse por explicaciones vitalistas.


Los puntos que se profundizaron en esta parte fueron dos: la crítica al mecanicismo y la perspectiva de su vitalismo sustantivo, entendiéndose este como: “la existencia de una fuerza vital (sustantiva) que desempeña una labor causal en el mundo natural” (Wolfe, 2011, p. 212). De esta forma, los platónicos de Cambridge, señalaron el desempeño causal de una fuerza vital inmaterial; a diferencia de ellos, Leibniz (1983) ve el impulso más allá, no como la fuerza sustancial sino como una fuerza por función; es decir, el ser vivo expone una autonomía entre sus partes más mínimas, cuyo papel y función es acorde a la totalidad a la que pertenecen, actúan de forma holística e integral; desde otra perspectiva, la filosofía equilibrada de este autor abre paso a lo que posteriormente se llamaría en la ciencia natural y médica: vitalismo funcional.


Vitalismo funcional


En Montpellier, Francia, a finales del siglo XVIII, aparecieron autores que aportaron explicaciones para entender las propiedades vitales de los seres y es en ese momento que surge el “vitalismo” como término (Normandin y Wolfe, 2013). Al inicio, fue priorizar la individualidad de cada sujeto; es por eso que, entre esos autores “Bordeu destacó la autonomía de la vida con respecto a las nociones y leyes utilizadas para explicar los fenómenos de la materia sin vida. Finalmente, el origen del término vitalismo en sí se asoció con un miembro de esta escuela, a saber, Barthez” (Waisse, et. al., 2011, p. 627).


Dichas perspectivas fueron fortalecidas con el animismo de Stahl (1863), quien entabla las discusiones con los mecanicistas desde Alemania, el autor muestra reflexiones que fueron llevadas a la escuela de Montpellier, las cuales tuvieron influencia, más no encajó en un vitalismo funcional como Bordeu o Barthez, está más en el entorno de la sustancialidad; ya que, “considera que el cuerpo y sus órganos son literalmente meros instrumentos del alma” (Wolfe, 2011, p. 219). No considera la autonomía de las partes enfocadas con un fin y con sus respectivas funciones y, a la par, los vitalistas franceses desde su tendencia médica, no concuerdan tanto con la singularidad del “alma como energía para mover y dirigir el cuerpo” (Stahl, 1863, p. 238); pero también es notable su influencia cuando retoman como metáfora su aportación animista.


El vitalismo funcional abarca la visualización holística e integral de los órganos del cuerpo que están interconectados y son interdependientes e interrelacionados, si alguno falla genera inestabilidad, que puede ocasionar enfermedades, en caso contrario, un equilibrio significaría salud; es por ello que, para lo vitalistas de esta época, esa energía que logra la armonía y movimiento, fluye por la fuerza o principio de vida que los mecanicistas no podrían identificar, sin ese pulso vital o “animación” de los pequeños cuerpos, parecería que se tratara de una máquina, debido al enfoque estructural y funcional. Se resalta así, en este vitalismo funcional, el énfasis en la armonía del conjunto y la autonomía de las partes, este último punto similar al vitalismo sustancial, con la diferencia que radica en el impulso que las mueve, mientras que en el primero el movimiento general de las partes es de carácter desconocido; en el segundo, el factor inmaterial es una deidad.


Las aportaciones del vitalismo funcional en las ciencias naturales brindaron el enfoque de estudio desde otra perspectiva, no sólo el de la normatividad rígida establecida por leyes lineales y mecánicas, sino el entendimiento de la singularidad e individualidad de los seres, como compuestos de partes autónomas con un objetivo común y unas funciones armónicas entre ellas.


Momento vitalista


Después de las aportaciones de los escritores de Cambridge y Montpellier respecto al vitalismo en las ciencias naturales, éste produjo más interés y por ende, más autores y experimentaciones para su retractación, tal es el caso de la urea conocida como “la primera visión opuesta de la fuerza vital” (Carlyle, 2017, p. 1); aun así, no disminuyeron la atención y surgieron pensadores que remarcaron la

necesidad de tomar esta perspectiva vitalista para comprender los procesos humanos tan cambiantes: “El cambio, el dinamismo, la transformación, la transmutación y el constante crecimiento mutable de los vivos son todos temas que a menudo nos llevan a confiar en explicaciones vitalistas y emergentistas” (Normandin y Wolfe, 2013, p. 2).


