https://doi.org/10.34024/prometeica.2024.31.16173
EL REALISMO EN LA EPISTEMOLOGÍA DE EVANDRO AGAZZI
REALISM IN EVANDRO AGAZZI’S EPISTEMOLOGY
O REALISMO NA EPISTEMOLOGIA DE EVANDRO AGAZZI
(Universidad Pontificia Bolivariana, Colombia)
(Universidad Pontificia Bolivariana, Colombia)
Recibido: 19/01/2024
Aprobado: 11/08/2024
RESUMEN
En la tradición filosófica occidental, los pensadores ligados al realismo clásico han recurrido a dos imágenes para ilustrar la concepción realista: la del objeto que los científicos piensan existente “fuera de ellos” y la del objeto que “no depende de ellos” porque no lo pueden modificar o cambiar a placer. Agazzi ha expuesto en su obra por qué el “adentro”, el “afuera” y la “independencia” no le parecen esquemas útilmente aplicables en la discusión sobre el realismo. El presente artículo presenta una breve síntesis de la carrera intelectual del filósofo y físico italiano Evandro Agazzi, explicando la influencia del objetualismo de Gustavo Bontadini en su propuesta epistemológica; posteriormente, desarrolla la respuesta de Agazzi a la disputa entre el idealismo y el realismo con base en conceptos como resistencia, referencialidad, protocolaridad y operacionalidad. Finalmente, se ofrece una conclusión a manera de cierre.
Palabras clave: realismo. epistemología. Evandro Agazzi. conocimiento científico. referencialidad.
ABSTRACT
In the Western philosophical tradition, thinkers linked to classical realism have resorted to two images to illustrate the realist conception: that of the object that scientists think exists “outside them” and that of the object that “does not depend on them” because they cannot modify or change it at will. Agazzi has exposed in his work why “inside”, “outside” and “Independence” do not seem to him to be schemes usefully applicable in the discussion of realism. This article presents a brief synthesis of the intellectual career of the Italian philosopher and physicist Evandro Agazzi, explaining the influence of Gustavo Bontadini’s objectualism on his epistemological proposal; subsequently, it develops Agazzi’s response to the dispute between idealism and realism based on concepts such as resistance, referentiality, protocolarity and operationality. Finally, a conclussion is offered by way of closure.
Keywords: realism. epistemology. Evandro Agazzi. scientific knowledge. referenciality.
RESUMO
Na tradição filosófica ocidental, os pensadores ligados ao realismo clássico recorreram a duas imagens para ilustrar a conceção realista: a do objeto que os cientistas pensam existir "fora deles" e a do objeto que "não depende deles" porque não o podem modificar ou alterar à sua vontade. Agazzi explicou na sua obra porque é que "interior", "exterior" e "independência" não lhe parecem ser esquemas úteis na discussão do realismo. Este artigo apresenta uma breve síntese da trajetória intelectual do filósofo e físico italiano Evandro Agazzi, explicitando a influência do objetivismo de Gustavo Bontadini em sua proposta epistemológica; em seguida, desenvolve a resposta de Agazzi à disputa entre idealismo e realismo a partir de conceitos como resistência, referencialidade, protocolaridade e operacionalidade. Por fim, apresenta-se uma conclusão à guisa de fechamento.
Palavras-chave: realismo. epistemologia. Evandro Agazzi. conhecimento científico. referencialidade.
Hijo de Aldo Agazzi, quien fuera maestro de pedagogía en la Facultad de Humanidades y decano de la Facultad de Educación de la Universidad Católica de Milán, Evandro Agazzi nació el 23 de octubre de 1934, en la ciudad italiana de Bérgamo, capital de la provincia con el mismo nombre, ubicada en Lombardía, a unos 40 km., relativamente cerca a Milán. Tempranamente, manifestó aprecio por el saber humanístico, aun cuando se decantó por la física, la lógica y la matemática. En 1957, obtuvo el doctorado en Filosofía en la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán. En este primer periodo de su carrera intelectual resultó sumamente importante el trabajo de su profesor Gustavo Bontadini, profesor de filosofía teórica en la mencionada universidad cuya línea principal era la neoescolástica (Castellanos, 2020). En lo sucesivo, fue profesor asistente en la cátedra de Bontadini.:
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La obra bontadiana que más ha contribuido al surgimiento de la filosofía objetualista es Indagini di struttura sul gnoseologismo moderno, en cuanto que el objetualismo realista agazziano es, por así decir, la disolución de las aporías gnoseologistas individuadas por Gustavo Bontadini en el entero arco de la filosofía moderna 1
(Rossi, 1986, p. 419).
