Filosofía


AMPLIFICANDO TÉCNICAMENTE LA VIRTUD

UTOPÍA Y MORAL ENHANCEMENT1


Widing Technically the Virtue

Utopia and Moral Enhancement


Francisco Martorell Campos

(UV, España)


Resumen


En este artículo analizo el proyecto de perfeccionar moralmente al ser humano por medio de la eugenesia desde el ángulo brindado por la utopía. Ello nos permitirá conectar los trabajos de la actual Moral Enhancement con obras literarias y teóricas del siglo XIX e inicios del XX donde la confianza en el progreso de la ciencia y la tecnología ya alentaba la convicción de que la humanidad sería mejorada artificialmente a todos los niveles en el futuro, incluido el nivel moral. La exposición hará hincapié en las diferencias y similitudes existentes entre los dos paradigmas eugenésicos (el victoriano y el liberal) que dicha convicción ha originado hasta ahora. También en los impactos negativos que a mi entender determinados supuestos de la eugenesia dejan en la utopía social.


Palabras Clave: Moral | eugenesia | mejora | utopía | transhumanismo.


Abstract


This paper analyses the project of moral improving of the human being through the eugenics from the utopian view, connecting current works on moral enhancement with theoretical and literary works written in the XIXth and at the beginning of the XXth centuries that expressed the conviction that humanity improves, even morally, as a result of science and technology. Our thesis emphasizes the differences and similarities between the two paradigms that this aim has originated and, at the same time, it underlines the negative impacts that in our opinion certain eugenic assumptions have caused in the utopia.


Keywords: Ethics | Eugenics | Improvement | Utopia | Transhumanism.


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1. Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto Historia del futuro: la utopía y sus alternativas en los horizontes de expectativa del mundo contemporáneo. Siglos XIX-XXI (HAR2015-65957-P) del Plan Nacional de I+D+i del Gobierno de España.

La discusión desencadenada por la Human Enhancement va in crescendo a medida que la ingeniería genética, la inteligencia artificial y demás tecnologías emergentes desafían con creciente hondura las convicciones éticas y las dualidades antropológicas y metafísicas más asentadas. Gran parte del acalorado debate discurre sobre los socorridos pros y contras derivados de la hipotética optimización artificial de las facultades del hombre. De entre las optimizaciones previstas, destaca por su inevitable sesgo polémico la que apunta a la mejora de la moralidad humana a través de procedimientos científicos y tecnológicos. En el presente trabajo propongo esbozar un seguimiento de las líneas maestras de dicho proyecto enmarcándolo dentro de la tradición utópica ligada a la eugenesia. Mi objetivo cardinal consiste en demostrar que la Human Enhancement en general y la Moral Enhancement en particular siempre han formado parte del repertorio desiderativo de cuantiosas utopías literarias y teóricas, percance que exige relativizar la supuesta hegemonía del ambientalismo en el conjunto del género utópico e instalar a colectivos biologicistas y fisicalistas hoy pujantes como el transhumanismo en el cenit de la utopía tecnológica. A lo largo del trabajo espero sentar las bases de una crítica utopista de la Human Enhancement que sirva para barruntar una alternativa valorativa a las habituales censuras distópicas y para alentar la forja de una utopía no metafísica, a salvo, en el caso que nos ocupa aquí, de nociones como naturaleza humana y de creencias innatistas.


La exposición de los contenidos se desarrollará de acuerdo a siete pasos: Primero (I) presentaré los supuestos elementales de la concurrencia establecida entre la utopía social y el afán de mejorar eugenésicamente la moralidad del ser humano durante la modernidad. Después, (II) ilustraré cómo diversos novelistas y pensadores utópicos recomendaron hasta bien entrado el siglo XX la utilización de una eugenesia negativa y (III) positiva marcadamente discriminatorias. Acto seguido,

(IV) anotaré las modificaciones protagonizadas por el pensamiento eugenésico a partir de la Segunda Guerra Mundial, para a continuación (V) sondear desde ellas las premisas de la Moral Enhancement y (VI) trazar una imputación de la susodicha (también de la eugenesia del perfeccionismo ético precedente) colegida de los comentarios efectuados por Ernst Bloch sobre la medicina utópica. Finalmente, (VII) complementaré la diagnosis blochiana con una crítica al determinismo biológico y a la renuencia ante la política utópica que caracterizan a no pocos militantes actuales de la eugenesia del perfeccionamiento moral.


I


El ciudadano medio de las sociedades utópicas literarias de la modernidad refleja la perfección del entorno y carece, si suscribimos la axiología interna al texto, de aristas. Goza de una salud y longevidad portentosas, cuenta con un atractivo físico fuera de lo común y atesora una elevada satisfacción espiritual. En lo que atañe al objeto del presente trabajo, el campo de los valores, el ciudadano utópico carece de los vicios idiosincrásicos del ciudadano de las sociedades reales. Nada extraño, pues su temperamento y conducta brotan, como el resto de peculiaridades suyas, a modo de negación del temperamento y conducta de este. Huérfano de egoísmo, soberbia y envidia, inmune al envilecimiento, la cólera y la frustración, vive por y para el bienestar y la felicidad de la comunidad, anteponiendo, llegado el caso, el nosotros frente al yo, coronando, sin mediar esfuerzo, el súmmum del deber y la virtud. Topamos, en resumidas cuentas, con un sujeto ininterrumpidamente responsable, pacífico, empático, solidario, cortés, mesurado. Ante su presencia no podemos menos que preguntar: ¿dónde radica el origen de tan asombrosa (e inquietante) perfección?


La respuesta más recurrente esgrime que fue la implantación de la comunidad de bienes quien propulsó la mejora moral, el enderezamiento, sirva la imagen kantiana retomada por Isaiah Berlin, del fuste torcido de la humanidad. A partir de Moro (1998: 119-120, 200-201) han abundado, en efecto, los intelectuales convencidos de que la abolición de la propiedad privada traerá la abolición de todas las tachas. A la luz de lo indicado, la utopía literaria afín da por supuesto que el carácter moral de una sociedad viene determinado por el sistema económico y político que la rige. Si transformamos dicho sistema, transformaremos dicho carácter. Si mejoramos el primero,

mejoraremos el segundo. No es ningún secreto que la casuística mentada coincide con un reduccionismo ambientalista propenso a la negación de la naturaleza humana y a la certeza de que los males a ella atribuidos son en realidad una consecuencia del capitalismo (Morton, 1970: 167- 168). Así opinan, valgan los nombres, Morris en Noticias de ninguna parte (2004: 105) y Skinner en Walden dos (1985: 111-112, 216), representantes señeros junto a Owen de la utopía política antiesencialista, defensora de la tesis, popularizada por Locke, de que el hombre es una página en blanco, una criatura infinitamente maleable, como predicó Mirandola.


En las páginas sucesivas discurriremos sobre las también cuantiosas utopías literarias y teóricas total o parcialmente adversas a los axiomas ambientalistas. Por lo general, los títulos aludidos no niegan que la perfección moral del ciudadano derive de la perfección del entorno económico-social. Niegan que derive únicamente de ese factor. De acuerdo con su parecer, los mecanismos legislativos, educativos y culturales municionados para maximizar el bien no son concluyentes. Y no lo son, aseguran, porque lo que calificamos de virtudes y vicios cuentan ―la sociobiología y la neuroética crecen sobre análoga idea― con un sustrato fisiológico sobre el que también urge actuar. De ello se sigue que la mejora ética del hombre no ha de proceder tan solo de la ingeniería social presta a transformar el nomos. Ha de proceder, asimismo, de la ingeniería biológica presta a transformar la physis. Ni que decir tiene que la aclaración comporta la naturalización de la idea de naturaleza humana, discernida como el conglomerado de impulsos innatos definitorios de nuestra especie. Mas el esencialismo naturalista canalizado por tales utopías resulta provisional. A fin de cuentas, el objetivo divulgado procura corregir la naturaleza humana natural, producir a golpe de técnica eugenésica una naturaleza humana artificial, diseñada para adecuarse a las altísimas exigencias morales de la sociedad ideal. Partiendo de hipótesis antagónicas, regresamos a la creencia en la maleabilidad. De la naturaleza humana al comienzo inferida, no digamos ya de la noción de una naturaleza humana inmutable, no queda al final ni rastro. Reina la autodeterminación, el primado de la voluntad, el hombre autopoiético.