Debido a esto, aparece Bergson (1963) que plasma la vida como impulso creativo y generador de nuevas formas, para indicar la fuerza inmanente e inmaterial de los seres para cambiar y activarse en el entorno que les rodea, desde esa perspectiva y la cual estará latente en este escrito, también surgen críticas, como fue el caso de Canguilhem (1971) quien problematiza esa noción de vida y normatividad; por consiguiente, las discusiones, aportaciones y controversias como la de estos autores, marcarían el momento vitalista de los siglos XIX y XX.


Canguilhem dispone una postura crítica al vitalismo, por ejemplo: en su obra “El conocimiento de la vida” (1976) discute la entelequia de Driesch (2013) y en “Lo normal y lo patológico” (1971), aborda los conceptos de Bergson (1963), aunque con este tiene concordancias con su principio vital, el cual señalaba que no podría explicar mucho; pero, era al menos una proyección de luz frente a la oscuridad que el mecanicismo genera (Greco, 2005; Normandin y Wolfe, 2013).


Como se ha señalado, este momento vitalista de finales del siglo XIX y durante el XX es influenciado por Bergson, que para algunos “fue –en su día y quizás para siempre – el principal intérprete y filósofo del vitalismo” (Phelps, E., 2012, pag. 14), tal vez sea porque en ese período “el vitalismo se caracterizó por una dependencia de explicaciones que involucran fuerzas vitales" (Wilson, 2013, p. 512) y este pensador fue el que presentó una reflexión detallada de esa fuerza: el impulso vital (Bergson, 1963) y es por eso que en la actualidad sigue su influencia no sólo en la biología o química, sino también en las Ciencias Sociales.


De acuerdo a Guerra (2013), “el Ser es el impulso vital (élan vital), que es núcleo y alma de todo ser del mundo, en donde todo ser es conciencia, entendida ésta como vida, vivencia, impulso, duración, libertad, creación, energía creadora” (p. 24). El élan vital es para los seres vivos el cúmulo de energía que puede ser canalizada por cualquier fuente de fuga o medio de logro que permita cumplir trabajos, ese es su fin; sin embargo, su poder no es ilimitado, es focalizado y el movimiento que imprime en ocasiones es desviado, invertido, anulado, dividido y la evolución del mundo organizado no es más que el desarrollo de esa lucha (Bergson, 1963).


El impulso vital es sensible a fuerzas externas, las cuales pueden potencializar o mermar el cumplimiento de los objetivos; es por eso que, los canales por donde se orienta deben poseer la flexibilidad de adaptación. Desde ese impulso original de vida, Bergson ya alude a una explicación evolucionista cuando advierte de la siguiente dualidad sobre el cúmulo de energía: “el mismo organismo no podía sostener con igual fuerza los dos papeles a la vez, acumular gradualmente y utilizar bruscamente…unos apoyaron en la primera dirección, otros en la segunda” (Bergson, 1963, p. 657). Al establecer la energía como motor de vida, “en la obra bergsoniana la evolución creadora, de 1907, identifica la vida como una fuerza de creación infinita, un movimiento evolutivo constante o “ímpetu vital” que continuamente se crea y se enriquece” (Kapráliková, 2012, p. 164); lo que acontece que, se fundamenta el papel inmanente del cambio y transformación en el vitalismo al ser energía que fluye.


El vitalismo de Bergson no está en disonancia con el mecanicismo, similar a Leibniz, marca que las explicaciones mecanicistas engloban una pequeña parte de lo real; no obstante, adapta las elucidaciones de esta corriente para fortalecer la comprensión de los procesos humanos; por ejemplo, en la evolución del ser vivo se brindan etapas como el envejecimiento, donde se llevan a cabo procesos de destrucción orgánica que requieren explicaciones mecánicas, así mismo, implica registros de una persistencia del pasado en el presente, una apariencia de memoria orgánica que prepara al cuerpo para arrugarse (Bergson, 1963), estas explicaciones bergsonianas de fuerza y equilibrio, le llevaron a tener influencia en pensadores posteriores.

Hans Driesch, autor con influencia bergsoniana y criticado desde el Círculo de Viena, desarrolló explicaciones acerca de la totalidad y el principio de Entelequia; la primera de perspectiva platónica, guardan diferencias con el vitalismo funcional, debido a su carácter de totalidad del organismo. Por otra parte, el aspecto de Entelequia guarda rasgos aristotélicos, con la creencia en una naturaleza teleológica en los seres vivos (Normandin y Wolfe, 2013), vista como “factor de los fenómenos de la vida y de verdadera autonomía” (Driesch, 2013, p. 144) y no se describe como medio para llegar a una finalidad, sino para que el organismo llegue a ser, debido a la influencia y determinación de la totalidad.