El dualismo gnoseológico afirma la existencia de una realidad debajo y más allá del mundo fenoménico, la cual es, en línea de principio, incognoscible. Agazzi elimina la aporía gnoseologista, mostrando la autocontrariedad de tal posición en toda la filosofía moderna. La contradicción gnoseologista es, en otras palabras, la declaración de que no se puede conocer lo que ya se está conociendo. En este punto, Agazzi recibe la influencia del pensamiento de Bontadini.
En 1960, tuvo lugar el Congreso Nacional de Lógica, considerado por muchos como el comienzo de una fase novedosa en la historia de la filosofía italiana de la ciencia. Agazzi se encontraba entre los participantes, no pocos de ellos orientados por Ludovico Geymonat, “padre de la epistemología italiana” (Alonso, 1997, p. 9).
En 1957, Agazzi estudió Lógica formal en Marburgo, disciplina que siguió profundizando en Münster en 1961. En este mismo año, Agazzi hizo un posgrado en Filosofía de la ciencia en Oxford. En 1963, obtuvo la habilitación docente en Filosofía de la ciencia y, en 1966, la de Lógica matemática. Trabajó en la Universidad de Génova como catedrático titular de Filosofía de la ciencia por más de veinte años, fue director de su departamento de Filosofía por nueve años y distintas universidades de todo el mundo lo han tenido como profesor visitante (Rengifo, 2017).
1 Todas las citas que, originalmente, están en idiomas diferentes al español, han sido traducidas por el autor.
Su labor docente e investigativa ha tenido a las ciencias y las letras como ámbito, especialmente, en lo referido a los fundamentos lógicos de las ciencias y a los conceptos necesarios para entender el mundo como totalidad:
En particular, se podría estar interesado en indagar la realidad desde el punto de vista no de la “totalidad de la experiencia”, sino desde la totalidad, sin especificaciones ulteriores. En tal caso, no estaríamos obligados a limitarnos a enunciados que pudieran ser reconducidos a la experiencia. Tal condición es obligatoria para la ciencia, solamente porque la “totalidad de la experiencia” constituye su esfera específica de indagación, pero ésta no puede ser una condición para admitir enunciados que se refieran a la totalidad sin limitaciones. Ahora bien, si calificamos la metafísica como el esfuerzo de indagar la realidad desde el punto de vista de la totalidad, lo que es diferente de indagar desde la “totalidad de la experiencia ”, el principio de verificación no podrá constituir una objeción, porque es simplemente un criterio de “ demarcación”, que circunscribe sólo el dominio de la ciencia (o sea, el dominio de la “totalidad de la experiencia”). Puede decirse que aquello que no satisfaga este principio cae fuera de la ciencia, pero no fuera de toda indagación dotada de significado (Agazzi, 2000, pp. 55-56).
El pensamiento de Agazzi y, concretamente, su propuesta epistemológica, hunde sus raíces en figuras cimeras de la filosofía antigua y medieval y, en la época contemporánea, de su compatriota, el filósofo Gustavo Bontadini (1903–1990), quien dirigió su tesis doctoral y fue gran influencia en el realismo científico presente en su epistemología.
La historia de la filosofía moderna es para Bontadini la historia del gnoseologismo, esto es, la historia que recoge un esfuerzo denodado por encontrar un puente entre las representaciones del entendimiento humano y las cosas. El gnoseologismo determina así una transmutación de los fundamentos, del ser al pensar, de la realidad a la representación. En este aspecto gnoseológico hunden sus raíces todos los demás aspectos del pensamiento moderno.
Los resultados de la especulación bontadiniana sobre el gnoseologismo son plenamente asumidos por Agazzi. La aporía gnoseologista —afirmación según la cual más allá del mundo de las representaciones existe una realidad incognoscible— es calificada por Agazzi como contradictoria, como lo muestra su propio desarrollo a lo largo de la historia de la filosofía moderna. La crítica al gnoseologismo está presente en la gran mayoría de sus escritos epistemológicos y constituye una de las bases en las que se apoya la teoría objetualista.
Por último, cabe también destacar el influjo que el rigor teórico del discurso de Bontadini ha significado para la concepción de una relación equilibrada entre conocimiento científico y filosófico, característica esencial del pensamiento de Agazzi.
En lo que se refiere, en cambio, al discurso sobre la relación entre ciencia y metafísica, no se ha de olvidar que si Agazzi ha logrado dar una de las más rigurosas formulaciones del modelo de la racionalidad científica, igualmente potente y rigurosa ha sido la formulación bontadiniana del modelo de racionalidad filosófica, de modo que el sucesivo discurso de Agazzi sobre la relación entre ciencia y metafísica, ha encontrado sus bases adecuadas en este ámbito de extremo rigor teorético (Rossi, 1986, p. 419).