Los postulados mencionados modulan cuatro aportaciones teóricas que merecen ser glosadas para sentar las bases de los apartados sucesivos. En “El Futuro de la Raza Humana”, penúltima sección de El Martirio del hombre, William Winwood se saca de repente una utopía tecnológica de la manga. Henchido de fe ilustrada en el progreso, aventura que el avance de la ciencia y la tecnología alcanzará cimas tan inconcebibles que el ser humano colonizará el universo y diseñará cuerpos robóticos donde almacenar el cerebro y vivir eternamente. En la apertura de su visionario proscenio, Winwood vuelca un pasaje sumamente interesante para la reflexión que nos traemos entre manos. Expone ahí que llegará


… indudablemente un tiempo donde todos los hombres y mujeres sean iguales, y donde el amor al dinero, que ahora es el motor de toda industria, y por tanto el motor de todo bien, dejen de animar la mente humana. Pero cambios tan prodigiosos solo pueden ser efectuados en periodos prodigiosos de tiempo. La naturaleza humana no puede ser transformada por un golpe de Estado, como los Comtistas y Comunistas imaginan. Es una completa ilusión suponer que la riqueza y la felicidad pueden ser imparcialmente distribuidas mediante un proceso legal, un acto parlamentario o una medida revolucionaria (Winwood, 1872: 177).


¿Por qué es una completa ilusión suponer eso? Porque la raíz de la desigualdad anida en los instintos agresivos sitos en el organismo humano, y no en la existencia, simplemente sintomática, de la propiedad privada2. Aun y en el caso, sostiene Winwood, de que la propiedad privada fuera abolida, la estratificación social volvería a propagarse, habida cuenta de que su germen seguiría activo. A desórdenes fisiológicos, es sensato inferir, le corresponden terapias fisiológicas. Mientras la humanidad no cuente con los conocimientos científicos necesarios para añadir al sometimiento técnico de las fuerzas destructivas de la naturaleza externa el sometimiento técnico de las fuerzas destructivas de la naturaleza interna, el designio de la comunidad de bienes estará forzado a postergarse (Ibíd.: 179).


El marxista John Bernal estructura “El mundo, la carne y el demonio” sobre análoga conjunción de


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  1. Este argumento vuelve a presentarse contra el comunismo en El malestar en la cultura (Freud, 2003: 56-58).

    pesimismo antropológico y optimismo científico-tecnológico. Más receptivo al poder moldeador del ambiente, Bernal repite los pronósticos de Winwood y atisba un futuro donde a lomos de una tecnología prodigiosa el ser humano conquistará el espacio y derrotará a la muerte. Pero antes habrá de doblegar a las fuerzas irracionales de la mente, al diablo invisible y sigiloso residente en su interior. Inspirándose en el psicoanálisis freudiano, Bernal confía en técnicas aún desconocidas para “mantener los ideales del superyó paralelos a la realidad externa…, volviendo inocuo el poder del ello” (1929).


    Sloterdijk no fantasea sobre igualitarismos sociales del porvenir. Sin embargo, coincide con Winwood y Bernal a la hora de anunciar la presencia de un carrusel de tendencias embrutecedoras en el hombre, evento, viene a sostener, que ha obligado a las civilizaciones históricas a levantar antropotécnicas capaces de menguar su influjo. Actualmente, asevera Sloterdijk, tras la eclosión de las nuevas tecnologías de la información, la antropotécnica ilustrada ha dejado de funcionar. Los libros y la escuela no inhiben a la bestia. Por fortuna, la biotecnología deposita ante nosotros la posibilidad de contenerla utilizando una estrategia nueva, quizás definitiva: la modificación del acervo genético humano (2000: 72-73).


    La insinuación postrera de Normas para el parque humano arraiga, lo estamos viendo, en una vasta tradición. Hermann Muller detenta un lugar privilegiado en la susodicha. En 1966 (justo treinta años después de que instara a Stalin por carta a aprobar políticas eugenésicas a gran escala)3 alentó a las autoridades mundiales a considerar que el progreso científico “debe ir acompañado lo más de cerca posible de un esfuerzo correspondiente para infundir en la base genética de nuestra naturaleza moral las fuentes de una mayor y más genuina simpatía” (Manuel, 1984: 127). Al contrario que Winwod, Bernal y Sloterdijk, Muller no dedica este extracto (sí otros) a alertar sobre la necesidad de utilizar las técnicas eugenésicas para erradicar instintos socialmente destructivos, sino para recomendar el fortalecimiento de los constructivos. La diferencia pulsa el locus de la dilemática edificada entre la eugenesia negativa y la eugenesia positiva, actores de los apartados sucesivos.


    II


    A decir verdad, son pocas las utopías literarias dispuestas a conjurar la tentación de intervenir en la biología del hombre. Ni Moro, santo y seña de las utopías consagradas a fundamentar el bien sobre reformas políticas, evita coquetear con la planificación de los emparejamientos (1998: 170-171) 4. El análisis textual muestra, y no es nada nuevo lo que digo, que el encuentro de la utopía moderna con el cúmulo de ordenanzas englobadas a la postre bajo el concepto de eugenesia ha sido habitual. La mala prensa de la eugenesia ―disciplina bautizada por Galton en 1883 que tiene el cometido de amplificar o disminuir las cualidades innatas de la humanidad en pos de su mejora como especie― procede, es bien sabido, de su asociación con las atrocidades cometidas por el Tercer Reich. A pesar de encarnar hasta la mitad del siglo XX una maquinación coercitiva y discriminatoria, como asimismo constatan las decenas de miles de esterilizaciones no consentidas efectuadas en Estados Unidos, Suecia y Noruega, la eugenesia contó con el apoyo de amplísimos sectores del mundo académico. Gentes de la nombradía de Shaw, Keynes, Lorenz y Tesla la percibieron como una ciencia cardinal para el porvenir humano.


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  2. La carta puede hojearse en: http://mankindquarterly.org/muellersletter.pdf.


  3. La utopía ruralista sí se opone por regla general a la eugenesia, y lo hace en tanto que contendiente romántica de lo artificial y en tanto que aliada de lo natural. El visitante a Ecotopía escribe: “He hecho indagaciones para averiguar si la eugenesia constituye aquí tan apasionante y polémico tema como en los Estados Unidos... He interrogado a muchísima gente, investigadores, científicos o personas profanas; todos parecen mirar este asunto con bastante repugnancia y nadie ha querido discutirlo conmigo... Su resistencia a hablar sobre este tipo de especulaciones nos indica hasta qué extremo se han cerrado los ecotopianos a las investigaciones científicas modernas..., pero es también una señal de que ellos aceptan mejor que nosotros el vivir de acuerdo con la constitución biológica de que estamos dotados en la actualidad”. (Callenbach, 1980: 95-96).