Driesch (2013) dispuso sus aseveraciones sobre la totalidad y sus partes, donde estás últimas podrían seguir el curso aun separadas; posteriormente, se condujo por el camino de la filosofía hasta el punto de señalar que las ciencias naturales alcanzan su significado real al estar en contacto con la filosofía (Muñóz, 2015). El punto discutible a Driesch se puede ubicar al no considerar el influjo e impacto del entorno ambiental en los procesos del organismo.


Retomando a Canguilhem (1971), aporta la cualidad de un principio de vida, la cual llamó normatividad vital, y el enfoque actitudinal del vitalismo. La primera se desprende de su formación médica, y ejemplifica con la salud y enfermedad esa normatividad: “La enfermedad es una manera de organizar normativamente el entorno, caracterizada por la intolerancia ante las variaciones que éste experimenta. La salud en cambio es la capacidad de instaurar nuevas normas ante el cambio experimentado por el medio” (Vázquez, 2015, p. 523 y 524), esta influencia del medio coincide con Bergson (1963) y se plasma una diferencia marcada con los autores de Montpellier sobre el vitalismo funcional.


En cuanto a un vitalismo con actitud epistemológica (Canguilhem, 1976), que se desprende de las refutaciones al vitalismo sustancial y funcional, “Canguilhem contempla que el vitalismo es la Vida misma, la que dicta cierto tipo de actitud, buscando reflexionar sobre su naturaleza. Hay algo en la vida que coloca al conocedor en una relación especial con ella para descubrirla” (Wolfe, 2011, p. 224); hace énfasis en la experiencia sin desatender el carácter holístico de los fenómenos, una búsqueda que coincidiría con Bergson (1963) y Driesch (2013) y posteriormente con el vitalismo en el sujeto social.


El “impulso vital” o “entelequia”, que fluyen a través del organismo para que genere movimiento y llegue a Ser, es fundamento del momento vitalista que impregnó los siglos XIX y XX y que sigue influyendo en la actualidad, fortalecidos por la crítica hacia pensamiento positivistas, animistas o hasta entre los mismos vitalistas, se reforman y renuevan para aportar un mejor entendimiento de la causalidad de los procesos humanos; en ocasiones, procurando encontrar un equilibrio entre perspectivas mecanicistas y vitalistas, pero con el firme propósito de seguir destilando la verdad por medio de explicaciones integrales producidas de su proceso experimental sintético; que a la postre, generaría un enfoque en las Ciencias Sociales necesario.


Vitalismo en el sujeto social


Las instituciones sociales han sido las entidades que estructuran las normas y costumbres sociales que regulan el actuar humano, a lo largo de las diferentes épocas han sido factores de afiliación y potencialización de las capacidades de las personas; ahora bien, cuando los criterios y formas de conducta de éstas se alejan del principio de vida, ya no se consideran las expectativas y aspiraciones individuales de los integrantes y las acciones se centran en la consecución de intereses institucionales u organizacionales.


La familia, el Estado, la escuela, las empresas, las instituciones religiosas o de recreación, en la actualidad se han convertido en formas regulatorias más que impulsoras y orientadoras, atienden a las requisiciones de los grupos reducidos de control y se desvían cada vez más de la vitalidad de las personas; en ese sentido, el aprisionamiento o supervisión que generan las instituciones son un factor más para buscar los medios de liberación y potencialización de la vida. “Hoy el sujeto se siente capaz de romper con sujeciones a las que estuvo sometido durante años, tanto en las relaciones de pareja, familiares, grupales, sociales y políticas” (Carpintero, 2007, p. 89); esa liberación es identificada en la

reflexión de varios pensadores, en específico en aquellos precursores de un vitalismo alemán y un vitalismo francés.


La voluntad de creación y poder


Ante un idealismo imperante, el cual no mantenía una conexión con la vida, resulta necesaria una voluntad que destaque la importancia de la individualidad y regrese el poder a las personas para representar o superar su propia realidad; con este contexto, surge la voluntad de poder de Nietzsche (2003). “El vitalismo nietzscheano presenta sus más fuertes raíces en la vida misma, de tal forma que todo lo que creamos y deseamos, se comprende en un sólo concepto y acción “la vida”, la vida como voluntad, voluntad de poder” (Silveira, 2008, p. 164). Ve reflejada su comprensión en torno a la vida, la individualidad, organización del Ser en sí mismo y su autodeterminación y remarca el papel de acción en sus reflexiones para impulsar el futuro.