Tras el periodo que concluyó en 1968, dedicado, fundamentalmente, a la investigación sobre las ciencias formales, Agazzi trasladó sus intereses al problema de la fundamentación de las ciencias empíricas, tema que profundizará durante una década aproximadamente. Esta indagación constituirá, paulatinamente, las bases de la teoría objetualista, que constituye su contribución más original y destacada a la filosofía de la ciencia y desde la cual es posible fundamentar la naturaleza y alcance de la ciencia en una perspectiva acorde con las tesis centrales del realismo.
El anti-realismo que todavía predomina en la epistemología contemporánea radica, propiamente, en una concepción según la cual no tiene sentido hablar de teorías verdaderas, ya que la ciencia se limitaría a elaborar teorías que satisfacen únicamente el requisito de ser coherentes con los hechos comprobables, verificables y mensurables (Agazzi, 2012).
La reflexión sobre la ciencia se presenta, pues, en los días actuales, particularmente urgente. Es necesario profundizar, fuera de todo esquema ideológico preconcebido, en los aspectos que caracterizan la racionalidad científica, haciendo hincapié en su prioridad cognoscitiva y analizando su peculiar fiabilidad. En este punto son valiosas e interesantes las indicaciones que proporciona la epistemología realista de Evandro Agazzi, que pretende exponerse a lo largo de este trabajo.
Se considera que el pensamiento de Agazzi permite afrontar con rigor y profundidad los temas relacionados con la investigación sobre el estatuto epistemológico de la ciencia experimental. La elección del estudio de este autor viene motivada por tres hechos fundamentales: en primer lugar, su amplio conocimiento tanto de la historia de la ciencia como de las diversas líneas epistemológicas contemporáneas, lo que proporciona una interesante y completa visión del estado de la cuestión; en segundo lugar, el considerable reconocimiento internacional a su labor epistemológica que le ha llevado a desempeñar importantes tareas directivas en conocidas instituciones filosóficas profesionales; por último, el enfoque realista que caracteriza su formación filosófica y los resultados de su investigación sobre la objetividad científica, los cuales abren paso a una equilibrada comprensión de las relaciones entre la ciencia experimental y las demás formas de conocimiento, especialmente, la filosofía.
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En la historia de la filosofía, se ha llamado realismo a la postura según la cual el entendimiento puede conocer seres transubjetivos15F , aun cuando no los capte en toda su realidad. La afirmación de esta tesis no implica negar que el conocimiento humano es relativo al modo de ser humano. Solo es necesario que esa relatividad se entienda como algo que hace al hombre incapaz de conocer lo real enteramente, en la plenitud de su ser, pero no como algo que lo incapacita totalmente para conocer lo real (Millán, 2002). Lo limitado e imperfecto de la facultad cognoscitiva del ser humano no es óbice para afirmar la certeza y el acierto de sus actos. El realismo, pues, se opone al idealismo, teoría filosófica según la cual todo ser consiste en ser-objeto de alguna actividad cognoscitiva (idealismo absoluto).
El realismo puede ser crítico o natural. El realismo crítico intenta ser un punto intermedio entre el idealismo y el realismo. Afirma que los objetos directamente captados por la mente humana son intrasubjetivos, incluso, las sensaciones externas, y, además, que esos objetos meramente intrasubjetivos le permiten al entendimiento humano saber que existen entes transubjetivos y tener de ellos un conocimiento analógico, es decir, un conocimiento que, en algo se acerca al ente real, pero por medio de su representación, sin alcanzarlo propiamente (Millán, 2000).
El realismo natural afirma que el entendimiento humano conoce, inmediatamente, seres transubjetivos, tesis que no se demuestra de una manera positiva, pero que se confirma al verificar el absurdo de la tesis opuesta. Como afirma Noël (1938), de un clavo pintado en la pared no se puede colgar más que una cadena igualmente pintada. Así pues, “si todo lo que captamos de una manera inmediata fuese exclusivamente una afección subjetiva, no podría ser lícito el tomarlo como una base objetiva para probar la existencia de alguna realidad extramental” (Millán, 2002, p. 356). El realismo natural es el que mantuvieron, por ejemplo, Aristóteles, Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, quien, en su célebre De veritate, afirma:
La primera comparación del ente al entendimiento es ésta: que el ente corresponda al entendimiento, correspondencia que se denomina “adecuación de la cosa y el entendimiento”. Y en esto se cumple formalmente la noción de lo verdadero. Luego, esto es lo que añade lo verdadero al ente: la conformidad o la adecuación de la cosa y del entendimiento. Y, como ya se ha dicho, a esta conformidad sigue el conocimiento de la cosa. Así, pues, la entidad de la cosa precede a la noción de verdad, y el conocimiento es como un efecto de la verdad” (q. 1, resp.).