    Si queremos comprender en su justa medida la incorporación del canon eugenésico a la utopía es preciso reparar en que, lejos de seducir singularmente a fascistas y reaccionarios, la eugenesia entusiasmó a un buen número de comunistas, anarquistas y feministas5. Todos ellos compartieron el credo de que los individuos diferían en sus capacidades innatas, aunque negaban que estas obedecieran a divisiones raciales, nacionales o sociales. Persuadidos de que el orden capitalista cubría de opulencia a miles de ineptos, programaron la potenciación eugenésica de las pulsiones cooperativas (Rodríguez, 2014: 149), la planificación de la procreación y la reversión del ocaso occidental (Herman, 1997: 137-141). Olaf Stapledon ornamentó La última y la primera humanidad (1930) con una lectura poco reconfortante de este ideario. Imaginando las más dispares modificaciones tecnológicas del organismo, la obra recorre los próximos dos mil millones de años de la historia humana. Stapledon explica así la caída del Estado Mundial:


    En tiempos primitivos, la inteligencia y la cordura de la raza se habían conservado gracias a la incapacidad de sobrevivir de sus miembros malsanos. Cuando se puso en boga el humanitarismo, y los insanos eran atendidos a expensas del erario público, esa selección natural cesó. Y como sea que esos infortunados eran incapaces de prudencia y de responsabilidad social, procreaban sin restricciones y amenazaban con infectar a toda la especie con su corrupción… De ese modo fue declinando paulatinamente la inteligencia de la raza (2003: 104).


    Tres décadas antes, Wells asumió sinónima cosmovisión en Una utopía moderna, empuñando un tono tan abrupto que haría las delicias de Nietzsche, buen conocedor, dicho sea de paso, de la literatura eugenésica del momento (Arias, 2002: 67) y profeta junto a su admirado Schopenhauer de la liquidación, en sendos casos antes vitalista que cientificista, de “débiles y malogrados” (Nietzsche, 1994: 28):


    Pero nuestro problema utópico no concierne solo a los poco capacitados, a los perezosos y a los imbéciles, a esos pobres que son también enfermos. Quedan aún los idiotas y los locos, los perversos y los incapaces, las gentes de carácter débil que se alcoholizan o abusan de ciertas drogas perniciosas… También hay que contar con los que están contaminados de ciertas enfermedades repugnantes y transmisibles. Todas esas gentes ensucian el mundo; pueden procrear y, por consiguiente, no hay otro remedio que excluirles de la masa de la población. Hay que recurrir a una especie de cirugía social… No hemos de olvidar a los violentos, a los que no quieren respetar la propiedad de otro, a los ladrones y los timadores, quienes, tan pronto se haya comprobado su inclinación, deben ser apartados de la vida libre del mundo organizado (2000: 133)6.


    El régimen eugenésico de Wells administrado por la minoría selecta de los samuráis se enmarca dentro de la eugenesia negativa, dedicada, en el contexto histórico-cultural que nos ocupa en este instante, a la eliminación de los rasgos considerados ética, cognitiva y físicamente indeseables impidiendo por medio de la esterilización u otros medios que sus (supuestos) portadores tengan descendencia. Sucesor victoriano del modus operandi lucido por el Estado lacedemonio (pionero de la “cirugía social” y del organicismo correspondiente) y altavoz del tradicional pavor aristocrático del intelectual ante el empuje de las masas (Trousson, 1995: 296), Wells concilia socialismo, darwinismo social y teoría de la herencia. Mantiene, en la línea de Winwood, Bernal y Sloterdijk, la valía de lo que llamé, en un artículo que bien pudiera complementar el actual (Martorell, 2013: 171-179), hipótesis Mister Hyde, si bien municionado con un segregacionismo


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  4. Véase: Mocek, (2000) y Domingo (2008: 32-37). Kropotkin sorteó la seducción eugenésica y firmó una réplica a los planes de mejora del hombre que leyó durante el “Congreso Internacional de Eugenesia” celebrado en Londres en 1912. El texto se encuentra en: http://www.fondation-besnard.org/IMG/pdf/Kropotkin_contra_la_eugenesia-2.pdf.


  5. El texto distópico parafrasea el texto utópico desde un marco valorativo antagónico. Los dioses de Foxcroft presenta al doctor Delos, líder de una terrible e inhumana civilización futura de clones. Salvo la referencia a Hitler, el resto de su alocución podría pertenecer a Wells: “Por muy desatinado y repugnante que pueda parecer Hitler, en cuanto a concepto estuvo en lo cierto. No me estoy refiriendo a sus locos prejuicios en lo referente al genocidio, sino a su concepto de eliminar al inadaptado, al débil, al enfermo... a todos aquellos que tenían defectos físicos y mentales que perpetuaban la debilidad y la imperfección dentro de la forma humana” (Levy, 1975: 131).

    ajeno a los dos últimos. La hipótesis en cuestión asegura que la demencia, la perversidad, el alcoholismo, la criminalidad, la violencia y demás inclinaciones hostiles con el lazo social arraigan en la arquitectura genética de individuos o grupos concretos (o en la humanidad toda, de acuerdo a la lectura no discriminatoria del asunto), y que en virtud de ello son susceptibles de heredarse y pervertir a la especie. Wells resuelve en fiel sintonía que la mejora ética de la comunidad adquirida gracias al igualitarismo económico requiere sellarse cortocircuitando la transmisión de la mala semilla. De lo contrario, la posibilidad misma de la utopía corre serio peligro.


    Uno de los visitantes de la sociedad representada en Hombres como dioses pontifica: “Han convertido un planeta salvaje de enfermedades y desórdenes en una esfera de belleza y seguridad. Han convertido la rusticidad... en conocimiento y poder (Wells, 1955: 218). La alianza de conocimiento y poder desvela la catadura baconiana ―instrumental― de la racionalidad subyacente a la eugenesia y a la corriente principal de la utopía literaria. Lustros antes de que el Estado Universal empezara a limpiar el cuerpo social “del tipo deforme, nocivo, apocado, estúpido y melancólico” (Ibíd.: 225), se acometió “la escardadura y cultivo del reino de la naturaleza”, “la gran limpieza del mundo contra insectos nocivos, hierbajos, parásitos y bestias hostiles”. “Ahora, indica el narrador a cuenta de la eugenesia en curso, el hombre estaba escardando y cultivando su propia estirpe” (Ibíd.: 83). Lo cual implica, Winwood lo celebró y frankfortianos y heidegerianos lo lamentaron después, que la ambición de remendar técnicamente los fallos de la naturaleza humana es indisociable de la ambición de remendar técnicamente los fallos de la naturaleza no humana (y viceversa). Dominio de la naturaleza externa y dominio de la naturaleza interna son las dos caras de la moneda antropocéntrica.


    III


    La literatura utópica ha convocado asiduamente a la eugenesia positiva, dedicada, en el contexto histórico-cultural que nos ocupa en este instante, a fortificar los rasgos considerados ética, cognitiva y físicamente deseables fomentando por medio de la procreación regulada que sus (supuestos) portadores se emparejen y tengan descendencia. Si la variante clásica de la eugenesia negativa intenta entorpecer la reproducción de los ejemplares humanos considerados inferiores, la variante clásica de la eugenesia positiva intenta promover la de los ejemplares considerados superiores con vistas a la irrupción en un mañana indeterminado del hombre perfecto en todo. Una vez más, se parte de las premisas no cuestionadas de que i) las cualidades del carácter, en este caso benignas, amén de las cualidades intelectuales, cognitivas y físicas, medran en lo genético- fisiológico y ii) se heredan de generación en generación, iii) siendo viable e ineluctable su reordenación técnica.


    Detengámonos en unos cuantos ejemplos. Transcribiendo fragmentos celebérrimos del Libro IV de La República, Campanella informa en La Ciudad del Sol: “El [Principe] Amor se ocupa de la reproducción, uniendo a los varones con las mujeres de modo que engendren una buena raza; y se ríen de nosotros, que cuidando las razas caninas y equinas, no nos ocupamos de la nuestra” (1999: 27). Cabet insiste en la analogía al sorprenderse de que la “aristocracia y la monarquía... [hayan] descuidado tanto la perfección de la raza humana, mientras que trabajaba sin cesar en perfeccionar las razas de perros y de caballos, y los plantíos de albérchigos y tulipanes” (1985: 136) 7. Ipso facto, menciona al hilo de los experimentos eugenésicos icarianos que “no me atreveré a decirte hasta dónde se extienden las esperanzas de los sabios de Icaria con respecto a la perfección física y moral de la Humanidad” (Ibíd.).