Una vida de sobreabundancia, dionisíaca, solitaria, con voluntad de poder, libertad, disfrutando el eterno retorno (Nietzsche, 1985) e impulsando la creación, son las medidas para comprender la vida nietzscheana. En palabras de Ezcurdia (2010):


La vida nietzscheana es un constante ir más allá de sí misma, desbordando toda forma esquemática, todo corsé metafísico que limitara su forma justo como voluntad de poder, voluntad de creación de sentido; juego, danza y risa inagotables que crean sus reglas en su propio despliegue, y que en su despliegue mismo destruyen lo que los constriñe y limita. (p. 30)


La edificación de las barreras sociales, generalmente institucionalizadas, bloquean y nublan la visión de las personas respecto a sus itinerarios vitales, de ahí se desprende lo esencial del vitalismo nietzscheano, el cual busca la erradicación de esas barreras para llegar a experimentar su sentido de vida. Asimismo, crítica la trascendencia, en especial la fomentada por los actores eclesiásticos, al determinar un marco externo valorativo que niega la vida individual y va en contra de la voluntad de poder y el sentido inmanente del humano, éste último también retomado por Spinoza (2000).


La voluntad de creación y de poder, son fundamentales para proseguir en la coyuntura plagada de estructuras rígidas, modernas y materiales, son el medio para encaminar los ciclos vitales de las personas al encuentro con una verdadera vitalidad que procure la consecución de experiencias satisfactorias; o bien, modifiquen el contexto para caminar rumbo a ese logro. “Según Nietzsche, que la aceptación integral de la vida transforma el dolor en alegría, la lucha en armonía, la crueldad en justicia, la destrucción en creación; renueva profundamente la tabla de los valores morales” (Guerra, 2013, p. 19). Para el desarrollo de sus valores, el sujeto no debe temer al movimiento, a las vicisitudes y a las alteraciones de las circunstancias; en pocas palabras, la incertidumbre de los tiempos volátiles debe generar oportunidad.


Una vida de sobreabundancia no implica seguir cánones de la sociedad sobre consumo, adquisición o tenencia; involucra una sensación y un disfrute; en otras palabras, un placer por experimentar, por aprender y por disfrutar de los hechos y actos que la naturaleza, sin detenerse por pensar en las barreras institucionales o sentir culpabilidad o remordimiento por una moral cerrada, una sobreabundancia de felicidad es lo referido, similar al aspecto dionisíaco.


El énfasis en la vida, con esa luz provocadora de conciencia es un atributo coincidente con Bergson (1963), a pesar de varias discrepancias, los autores extienden la vida más allá de lo que la moral de la sociedad percibe y la cual asfixia la libertad del individuo; la vida, también en relación con Spinoza (2000), se entabla como el fondo último de lo real.


Entre algunos aspectos coincidentes, se puede percibir el enfoque de la incertidumbre de los tiempos, la cual no es distinguida como oposición o barrera sino como una fase de superación y mejora, es oportunidad de movimiento, es una corriente para seguir fluyendo y aprendiendo, una etapa de desarrollo

y transición. El impulso del que emana la energía para continuar lo refieren a una voluntad intrínseca e inmaterial, inmanente al ser humano, no es originada por el exterior, es autogenerada y autoadministrada.


De acuerdo con los itinerarios vitales, se puede establecer también otra similitud en la libertad, la cual refiere a la capacidad del sujeto para conformar su propio sistema valorativo, teniendo como imagen la vida y sin sometimiento por los valores impuestos de las entidades sociales. Estas aportaciones no sólo fomentaron la postura crítica ante las aproximaciones dicotómicas de cuerpo–mente del racionalismo, la linealidad del mecanicismo y las contribuciones trascendentales del idealismo; también fueron premisas para reprochar las estructuras sociales lineales dispuestas por un sistema económico y político que nubla la vitalidad de las personas.


El impulso vital y la clínica a la sociedad


La libertad se da renombre en el vitalismo francés, se critica a los sistemas subyugantes que encierran al individuo en una esfera donde no descubre ni experimenta su vitalidad, son reflexiones en torno a la vida y como vivirla. Esta vida, que trata de vivir a través de la libertad, propende disfrutar el movimiento del entorno, con un agenciamiento dentro del caos e integrando pasado, presente y futuro en el actuar. Desde esta mirada, se permea el impulso vital, como fuente para que la sociedad actúe con libertad.


La repercusión de Henry Bergson se extenderá también a los procesos sociales y es así que, las discusiones que se habían tornado en relación a la biología y medicina, ya para finales del siglo XIX e inicios del XX, se volcaban sobre movimientos artísticos y sociales (Normandin y Wolfe, 2013).