2 Transubjetivo: Que está más allá del sujeto, que no se reduce a ser representación mental del sujeto. Es otra forma de decir “objetivo”.
Aquí, Tomás de Aquino expresa la clásica noción de verdad desde la teoría de la correspondencia o adecuación. El entendimiento humano es medido por la realidad, de modo que sus conceptos no son verdaderos per se, sino en la medida en que se ajustan o se adecúan a la realidad.
El realismo natural fue más o menos dominante durante toda la Antigüedad y la Edad Media. Algunos autores ubican su crisis en el giro copernicano que llegó con el pensamiento de Kant (siglo XVIII) (Heidegger, 2014); otros, lo sitúan en Descartes (siglo XVII), donde ya se anticipa mucho del proyecto kantiano y se traslada el centro de análisis de la realidad a las capacidades cognoscitivas del hombre (Damasio, 1994); también hay quienes van varios siglos atrás e identifican el nominalismo de Ockham como el momento de quiebre en el que el realismo natural recibe su golpe de gracia como gnoseología dominante (Caturelli, 1977).
El nominalismo de Ockham se ubica en la disputa de los universales, que tiene sus orígenes más remotos en la filosofía griega antigua, es decir, en el inicio mismo de la filosofía como esfuerzo ordenado y sistemático de responder a las preguntas fundamentales del ser humano. Esta es la clave para comprender la crisis del realismo natural y lo que podría llamarse abandono del ser en la historia de las ideas. Comprenderlo será esencial para ubicar el trabajo de Agazzi y darle su debida importancia (Minazzi, 2015).
El anti- realismo de algunos científicos y de muchos epistemólogos ha terminado por unirse a una verdadera y propia aniquilación del realismo operada en el ámbito filosófico y cuyos orígenes se remiten al siglo XIV. Es notorio que el mismo empirismo lógico, a menudo, ha equiparado la elección realista a una elección de fe que haría parte de las convicciones profundas del científico, pero que no tendría valor si se toma en cuenta el rigor de las teorías científicas.
Sin embargo, si se quisiera afrontar el problema del realismo con mayor precisión sería fácil mostrar que, en realidad, la cuestión es más compleja y no puede cerrarse de un modo sumario y definitivo. Agazzi afirma que existen síntomas de realismo que pueden ser encontrados al interior de la práctica científica. Según el filósofo italiano, la investigación científica parte siempre del llamado realismo espontáneo del científico, definido como “un tipo de actitud irreflexiva que acompaña la actividad de investigación del hombre de ciencia, el cual está convencido de examinar lo real, de hacer descubrimientos, de tratar de establecer ‘cómo son las cosas’” (Agazzi, 1994, pp. 91-92). No obstante, es necesario reconocer que la pretensión típica del realismo ingenuo de presuponer una “realidad externa”, que sería simplemente “fotografiada” por el sujeto cognoscente, ha constituido, históricamente, la premisa teórica para el desarrollo de la argumentación escéptica. De hecho, el escepticismo ha introducido en la discusión el sentido teorético del realismo ingenuo; el escepticismo representa la cara simétrica del realismo porque representa la autocrítica del realismo.
Existen maneras muy diversas de concebir un realismo y el escepticismo es un síntoma de esta situación. Agazzi plantea una vía para resolver, por lo menos, algunos de los equívocos atinentes a esta cuestión:
“Existe una realidad externa al pensamiento”. Esta formulación puede ser llamada ingenua porque recurre
―en un modo vago y cuasi incomprensible― a una categoría espacial (la de la exterioridad), que no tiene algún rol en la sustancia del problema. En tal sentido, también cuando se habla de “mundo externo”, se utiliza no ya un auténtico concepto, sino una imagen, una figuración intuitiva según la cual el sujeto está como encerrado dentro de su esfera (no gratuitamente se habla de “esfera de la subjetividad”) (Agazzi, Minazzi y Geymonat, 1989, p. 79).
Pero, en sentido estricto, ¿qué es esa esfera? ¿quizá la bóveda craneal del sujeto cognoscente? ¿o su piel? Debe notarse que, según la manera más antigua y más difundida de concebir el pensamiento en la historia de la filosofía, este se caracteriza por el hecho de no ocupar espacio alguno. Con base en esta consideración se ve cómo el recurso a la categoría espacial no permite formular correctamente el problema del realismo (Agazzi, 2015).