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  6. La distopía literaria, repito la idea, pone en boca de los alienados las mismas palabras que la utopía pone en boca de los emancipados. Escuchemos al doctor Delos: “en su tiempo los hombres gastaron fortunas para mejorar la especie en los animales domésticos; nosotros hemos hecho lo que hubieran tenido que hacer los hombres hace mucho tiempo: hemos mejorado nuestra especie” (Levy, 1975: 118). Los tecnócratas de Lo que será el mundo en el año 3000 no se apartan del guión: “Los ingleses perfeccionaron en otro tiempo a los animales domésticos, con relación a su destino; nosotros hemos aplicado el sistema a la raza humana, perfeccionándola”. (Souvestre, 1887: 81). Omnipresente en el 1984 orwelliano, la eugenesia es censurada por la distopía porque fulmina, viene a decir, el amor y fragmenta a la humanidad de la Madre Naturaleza.

    En aras del mismo perfeccionamiento físico y moral trabaja el Estado Industrial de El año 2000. El doctor Leete especifica a West que la emancipación de la mujer brindada por las reformas económicas propicia que esta no requiera ya del dinero de los hombres para subsistir. Los matrimonios por conveniencia han cesado, y las mujeres eligen a los hombres en virtud de sus cualidades físicas, intelectuales y morales. Por primera vez en la historia humana la selección sexual no encuentra obstáculos. Los mejores dones, “talento, carácter, belleza, elocuencia, generosidad, valor, están seguros de ser transmitidos a la posterioridad. Cada generación, continúa Leete, pasa por una criba más fina que la precedente. Son conservadas las virtudes que atraen la naturaleza humana, y esterilizados los vicios que la alejan” (Bellamy, 1933: 163).


    Aldous Huxley proyectó en La isla una utopía new age, ecologista y cientificista cuyas políticas eugenésicas se basan en la inseminación artificial. Las parejas de casados acuden en tropel al “banco central de linajes superiores. Linajes superiores de todas las variedades de físico y temperamento” (Huxley, 2006: 380-381). Una vez allí, eligen a la carta el excelso esperma. Los padres se sienten orgullosos de conceder a los hijos de su esposa la mejor de las naturalezas. Haldane esbozó treinta años antes una estampa concomitante en Dédalo o la ciencia y el futuro. El afamado bioquímico expone sin alarmismo cómo en lo venidero los embriones madurarán fuera del útero, en un contenedor enteramente artificial, obra y gracia de la conquista científica de la naturaleza. Pese a los conflictos que de seguro suscitará, la ectogénesis acabará imponiéndose. Los individuos nacidos de ella evidenciarán una preeminencia intelectual y ética tan acusada que nadie dudará a largo plazo de su idoneidad. Según el estudiante hipotético del mañana estacionado por Haldane a cargo del texto, las excelencias de los ectogenéticos acaecen porque


    los hombres y mujeres seleccionados como procreadores para cada generación sucesiva son indudablemente tan superiores al tipo medio, que es sorprendente el adelanto que se obtiene en todos los aspectos, desde el incremento de la producción musical de calidad hasta el descenso de las condenas por robo. De no haber sido por la ectogénesis, hubiera fenecido fatalmente la civilización debido a la mayor fecundidad de los seres menos deseables (2005: 69).


    Avanzándose a su camarada Bernal, Haldane delibera que la mejora ética decisiva procederá del control de los elementos malvados del alma humana. A medida que aumente el conocimiento científico de las bases fisiológicas de las pasiones y pulsiones perversas, aumentará la capacidad tecnológica de restringirlas de forma directa y desequilibrar la balanza a favor de las inclinaciones y sentimientos morales (Ibíd.: 71-72, 78-79).


    Dialogando con el Dédalo de Haldane y el Ícaro de Russell, el pragmatista europeo Ferdinand Schiller firmó en 1924 el también prospectivo Tántalo o el futuro del hombre, ensayo especialmente útil para compendiar las ideas utópicas eugenésicas que he explorado. El punto de partida es homónimo al de Stapledon:


    El progreso de la medicina y de la higiene ha disminuido enormemente la selección por mortalidad en todas las clases y ha multiplicado la posibilidad de que sobrevivan y procreen los organismos débiles… El desarrollo de la filantropía los conserva, especialmente en las clases inferiores, donde principalmente la mortalidad era un agente de vigorosa selección y en donde la proporción de mortalidad, a la vez que reaccionaba contra la excesiva proporción de natalicios, servía para aumentar el valor de los supervivientes (1926: 65).


    La proliferación desmesurada de los “organismos débiles” y la reducción alarmante de la tasa reproductiva de las “clases superiores” motivadas por las influencias contra-selectivas de las sociedades industrializadas traen consigo que el progreso se fosilice, que cunda por doquier la degeneración espiritual y que Occidente entero se rinda a un proceso disgenésico de decadencia conducente a la autodestrucción. Ante este panorama, de nada sirve invocar a la altura moral del hombre urbano. A fin de cuentas, razona Schiller con la Primera Guerra Mundial en el horizonte y la hipótesis Mister Hyde en la cabeza, “el hombre moderno… sigue siendo la misma criatura irracional, impulsiva, emocional, alocada, destructora, cruel, crédula, que fue siempre… La historia

    de los últimos cincuenta años comprueba que… sigue siendo capaz de cometer las mayores atrocidades que se registran en la historia… La dolorosa verdad es que la civilización no ha mejorado la naturaleza moral del hombre” (Ibíd.: 50-51).


    ¿Qué hacer entonces? Schiller responde: “conjurar el peligro mediante una reforma adecuada de la naturaleza humana y de las instituciones humanas” (Ibíd.: 70). En lo que atañe al perfeccionamiento del hombre, nuestro filósofo disiente de quienes insisten en conceder a la ética cristiana el poder de hacerlo. Después de dos mil años, afirma, ha quedado certificado el nulo efecto benéfico de dicha ética sobre la conducta moral de las masas. En lo que atañe al perfeccionamiento de las instituciones, Shiller coincide con Winwood en “que es quimérico creer que el Estado ideal ha de conseguirse de un salto, por medio de la revolución social” (Ibíd.: 77). La utopía llegará, por el contrario, tras una larga pero segura evolución, sincronizada con el perfeccionamiento gradual de la naturaleza humana cosechado eugenésicamente de acuerdo a este doble patrón: “Partimos de que ciertos tipos, los cretinos, los enfermizos, los locos, por ejemplo, son indeseables y que nada bueno puede conseguirse con cuidarlos y cultivarlos. Estamos también seguros de que otros tipos, por ejemplo, los inteligentes, los fuertes, los enérgicos, son superiores a los antedichos. Por lo tanto procuraremos mejorar y aumentar estos tipos mejores” (Ibíd.: 82).


    IV


    Tras el shock producido por el nazismo, la narrativa utópica abandonará el imaginario eugenésico discriminatorio y rebosante de prejuicios enarbolado por Campanella, Cabet, Wells y Stapledon (Catalán, 2004: 310)8. Ello no implicará que renuncie a la eugenesia, sino al modelo clásico (victoriano, adjunto al darwinismo social decimonónico) de la susodicha, basado, lo acabamos de documentar, en la regulación selectiva de la reproducción sexual. Como era previsible, la plana mayor de la eugenesia asumió a partir de los años sesenta del siglo XX un temple discrepante con las premisas racistas y clasistas de antaño, extraño al propósito de mejorar tan solo a ciertas razas o clases, volcado en los deberes de mejorar técnicamente a la especie humana en su totalidad o de proporcionar mejoras a quienes las deseen (Sagols, 2010: 28). De este vaivén surge la Human Enhancement, un nuevo nombre para viejas formas de pensar. Bajo su autoridad, la eugenesia negativa aspira a erradicar enfermedades congénitas empleando técnicas de ingeniería genética aptas para corregir o eliminar in situ los genes defectuosos. Por su parte, la eugenesia positiva aspira a suplementar con un raudal de dispositivos el organismo a fin de amplificar sus facultades provechosas y llevarlo a un estado de perfección superior al de la simple salud (Jonas, 1997: 115- 118). Aparece, a los pies de sendos estándares, una intensa reyerta conceptual acerca de dónde y cómo fijar la frontera entre terapia y perfección, o si es viable hacerlo (Úriz, 2012: 62-63).