El “impulso vital” de Bergson (1963) se focaliza en las actividades de los seres vivos, en particular en los seres humanos, se centra en el papel que se toma frente a los fenómenos adversos, aquel que advierta una resistencia y empuje ante la criticidad, abre los caminos a la vida como distinción y por tanto a lo que será el regreso a la vitalidad (Silveira, 2008). El impulso vital muestra una heterogeneidad en cuanto a percepción; por un lado, se encuentra la intrínseca referida al carácter de influjo de su vida interior y por otro la extrínseca radicada en las sensaciones que reciben los seres vivos del exterior (Alfaro, 2016), los cuales deben sintonizar dichas percepciones para emprender el movimiento y agencia en los itinerarios vitales.


El impulso oscila entre el individuo y la trama comunal y es fundamental para una prosperidad general, irradiar ese entusiasmo en la vida social conlleva a una fluidez de energía en el entorno, el cual se va estructurando de acuerdo con las aspiraciones de los individuos y se transporta de un límite al otro. Dentro de esta colectividad debe haber una circulación constante y fluida del impulso, donde se eviten aglomeraciones y bloqueos que impidan el bienestar mutuo de los agentes individuales y sociales (Kapráliková, 2012). Bergson entiende así la vida, entre lo social e individual, entre el entusiasmo y la libertad, una fuerza interna que debe estar en sintonía con el exterior y procurar una sinfonía vital.


Por otro lado, Gilles Deleuze, aporta reflexiones en torno a la emancipación de la vida, opacada y supeditada por la dinámica social moderna, que se definiría por declarar que pensar, en sus múltiples facetas, constituye una actividad de resistencia ejercida contra toda forma de sometimiento (Deleuze y Guattari, 2004; Landaeta, et. al., 2017). Muestra la relación con las disciplinas que buscan la liberación de la vida, entendiendo esa liberación como dejar de seguir las regulaciones de las instituciones sociales que oprimen o bloquean el impulso vital de las personas a crearse a sí mismas, procurar un mejor destino con una existencia libre (Deleuze, 2004).


El autor constituye su vitalismo por medio de un diagrama para la filosofía y un cuerpo sin órganos; la primera estación, que trata de establecer un sendero o mecanismo para evidenciar las disputas que circulan en las relaciones de poder; mismas que, enfocan una vida libre de ataduras y sometimientos y pretenden eclosionar un orden de la catástrofe, surgiendo así nuevos presentes de esos momentos caóticos (Deleuze y Guattari, 2004). El segundo concepto, en términos generales: “consiste en esa posibilidad de salir de la molaridad, de permitir que la singularidad pueda manifestar sus potencias y atreverse a seguir las líneas de fuga que éstas trazarían” (Pérez y Gutiérrez, 2019, p. 178). Podrían

definirse como etapas de un proceso vitalista, siendo el cuerpo sin órganos un primer punto para comprender la molaridad que las instituciones han impuesto, a través de las estructuras y normas que bloquean y presionan la evolución del ser humano, siendo una de las opciones de válvula la línea de fuga que reviente ese estatus moral sofocante, produciendo movimiento y caos; subsecuentemente, el diagrama organiza y produce presentes distintos, donde después de la catástrofe renace y se revitaliza un nuevo tipo de realidad.


El autor francés comparte con Spinoza (2000) el sentido de la inmanencia de la vida, como algo que no está determinado por ningún principio del exterior, ni ajeno a su situación o actuar, es flujo interno propio del ser, con movimiento y provocador de la reestructura permanentemente del sujeto.


Equilibrio vitalista


Encontrar equilibrio entre vitalismo y racionalismo, fue una búsqueda para conjugar una unidad de reflexión que fortaleciera la comprensión de la realidad, “una unidad conecta todas las cosas (materiales y espirituales), porque la vida se funde en una única realidad: la educación es vida, vida biológica y, al mismo tiempo, vida espiritual, en un todo que apuesta por la unidad funcional” (Torrano y Castillo, 2013, p. 195). De esta manera, dos pensadores brindaron cuestiones para reflexión: el vitalismo de Baruch Spinoza (2000) y el raciovitalismo de Ortega y Gasset (2022).