    Si los enemigos pretéritos de la eugenesia demonizaban las acciones perfeccionistas del Estado apelando, entre otros menesteres, a la libertad individual, los enemigos actuales solicitan al Estado que deponga la neutralidad y proscriba o limite esa misma libertad en lo tocante al uso de las técnicas eugenésicas. La desazón moderna frente al sesgo totalitario de la eugenesia ha dado paso a la desazón postmoderna frente al sesgo liberal de la misma, que deja en manos de individuos particulares la decisión última de utilizar o no sus procedimientos. Algunas de las prácticas vinculadas a la denominada eugenesia negativa liberal ―el aborto terapéutico esencialmente― son equiparadas por determinados foros con el exterminio nazi de enfermos y deficientes, razón que les


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  7. Hay excepciones, caso de Walden Tres. David, administrador eugenésico de una utópica Panamá, codicia evitar la procreación de personas con “problemas genéticos” (enfermedades graves, adicciones como el alcoholismo). Poco después, reflexiona: “Aunque yo había leído cuidadosamente este programa de reforma, al enunciarlo verbalmente me pareció terriblemente duro, ¡espartano!” (Ardila, 1979: 39). La eugenesia clásica reapareció en la California real plagiando el elitismo del “banco central de linajes superiores (Huxley) y de la ectogénesis (Haldane). Me refiero al “Repository for Germinal Choice”, banco de esperma financiado por Robert K. Graham durante 1980 y 1999 cuyos donantes eran presuntamente premios Nobel. Graham ansiaba colmar el mundo de niños mejores, no paliar la infertilidad. Divulgó su mesiánica filosofía (legataria de Hermann Muller) enEl futuro del hombre, libro disponible en: http://www.kevinalfredstrom.com/wp-content/uploads/2009/05/futureofman.pdf.

    lleva a demandar a las autoridades su inmediata supresión. Del mismo modo, múltiples filósofos acusan a la eugenesia positiva liberal de vertebrar tentativas al margen del análisis de los impactos tecnológicos (Camps, 2002), rayanas en la mercantilización absoluta de la especie (Sandel, 2007), dispuestas a dinamitar la autonomía de los descendientes (Habermas, 2002).


    Una corriente filosófica adicional prefiere poner el acento en la dimensión política de la problemática antes que en la ética. Avisa que las costosísimas terapias y mejoras ofertadas por la eugenesia liberal yacen a merced del libre mercado y de la lógica capitalista, siendo así que su acceso solo está y estará disponible para las clases pudientes. Nace alrededor de este comprensible temor un diagnóstico distópico según el cual la combinación de eugenesia y laissez faire amenaza con forjar una civilización totalitaria donde las selectas minorías mejoradas tutelarán a la mayoría no mejorada como si de samuráis wellesianos se trataran, sumando al ya de por sí determinante motor económico de la desigualdad el motor biológico9. La disyunción oscila aquí entre los pensadores que exhortan al Estado a denegar cualquier mejora eugenésica sospechosa de impulsar un futuro parecido, opción de Fukuyama (2003), y los que le solicitan la aprobación apremiante de un aparato legislativo dirigido a garantizar la cobertura universal de las ventajas ligadas a las tecnologías eugenésicas, opción de Mendieta (2002: 110) y Singer (2002: 40).


    Tamañas disquisiciones certifican dos cosas. La primera, y a ella me refería cuando describí a la Human Enhancement con el subtítulo de William James (“un nuevo nombre para viejas formas de pensar”), es que el sistema creencial biologicista, innatista y hereditarista que nos acompaña desde el inicio sigue gozando de gran predicamento, incluso entre varios opositores de la eugenesia. La segunda es que si en el pasado fue la eugenesia negativa la más detestada, hoy es en cierta medida la positiva quien centraliza el grueso de los ataques, al menos de los provenientes del mundo académico.


    V


    El discurso teórico coetáneo sobre la eugenesia menciona a menudo terapias y mejoras inducidas por invenciones tecnológicas ahora mismo inexistentes. Las utopías literarias de las últimas décadas han barruntado, como es su obligación, infinidad de ellas al regazo de la bio y la nanotecnología, la realidad virtual, la cibernética, la electrónica molecular, la neurociencia y la inteligencia artificial. Conjeturan, ocupando el género de la ciencia ficción, artefactos futuristas (nanobots, neurochips, órganos sintéticos, sistemas incorporados de interface, genes rectificados, células industriales) que al ser implantados o dosificados en la corporeidad aumentan instantánea y superlativamente (desbordando la parsimonia y mediocridad de los logros obtenidos mediante la agreste selección sexual) la longevidad, inteligencia, fortaleza y moralidad de los individuos. A su vera, la infinita maleabilidad del hombre corona el summun y la aristotélica disyunción ontológica entre lo natural y lo artificial se difumina en menoscabo del primer elemento y en beneficio del segundo10. Tildada en adelante de carencial e imperfecta, la carne deja de ser inmaculada y cede, para despecho de los intelectuales bioconservacionistasy/o anticientificistas 11, a la hibridación cyborg ergo integral, sistemática― con lo maquinístico.


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  8. Véase: Sagols (2010: 28-31, 34) y González (2005: 119-120). El porvenir poblado por castas genéticamente jerarquizadas fue popularizado por Un mundo feliz (1932). Leída bajo la lente de La isla, es obvio que Fukuyama se equivoca al interpretarla. Tan aristocrático como Wells, Huxley no ataca a la eugenesia, sino a la disgenesia, al hecho de que la búsqueda tecnológica de la excelencia muta bajo el predominio del pensamiento utilitario en producción seriada de rebaños mediocres (Domingo, 2008: 48-49). Al margen de ello, la literatura de ciencia ficción distópica de la postmodernidad surte a los enemigos de la eugenesia de un aluvión de obras donde la desigualdad genética impulsada por la eugenesia liberal y el libre mercado causa verdaderos estragos: Kress (2016), Haldeman (1995), Haldeman (2008), Mosley (2001) y Bacigalupi (2011).


10 Véase: Sádaba (2009: 13, 147-148), Molinuevo (2006: 70) y Haraway (1995: 4, 33).


11 Por ejemplo, Anders (2010: 46-47, 53), Bretón (1994: 197-210), Virilio (1997: 46-47, 51) y Duque (2003: 167-187)

Winwood, Haldane, Muller y Bernal (sin olvidar a Julian Huxley y a los biocosmistas) garabatearon a golpe de cuerpos biónicos, correcciones del ADN y nacimientos por ectogénesis la clave de bóveda del movimiento tecnoutópico más representativo de la Human Enhancement: el transhumanismo. Al inspeccionarlo salta a la vista que la intención de dominar a la naturaleza para mejorar a la especie humana ha dado paso a la intención, muy bien posicionada en los mejores laboratorios y departamentos universitarios del planeta, de eliminar a la naturaleza para crear a una especie mejor. Un axioma abrevia su programa: a mayor desnaturalización (desencarnación, descorporeización), mayor perfección. Aunque los estadios avanzados de un perfeccionamiento tal requieran de tecnologías fuera del alcance actual, el transhumanismo asegura que ya poseemos instrumentos (realidad virtual, diagnóstico genético pre-implantacional, ingeniería genética, drogas, cirugía estética, medicina anti-edad, prótesis) para emprender la cyborgización (Bostrom, 2011: 170).


Motivo de una atención filosófica creciente, el transhumanismo excede las aportaciones de sus miembros oficiales o semi-oficiales (Bostrom, More, Moravec, Kurzweil, Warwick, Hughes) y encarna un estado de opinión acerca del futuro del ser humano que tiene en el deseo del logro tecnológico de la inmortalidad su seña de identidad. Cualquier conocedor de la ciencia ficción utópica contemporánea sabe que el móvil postbiológico de la derrota de la muerte ha desplazado a un segundo plano al móvil postcapitalista de la derrota de la injusticia. Pero eso, indicador de mil y un percances de los tiempos postmodernos, no acarrea siempre (aunque si a menudo) la evaporación de la política reformista o revolucionaria en el seno de la utopía transhumana. Digo esto porque conviene recordar que el trashumanismo no se reduce al libertarismo extropiano. Abarca la totalidad del espectro ideológico. Las mismas tecnologías cyborg que los anti-eugenésicos asignan a una suerte de liberalismo virtualmente distópico, son ensalzadas por las utopías literarias transhumanistas de acento izquierdista. Hallamos ―con el permiso de Accelerando, de Charles Stross― un testimonio singular de lo que estoy diciendo en “La Cultura” de Iain Banks, saga de nueve novelas acerca de una utopía anarcocomunista del futuro lejano donde la economía de mercado, el Estado, las leyes y el cuerpo natural sucumbieron al unísono hace cientos de miles de años. Racionalistas, escépticos, hedonistas y materialistas, los ciudadanos de la Cultura nacen física, moral y cognitivamente perfeccionados merced a la manipulación genética y a las cientos de alteraciones tecnológicas extra que resetean su constitución biológica (glándulas farmacológicas, implantes neurales…). Todos saben que han dejado de ser humanos en sentido estricto. A nadie le importa. Disfrutan de una vida vigorosa de cuatrocientos años de media; juegan, aman, viajan, holgazanean y estudian en un entorno próspero, pacífico y emancipado (Banks, 2004: 13-15). El héroe de Pensad en flebas(novela del ciclo) transcribe punto por punto el zeitgeist transhumano:


Y si jugueteamos con nosotros mismos para alterar nuestra herencia, ¿qué importa? ¿Acaso hay algo que nos pertenezca más que nuestra herencia? ¿Quién está en condiciones de afirmar que la naturaleza se equivoca menos que nosotros?... Todo lo que somos y todo lo que nos rodea, todo lo que sabemos y todo aquello sobre lo que podemos llegar a saber algo se compone en última instancia de pautas y modelos hechos de nada... Por lo tanto, cuando descubrimos que gozamos de cierto control sobre esas pautas y modelos, ¿por qué no crear los más elegantes, los mejores y los más agradables según nuestros propios términos? (Banks, 1991: 361).


El mismo personaje explica: “Nuestros antepasados fueron los huérfanos encontrados en el portal de la galaxia, reproduciéndose continuamente, matando... Sí, algo debía andar muy mal dentro de nosotros, tenía que haber algún factor mutante en el sistema, algo demasiado rápido, nervioso y frenético para nuestro propio bien o el de cualquier otro” (Ibíd.: 358). Por suerte, la Moral Enhancement habilitada por la Cultura lo extirpó. La biomejora ética regenta otras novelas utópicas del transhumanismo progresista. Warren Wagar, por ejemplo, narra en Breve historia del futuro que en el siglo XXII la mayoría de comunidades autorizará el uso de la cirugía genética prenatal “para potenciar la inteligencia, sociabilidad y empatía”, tentativa que consumará la venida de una especie superior, el Homo sapiens altior (1991: 282)12.


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  1. Retorno de las estrellas, distopía ambigua de Stanislaw Lem publicada en 1961, es junto a Limbo (Wolfe, 1987) una de las mejores reflexiones acerca de la mejora moral de tintes transhumanistas que ha dado la ciencia ficción. Después

    El arco filosófico del movimiento se ha hecho un hueco en los debates académicos más formales prescindiendo de las acostumbradas digresiones futuristas de los fundadores y ciñéndose al análisis somero de dilemas éticos y bioéticos probables. Julian Savulescu e Ingmar Persson son dos de las más controvertidas figuras de este transhumanismo de baja intensidad afincado, básicamente, en Oxford. La contribución que les ha aupado al epicentro de la discusión parte de una justificación de la eugenesia concurrente en contenidos puntuales con la de Sloterdijk. A su nada utópico entender en el apartado social, la tecnología moderna fabrica instrumentos cada vez más peligrosos con los que globalizar el mal (armas de destrucción masiva de sencilla fabricación), situación que de seguro se agravará si finalmente el perfeccionamiento cognitivo biotecnológico tiene lugar. Aumentar técnicamente la inteligencia incrementará el riesgo de que los mejorados construyan armas o sustancias letales más sofisticadas. También despejará el camino para que sometan a la población a un orden autoritario. El interrogante a abordar no tiene pérdida: ¿cómo evitar ambas coyunturas sin rendirse al neoluddismo y vetar el desarrollo de tecnologías cognitivamente perfeccionadoras? Según Savulescu y Persson, ascendiendo moralmente en la misma proporción, compensando la Cognitive Enhancement con la Moral Enhancement. Tras siglos de quehacer, precisan, la educación moral a la que tantos interpelan para lograrlo apenas puede contener a Mister Hyde (no más, diría el allegado, que la ética cristiana citada por Schiller). Savulescu y Persson esperan que el conocimiento paulatino de la biología, la genética y la neurobiología suministre drogas, implantes y modificaciones genéticas con las que socorrer a la necesaria pero insuficiente educación, auparnos moralmente a un nivel de excelencia sin precedentes y soslayar las trampas del árbol de la ciencia 13.


    Thomas Douglas delinea una segunda justificación muy citada de la Moral Enhancement. Sostiene que la imputación típica contra la eugenesia del perfeccionamiento (que su aplicación daría lugar a situaciones contrarias a la moral básica y a los Derechos Humanos) funciona cuando se refiere a las mejoras que comportan daños a terceros, caso de las aplicadas sobre la inteligencia, las habilidades físicas o la longevidad, las cuales beneficiarían a quienes las poseyeran en perjuicio de los demás. Pero dicha imputación carece de sentido si se dirige contra la opción de que las generaciones futuras recurran a las tecnologías biomédicas para mejorarse moralmente a sí mismas, contar con motivos de peso para actuar y llegar a ser, en consecuencia, más tolerantes y altruistas 14.


    VI


    En El principio esperanza leemos que “la mejor eugenesia consiste probablemente en buena alimentación y vivienda, en una niñez sin perturbaciones” (Bloch, 2006: 17). Quien adivine en la sentencia la prueba de la militancia netamente ambientalista o culturalista (o historicista, por añadir epítetos) de Bloch se equivoca. No tanto porque niegue el papel condicionador de lo social, que por supuesto no lo hace jamás, sino porque haciendo gala de profesión dialéctica concede paralelamente validez a varias de las tesis biologicistas o naturalistas desgranadas a lo largo del presente escrito. El filósofo del “todavía-no” tantea a la eugenesia desde los márgenes categoriales de su tiempo y la discierne como selección artificial de la procreación. Paso a comentar su enfoque porque provee un marco de referencia extraordinario con el que releer y valorar la totalidad de


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    de pasar lustros hibernando en una nave espacial, Hal Bregg aterriza en la tierra. Estupefacto, acredita que la sociedad que conocía ya no existe. Labetrización, tratamiento inoculado tras el nacimiento para anular la agresividad, la ha cambiado. “Este mundo estaba libre de peligros. No había lugar para la crueldad, la lucha o cualquier clase de violencia; era un mundo de suavidad, de formas y costumbres blandas” (1986: 235). Tajantemente decidido a no betrizarse, Bregg se convierte en el único asesino potencial del mundo. Reconoce que la ciencia ha logrado algo trascendental, cesar el empeño de los hombres por asesinarse, pero opina con el naturalismo usual distópico que “tal vez sería mejor que… dejaran de hacerlo sin semejantes métodos artificiales” (Ibíd.: 45). Para Bregg, la betrización es una mutilación. Con todo, acepta que su parecer no hace justicia a la felicidad, armonía y bienestar del entorno.