Spinoza influye tanto en las ciencias naturales, como en el vitalismo moderno; amante de la soledad, panteísta y perseguido en su época por las élites de poder; a pesar de ello, estuvo decidido a vivir bajo su pensamiento vital, negando las estructuras trascendentales y disponiendo a la vida en el centro de su pensamiento como el fondo último de lo real (Spinoza, 2000), el autor establece como dimensiones más profundas al amor y a la felicidad, las cuales son aspectos vitales del ser, “por alegría la pasión por la que el alma pasa a una perfección mayor” (Spinoza, 2000, p. 134), de ahí que su ética sea considerada eudaimonista procurando y explorando los caminos que lleven a la felicidad y postrando un crisol humanista para dilucidar la realidad y recoger de ahí las experiencias significativas que lleven al bienestar.


Es imprescindible la figura de Dios en las reflexiones de Spinoza (2000), se establece como la sustancia causal de los fenómenos, al determinar que las fuerzas de la naturaleza son dependientes de la deidad; lo cual, puede parecer contradictorio cuando el autor alude la necesidad de autonomía moral; lo cierto es que, esa libertad se refiere a la capacidad del individuo para actuar sin estar en servidumbre de aquellos discursos o figuras laicas o eclesiásticas suministradoras del miedo, hipocresía y falsedad que le someten, significa actuar con juicio y razón ante los escritos o discursos de la sociedad acerca a la libertad. En este sentido, Dios se establece como la sustancia a la que le pertenece la existencia, la cual se debe vivir sin relación a las demarcaciones institucionales desvitalizadas; así es que, en este punto radica ese equilibrio vitalista, al hablar de Dios, ateísmo, libertad, felicidad y autonomía, significa evitar el encuadramiento en un sector de pensamiento y le brinda el pragmatismo de reflexión para formar su ética y filosofía.


El esfuerzo de Spinoza consiste en transformar esas pasiones tristes por alegres, entender las pulsiones de las personas se extiende a entender a la sociedad; así, personas con bienestar generan una sociedad vital; de esta forma, las personas son ímpetu y fortaleza, no deber y sumisión, radican su libertad en el reconocimiento de sus necesidades, aspiraciones e intereses, estructurando las facetas para la consecución de sus expectativas (Carpintero, 2007), es un proceso de acción, de reconocimiento y con el objetivo de convertir el odio, ira, hipocresía, ansiedad, violencia, irritabilidad y culpabilidad; en amor, tranquilidad, satisfacción, agrado, solidaridad, amistad. Mudar las vehemencias de tristeza a efusiones de alegría.


Los complejos testimonios de Spinoza se han tomado como fundamento para enfocarse en aspectos sobre filosofía, Dios, naturaleza, sociedad, afectos y hasta estrategias pedagógicas (Aloni, 2008; O’Donnell, 2018), en cuanto al vitalismo en el sujeto social, el enfoque de su autonomía moral, es el

lente que puede transformar esas acciones tristes en funciones de alegría, que rompe la linealidad instaurada en los itinerarios del joven y libera o expande las nociones de aprendizaje y vitalidad.


Otra mirada al equilibrio vitalista, corresponde a Ortega y Gasset, cuyo pensamiento no está enfocado a un racionalismo tradicional con esa mirada estática, absoluta y mecánica, ni a un relativismo con esos cambios intensos que no permiten la profundidad; el autor, en cambio, perfila un equilibrio entre corrientes y evita el encasillamiento, tomando una postura de plasticidad, versatilidad y organicidad, necesaria en los tiempos volátiles actuales que requieren el mismo movimiento que sus itinerarios.


Ortega y Gasset (1995) exalta la necesidad de liberarse de la subyugación y dominio de las estructuras sociales impuestas por la masa imprudente, volátil y obstinada, la cual produce sujetos adiestrados, serviles y alienados, sin espíritu reformador o de resistencia; elementos que a la postre generan una sociedad enferma y triste, contraria a la sociedad buena (Maslow, 1982) o a la sociedad alegre (Spinoza, 2000). Otra similitud, en especial con los vitalistas alemanes, se refiere a mantener la vida en el centro y vivir esa vida en el mundo; en esta última frase radica una diferencia con ellos, ya que “ese vivir y descubrir el mundo son hechos similares, de ahí que razón y vida, razón e historia, no sean realidades opuestas” (Muñóz, 2010, p. 275), las realidades presentes y pasadas se configuran para aprender del mundo y proyectar escenarios futuros.