  2. Véase: Savulescu y Persson (2012).


  3. Véase: Douglas (2008). Olga Campos (2010) y Adela Cortina (2012) cartografían con tino los puntos más relevantes y peliagudos de la moral enhancement oxfordiana.

    contenidos indagados.


    Veamos; en el corpus genérico blochiano la eugenesia prospera dentro de la medicina utópica, cultivada, a la inversa del temple restaurativo de la medicina práctica (limitada a restablecer la salud del enfermo para que regrese pronto a la fábrica), en el quehacer emancipatorio y desalienante de eliminar como destino ciego el habitus biológico individual. Junto a la determinación del sexo y la eliminación del envejecimiento, la selección artificial de la procreación materializa un impulso médico reconstructivo, insatisfecho con la mera terapia, resuelto a optimizar al cuerpo sano y a liberar la carne de las debilidades innatas. “Estos planes, aclara Bloch, por utópicos que sean, todavía proyectan en parte una sombra reaccionaria” (Ibíd.: 16); proyección que en el caso de la eugenesia fue espantosamente materializada por la aniquilación nazi de los sujetos estacionados fuera de la norma instaurada.


    He mostrado que la eugenesia negativa clásica aplicada en las sociedades imaginarias de Wells, Stapledon y Schiller no vagaba muy lejos de la “cría racional” aplicada en la Alemania hitleriana. La escandalosa falta de rigor científico inherente a la eugenesia de ese porte sale a la luz cuando presentimos que bajo su ascendencia “Beethoven, hijo de un alcohólico incurable, no hubiera nacido” (Ibíd.: 17). Bloch impugna, no hay discusión posible, la teoría clasista y racial de la herencia apoyada por los sectores retrógrados de la eugenesia clásica. Pero ello no le lleva a abandonar la tesis de que las altas capacidades están, en algún grado, determinadas por lo biológico. Tampoco a desechar, ni mucho menos, la opción de incrementarlas eugenésicamente. Lo que dictamina es que el uso de la eugenesia debe aplazarse mientras la comprensión de los mecanismos de la herencia y de los componentes fisiológicos vinculados al carácter no sea científicamente sólida e incontrovertible, “mientras sigan siendo fisiológicamente desconocidas… las condiciones de esa extraña… «hormona», o como quiera que se llame a lo que produce las dotes creadoras” (Ibíd.: 18). Hasta que sepamos cómo dominar tal elemento, Bloch impele a basar el perfeccionamiento del hombre en el hecho contrastado de que ciertas circunstancias sociales y económicas lastran las capacidades de la mayoría de seres humanos. Antes de planificar el derribo del cuerpo decrépito, se hace ineludible, pues, planificar el derribo del suburbio real.


    A ojos de Bloch, en un mundo repleto de sufrimiento innecesario y evitable “el alto oficio de ser un mejorador del cuerpo” (Ibíd.: 22) parece una broma de mal gusto si se ejerce al margen del alto oficio de mejorar la sociedad (Ibíd.: 26). Huelga indicar la actualidad de este reparo, concretamente para reprender a los partidarios de la Human Enhancement (valedora postmoderna de la medicina utópica) que se muestran tan esperanzados en la causa de construir un cuerpo mejor como ajenos a la de construir un mundo mejor. A gente así (bastante numerosa, para qué nos vamos a engañar), El principio esperanza les invoca a considerar que es “la sociedad misma [la que] está sucia y enferma… la que, en primer lugar, necesita atención clínica y planificación” (Ibíd.: 29), que los hombres “no andan… con paso erguido si la vida social está todavía torcida” (Ibíd.: 30).


    Debería ser ya evidente que Bloch no se opone a la eugenesia tal cual, sino a “la manera en que ha sido utilizada” (Ibíd.: 27) por los distintos regímenes capitalistas. Así las cosas, el razonamiento blochiano nos impulsa a retomar los eternos y pertinentes interrogantes acerca de quién selecciona a los seleccionadores de la especie y bajo qué intereses y oscuros supuestos se fijan con antelación las nociones (de por sí relativas, contingentes, situadas e ideológicas) de lo normal, lo superior, lo imperfecto, lo defectuoso, etcétera. Bloch es tajante: “Solo una sociedad no capitalista puede hacerse con el problema de la eugenesia con otros medios y cánones de la selección” (Ibíd.: 17): “solo en una economía distinta a la economía de la ganancia se desintoxican los sueños de la intervención y de la reconstrucción orgánica” (Ibíd.: 30). Esos sueños, nacidos de la insatisfacción utópica del hombre con la carne propia y de la revuelta humana contra la tiranía de la naturaleza, serán, espera Bloch, concretados en la “patria de la identidad” por medio de una eugenesia igualitaria ideada para que el punto de partida orgánico de los seres humanos “no esté mucho más mediatizado que su punto de partida social, a fin de que no permanezcan siervos de sí mismos, una vez que ya no lo son en la sociedad” (Ibíd.).


    Por lo que hace al perfeccionamiento ético del hombre merced a la eugenesia, Bloch apunta: “Todo

    habla a favor de reducir ―incluso por el camino de la selección orgánica― los impulsos agresivos y de fomentar los impulsos sociales; de la misma manera a como se ha aumentado el valor alimenticio de los cereales y el dulzor de las cerezas. Pero la sociedad seleccionadora tiene ella misma que ser seleccionada, para que el nuevo valor alimenticio humano no se determine por las exigencias de los caníbales” (Ibíd.: 18-19). De nuevo, encontramos sobre la mesa cuestiones elementales. Cuando se habla de expandir moralmente al hombre empleando la eugenesia, ¿en base a qué convicciones éticas ciertas conductas se considerarán virtuosas y otras no? ¿Qué tabla de valores se adoptará de referencia para la selección? ¿Quiénes y cómo la elegirán? ¿Qué ser brotará realmente del perfeccionamiento?


    VII


    La tentativa de perfeccionar eugenésicamente la moralidad humana (o la inteligencia, o la creatividad…) bebe en diferentes grados, al igual, insisto, que la mentalidad confesa o tácita de algunos de sus opositores (Fukuyama, Habermas), de una interpretación determinista de lo biológico colindante con la pseudociencia (Mendieta, 2002: 101-102). Hoy sabemos que el sistema genómico no es cerrado ni inmutable, ni la presión que ejerce unívoca o mecanicista. Las investigaciones en curso acentúan, más bien, la capacidad de los estímulos ambientales para modificar el fenotipo (también las conexiones neurales, por ejemplo), y refrendan que entre la biología y el entorno se extiende una complejísima trama de interacciones e interrelaciones causales cuya sinergia estamos empezando apenas a balbucear (Jordan, 2001: 22-28, 114-121). La representación más avanzada del dualismo naturaleza-cultura no hace sino apoyar la hipótesis de que los genes (o las neuronas, o los instintos) no constituyen la totalidad de la persona, y que en consecuencia la modificación genética alentada por la human enhancement solo alteraría una de las variables implicadas en su formación. De ello se infiere que aunque “llegaran a identificarse el gen de la inteligencia, de la belleza o de la honradez (hipótesis que, hoy por hoy, es pura fantasía, lo que no impide que se especule y se frivolice con ella en los medios de comunicación), esos genes por sí solos no serían determinantes de las cualidades intelectuales, estéticas o morales del individuo” (Camps, 2002: 58). Difícilmente, me atrevo a pronosticar, se identificarán genes así. Primero, porque cada gen es multifuncional e influye en fenotipos distintos. A nivel práctico la multifuncionalidad (o pleitropía) implica que si borrásemos o redujéramos alguna vez el gen que creyéramos comprometido con el fenómeno llamado “violencia” correríamos el riesgo de borrar o disminuir paralelamente el fenómeno complementario llamado “simpatía” (u otros que no habríamos previsto ni deseado modificar). El parque humano se poblaría de legumbres. Segundo, porque el funcionamiento de los genes es holístico. No hay un gen de X o de Y, sino a lo sumo “localizaciones” en el regazo de una exorbitante arquitectura reticular. Dicho esto, “¿cuál sería, entonces, la efectividad de manipular los supuestos genes de la ética? Lo más seguro es que alteremos ciertas sustancias bioquímicas que al entrar en relación con otras y con el ambiente den resultados muy lejanos al esperado” (Sagols, 2009: 64).