Para el autor español es importante el futuro de la juventud, de la sociedad, de la humanidad; la construcción de las aspiraciones las visualiza mediante un solidarismo, escaso en su tiempo y en la actualidad: “¿Puede un hombre de veinte años formarse un proyecto de vida que tenga figura individual y que, por lo tanto, necesitaría realizarse mediante sus iniciativas independientes, mediante sus esfuerzos particulares?” (Ortega y Gasset, 1995, p. 24). Dentro de esta reflexión, sólo contempla una miserable socialización, la cual es desprendida de esas masas contaminadas por demagogia o sumisión; frente a tales hechos, es imprescindible el factor de la perspectiva como elemento fundamental para ser educado en las sociedades democráticas contemporáneas, ensalzando la formación individual de la conciencia colectiva, responsabilizando así a las personas por sus decisiones y opiniones, mismas que son construidas desde el fondo insobornable de cada individuo (Rumayor, 2016).


En un vitalismo en el sujeto social, se percibe el énfasis de la participación política del individuo para lograr una mejor sociedad, realizando ésta a través de la libertad, la cual es “una fuerza que impele al ser humano a la realización de un proyecto vital y este no es otro sino su propia circunstancia personal a la que se siente vocacionalmente llamado” (Rumayor, 2016, p. 745). Así como en su filosofía, el equilibrio debe estar presente en los itinerarios vitales, combinando adecuadamente vida y espíritu, racionalidad y vitalidad, razón y experiencia.


Vitalismo Latinoamericano


En América Latina se escucha con más sonoridad al vitalismo en los inicios y mediados del siglo XX, con entornos plagados de retraso educativo y subyugación campesina en Centroamérica, movimientos revolucionarios en México y Suramérica, contradicciones políticas y sociales, movilizaciones estudiantiles, huelgas intensas; las luces del imperialismo comienzan a pestañear a través del capitalismo, órdenes que estaban configuradas para la benevolencia de las clases ricas y poderosas, en detrimento de la vida y dignificación de la mayoría de seres humanos.


Dentro de este panorama, en específico en los años veinte, se establece a la modernidad como un centro de discusión y crítica por parte del vitalismo y se desarrolla un esquema social y cultural que repercutirá en las transiciones posteriores (López, 2009), los nombres como Alberto Masferrer y Carlos Astrada surgen para aportar reflexiones en pro de la vida pues “es el mandamiento primero y supremo, y a él nos atenemos los creyentes del Vitalismo para juzgar de los conflictos del presente, y para idear y preparar un Nuevo Orden Social que los suprimirá o los atenuará” (Masferrer, 1949, p.32); de esta forma, un cambio con esencia de libertad se emprende con este vitalismo.

Masferrer determina que, por medio de una educación vitalista y el acceso al mínimum vital, que modifique y transforme la realidad desigual, analfabeta y constipada de la verdad y que desplace las prácticas escolares de privilegio y deficiencia, se podrá edificar un verdadero desarrollo para la población y la construcción de una sociedad firme, fuerte y formulada (Masferrer, 1949). Aquella sociedad que atienda al mínimum vital está trascendiendo para erigirse como una sociedad que no permita la transgresión de su identidad; para que otras sociedades no intenten modificarla a su conveniencia (Guerra, 2013), por medio de sistemas mediáticos, intervencionismo o proliferación de modas.


Astrada (2021) por su parte, establece confrontación, de igual manera que los vitalistas europeos, en contra del determinismo y el absolutismo de ciertos pensamientos, esa linealidad que estaba impregnada en su coyuntura y se exponía con el clericalismo e imperialismo. Su versatilidad provocaba abrazar ideas de pensadores que posteriormente criticaría, ese continuo movimiento de sus reflexiones y el antiimperialismo, impregnó al autor y se vio reflejado en sus escritos y discursos, con un anarquismo, similar al de Masferrer en cuanto a derechos y ética, que proponía romper la rectitud de pensamiento y encontrar diversas y divergentes perspectivas que inquietaron el entorno y que hicieron tambalear la dinámica histórica que buscaba encuadrar a la población al proceso del capitalismo (Domínguez y Bustelo, 2015). Es así como el vitalismo libertario de Astrada (2021), iniciado en un ambiente universitario, se postró como una clave emancipadora de los regímenes deterministas y lineales.


Los aportes de los autores señalados continúan con resonancia en el tiempo actual, se evidencía con la coyuntura en Centro y Suramérica intrincada, con el auge del capitalismo, el desprendimiento de procesos de reflexión divergentes de los itinerarios vitales, el apogeo de un pensamiento mecánico y sistematizado y la predominancia imperialista en la lectura del derecho, política y ética; lo que ha conllevado a potentes manifestaciones estudiantiles y paros nacionales de labores, en países que sienten el hartazgo de medidas impositivas y planes estatales que, con flagrante apoyo a/desde las clases altas, pretenden imponer a la ciudadanía; también se han visto golpes de estado y bloqueos comerciales a países que no cumplen con los intereses de otros países dominantes; dentro de este cuadro, es fundamental refractar la luz de las condiciones políticas y sociales hacia el lente del vitalismo libertario y el vitalismo masferriano, con el sustancial propósito de mantener y preservar a la vida como el fin supremo de toda medida.


Ya para el siglo XXI, María Pía López (2010) y Darío Botero (2007), procuran recoger y proponer perspectivas vitalistas con intenciones humanistas, ambientales y culturales que se manifiesten en los itinerarios sociales. La primera autora, aclarando sobre la situación entre vitalismo y su influencia en los totalitarismos políticos, retoma apuntes de Astrada sobre el vitalismo libertario y alude a una atmósfera vitalista, más que una corriente o forma de pensamiento, dicha atmósfera desprendida del pensamiento vitalista del periodo bélico en Europa y del contexto crítico en América. Entender esa situación atmosférica puntualiza el vitalismo como praxis y su importancia para comprender los procesos sociales de los individuos en entornos desfavorables o difíciles.


Por su parte, Darío Botero (2007) esgrime la importancia de la creación y la pulsación de vivir, mecanismos que pueden estructurar un reflejo del desarrollo cultural y social de las personas, sin el estigma del yugo opresor de la institucionalidad; de esta manera, se llega a una humanización. En el autor, además de su reflexión importante de la relación naturaleza-vida, contenida en su vitalismo cósmico, se puede encontrar una crítica al mecanicismo y los sistemas lineales del capitalismo, similar a Astrada, que orientan a una deshumanización e inequidad entre seres por sus prácticas agresivas de consumo y materialidad. Para alejarse de esas medidas conferidas por los procesos coyunturales, es imprescindible el vitalhumanismo, en palabras del autor: “El vitalhumanismo está ligado a la reorientación del deseo. Esta reorientación apunta en primer lugar al autocontrol de la posesión de bienes y, en segundo lugar, a la defensa de la vida” (Botero, 2007, p. 270), acercarse a una humanidad que signifique una concordancia entre naturaleza y vida humana, desprendiéndose de esa materialidad que castra la relación simbiótica y disponiendo pulsaciones para detonar la creación y espontaneidad en las personas; “es decir, un humanismo con una filosofía de la vida” (Polo, 2011, p. 188).

Los pensadores y la pensadora que se plasmaron brevemente en el marco de Latinoamérica, realizan aportaciones a los procesos sociales y precisan en alto grado el término vitalismo en el sujeto social.


Consideraciones finales


Para interpretar y comprender la realidad del entorno, es necesaria la reflexión vitalista que ofrezca ese cúmulo de orientaciones que las prácticas mecánicas, racionalistas o positivistas no brindan. En el plano biológico y médico un diagnóstico de los seres o la naturaleza, debe ser integral y con espacio para la incertidumbre, en otras palabras, se debe recoger la mayor contribución de investigaciones para otorgar un acercamiento profundo a los males y, cuando sea el momento de construir una respuesta, el camino rizomático debe estar abierto a la creatividad y espontaneidad de las propuestas. Para descubrir nuevos senderos hacia la salud humana, no basta con aportes positivistas.


En el actuar social, el vitalismo alumbra el camino que ha sido oscurecido por algunas instituciones sociales, las cuales a través de costumbres, tradiciones o normas que se alejan de la libertad, soberanía y bienestar, procuran sujetos serviles, consumistas y con autonomía supeditada. El vitalismo no representa la única vía para acercarse a la extinción de esas ataduras que constriñen al sujeto social, más si es necesaria su reflexión para mantener a la vida humana en el centro y no la vida organizacional. Vida humana entendiéndose como la relación que guarda el humano con el entorno y con su Ser.


En los tiempos actuales, con el apogeo de la inteligencia artificial y la saturación de usuarios en las redes sociales, es factible mirar la realidad de la sociedad con el enfoque vitalista; vislumbrando así, la emergencia por vivir y morir en vida a causa de esas herramientas; las personas, en especial los jóvenes, requieren todo rápido, no disfrutan el paseo solo quieren llegar y regresar, esa ocurrencia fugaz les desprende del regocijo en sus itinerarios vitales, procurando seguir en el ahogo de sus paseos virtuales. La vida no podrá ser virtual, porque si la vida es allí, entonces no es vida.


Para que la vida fluya, se debe mantener al vitalismo como una vía orgánica, sintética y dialéctica, necesaria no sólo como fuente complementaria de explicaciones científicas, sino como un nacimiento de aproximaciones para comprender al Ser y a la Vida.


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