    Inconvenientes semejantes contradicen a la manera consecuencialista la realizabilidad e idoneidad de iniciar a medio plazo la eugenesia basada en la manipulación genética. Confiar a cuenta de idéntico determinismo en la farmacología ya existente tampoco parece una opción funcional e indolora. Savulescu y Persson aciertan al recalcar las notables limitaciones perfeccionadoras de la educación. Mutatis mutandis ha de señalarse de una de las alternativas que promueven. Daré una muestra de ello. A los niños de entre tres y diecisiete años diagnosticados con el polémico Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH), más de un 11% en los Estados Unidos, se les receta Ritalin, nombre comercial dado al metilfenidato, psicofármaco (“droga de control social” a juicio de los críticos)15 estructuralmente similar a las anfetaminas que actúa sobre el sistema nervioso central. La prescripción se ha justificado durante décadas arguyendo, sin indagación alguna que lo probase y subestimando los efectos colaterales (cefalea, temblor,


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  4. Chorover (1982: 173-177) da voz a los argumentos teóricos contrarios a la diagnosticación del TDAH (patología, a su entender, ficticia, fabricada por el poder psiquiátrico) y a la administración del Ritalin (somahuxleyano con el que sedar al no disciplinado).

    insomnio, inapetencia…), que el producto optimizaba el rendimiento escolar, la capacidad de empatía y el sentimiento de bienestar de los afectados. Pues bien, un equipo de investigadores encabezado por la economista de la Universidad de Princeton Janet Currie efectuó durante el período comprendido entre 1994 y 2008 un seguimiento de diez mil niños de Quebec tratados con el citado medicamento. El colofón del estudio es demoledor: el fármaco (ingerido con resultados más que ambiguos y discutibles por no pocos universitarios con el objeto de potenciar la concentración y la memoria de trabajo) ha empeorado las capacidades cognitivas, morales y sociales de los niños. Justo es reconocer que tal vez el empeoramiento obedece también a agentes externos al Ritalin. Currie explica que una vez recetado los padres, profesores y especialistas de la salud se acomodan y prescinden del refuerzo escolar y la psicoterapia, contribuyendo al agravamiento de la sintomatología. La investigación resuelve que propiedades como la inteligencia, la moralidad y la sociabilidad no dependen exclusivamente de lo biológico, y que su incremento es inviable sin las actuaciones ambientalistas adecuadas16.


    Ante los datos aportados, los militantes más confiados de la Human Enhancement replicarían que es erróneo saltar inductivamente de “lo que es” a “lo que será”, que ningún fracaso actual (fracaso que relativizarían a base de contraejemplos) impide que la biotecnología y la farmacología futuras conquisten niveles de precisión suficientes para amplificar la virtud de forma mucho más segura, rápida e infalible de lo que las medidas culturales harán jamás. La sección más cauta admitiría que la mejora científico-tecnológica de las propensiones morales se antoja complicada, pero agregaría que ello no es óbice para reflexionar acerca de cómo justificar su uso si lo fuera. Dado que ambos grupos estarían en lo correcto, ¿hasta qué punto resulta coherente rectificarlos aduciendo a razones empíricas? ¿No plagia además ese gesto a los consabidos baños de realidad que los conservadores de ayer y de hoy lanzan a la cara de las utopías anticapitalistas? En cierto modo sí, salvo por un matiz nada desdeñable. Los teóricos y científicos actuales afines a la eugenesia perseveran en el tic de emitir hipótesis sobre el cerebro, la herencia y los genes cargadas de ínfulas científicas y pretensiones de objetividad. De ahí que sea proporcionado objetarlas en base a evidencias disímiles a las suyas, no para estigmatizar a la cyborgización en sí misma, sino para conciliar su fisicalismo antropológico con una descripción ambientalista del ser humano e impedir que su función utópica devenga abstracta, resorte del whisful thinking. Toda utopía tiene intención de realizar su contenido, y la vertebrada de soslayo por la sección filosófica de la Human Enhancement no es una excepción. Difícilmente llegará a conseguirlo si se nutre de creencias equivocadas, si se resiste a aceptar que por mucho que avancen (y esperemos que lo hagan a fin de suprimir enfermedades y prolongar la duración de la vida humana) los conocimientos sobre el ADN y las tecnologías para manipularlo las contingentes y cambiantes circunstancias históricas donde moran los seres humanos continuarán moldeándolos y siendo moldeadas por ellos.


    Sin demérito de lo indicado, no puede pasarse por alto que la objeción al determinismo biológico de la eugenesia no es únicamente epistémica, sino política. Antes expuse que los utópicos de la modernidad vinculados a la eugenesia victoriana (Winwood, Haldane, Bernal, Schiller, Wells) frecuentaron con entusiasmo la hipótesis Mister Hyde. Siendo verdad que ubicaban la fuente última del mal en la naturaleza de los individuos, no menos cierto es que (salvedad hecha de Winwood) otorgaban al contexto la capacidad de alentarlo o disminuirlo, incluso de manufacturar males supletorios. Si tuviera que simplificar su punto de vista, diría que para ellos el igualitarismo económico sedaba a la bestia (el capitalismo la espoleaba, sacaba lo peor de nosotros) y la eugenesia negativa la fulminaba irrevocablemente. Utopía social y utopía tecnológica cooperaban después de todo, aunque la segunda se supeditaba a la primera.


    Por su parte, la jefatura de la Human Enhancement prolonga la tradición de estacionar en lo biológico la raíz de los conflictos sociales, pero minusvalorando en un grado muchísimo mayor el papel determinativo del entorno y fragmentando a la ciencia y a la tecnología de la política revolucionaria. La maniobra casa como un guante con la escasez de crítica social que caracteriza a los textos del gremio. A excepción de diversos grupúsculos y autores underground, el grueso de los cabecillas teóricos del transhumanismo discurre de espaldas a los ideales igualitaristas promovidos

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  5. El estudio (Do Stimulant Medications Improve Educational and Behavioral Outcomes for Children with ADHD?) se lee en: https://wlww.pdx.edu/sites/www.pdx.edu.econ/files/ADHD_slides_Currie.pdf.

por sus predecesores. Instan, lo avancé al hablar de Bloch, a reformar el cuerpo sin reformar, o sin hacerlo significativamente, la sociedad, a superar la naturaleza sin superar el capitalismo. Su radical oposición a los imperativos biológicos contrasta con su conservadora aquiescencia ante el orden económico reinante. Imaginan futuros emancipados del carbono, pero no del libre mercado. Soñando así, lo justifican, lo exculpan, lo redimen de cualquier responsabilidad. Pero el caso, paradójicamente, es que la eugenesia por ellos defendida bien pudiera abrir las puertas al cambio social utópico. Imaginemos por mor del argumento que la moralidad fuera susceptible de acrecentarse a través de alguna tecnología vanguardista, que la Moral Enhancement colmara las urbes de ciudadanos generosos, empáticos, fraternales, comprometidos sin poder evitarlo con el imperativo categórico y el modus vivendi postconvencional. O ni siquiera eso, imaginemos que solo los ricos mutaran en gente de tal condición. ¿Quién en sus cabales cree que el sistema hoy circundante saldría indemne?


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