No se obtienen resultados mucho mejores caracterizando el realismo mediante otra formulación muy difundida: “Aquello que conocemos es una realidad independiente del pensamiento”. La posible fuente
del equívoco es la noción de “independencia”. En cualquier caso, esta expresión puede ser pensada en un sentido ontológico ―y equivale así a afirmar que la existencia del objeto conocido no depende, o sea, no es causada, por la actividad cognoscitiva―, pero también como manifestación de una ausencia de relación. En este segundo sentido se incurre fácilmente en una posición insostenible. “Ningún sujeto puede ser conocido sino en cuanto está en relación con la actividad cognoscitiva humana, como ha sostenido una extensa tradición de filosofía clásica” (Agazzi, Minazzi y Geymonat, 1989, p. 79). Sin lugar a dudas, el objeto conocido depende, en cuanto a su ser conocido, a su cognoscibilidad, del pensamiento, y sería ingenuo un realismo que quisiera negar este hecho.
Habiendo llegado a este punto, se puede delinear cuál pueda ser la posición de un realismo no ingenuo: sin afirmar que la realidad es externa al pensamiento ni que es independiente del pensamiento en su ser conocida, este realismo afirma que la realidad no es reductible al pensamiento. Este es el punto esencial por el cual esta gnoseología conserva los elementos fundamentales del realismo clásico. El sentido de tal irreductibilidad al pensamiento se puede aclarar de este modo: ciertamente, la realidad no es extraña al pensamiento ―o sea, el pensamiento está en capacidad de acceder a ella―, pero no es identificable con el pensamiento. Naturalmente, esta afirmación exige que se precise, al menos sumariamente, qué se entiende por realidad. Ahora bien, una de las características del realismo defendido por Agazzi y que considera esencial para todo realismo que aspire a ser teoréticamente convincente es la siguiente: “tenemos el derecho de considerar real todo aquello que es diverso de la nada. Entonces cuando afirmo que algo es real no me empeño aún en afirmar de cual ‘tipo de realidad se trata’” (Agazzi, Minazzi y Geymonat, 1989, p. 80). Es suficiente sostener que se trata de algo diverso de la nada.
Cuando Agazzi afirma que el pensamiento accede a la realidad, la toma, quiere decir que todo conocimiento no puede ser sino conocimiento de algo, y, entonces, no puede ser otra cosa que conocimiento de la realidad; en otro caso, sería conocimiento de nada y, por consiguiente, no sería conocimiento. Esta es una primera razón a favor de la tesis según la cual la realidad no puede ser extraña al pensamiento. Otra razón es que el pensamiento mismo es distinto a la nada, no puede actuar a menos de que sea real, de que constituya una forma de realidad; también en este sentido pensamiento y realidad no son extraños el uno al otro (Sankey, 2015). Sin embargo, esta no extrañeza no comporta identidad: realismo no significa monismo.
De hecho, para decir que más allá del objeto que conozco hay otro, debo haberlo encontrado de alguna manera, debo, cuando menos, haber averiguado que es. Sin embargo, esto ya representa conocerlo, porque conocer un objeto no puede ser otra cosa que averiguar su existencia y conocerlo “detalladamente” ―es decir, conocer también qué cosa es y cómo es, además de conocer que es― equivale a averiguar la existencia de sus determinaciones. En ningún caso, por tanto, el conocer puede ser otra cosa que averiguar una existencia y, por otra parte, no es posible afirmar ninguna existencia sino como averiguada, y no puede ser afirmada como posible sino como averiguable (…) La posición correcta del realismo es aquella que supone entre lo objetivo y lo real una relación de inclusión. Todo lo que es objetivo es real, pero todo lo que es real no es objetivo (Agazzi, 1978, pp. 432-433).
Así, pues, un realista admite que la realidad presenta diversos niveles, aspectos o articulaciones, entre los cuales está también el pensamiento. Quien afirma la identidad ontológica de realidad y pensamiento es el idealista, quien, no pudiendo negar que el pensamiento no puede ser pensamiento de nada, afirma que es pensamiento de sí mismo y, entonces, reduce al pensamiento la totalidad de la realidad. El idealista coherente es también un realista, pero un realista de tipo monista.
Aquello que se entiende habitualmente por realismo es lo opuesto al idealismo y así se lo ha presentado siempre. Un primer sentido de tal oposición radica en que un realista no ingenuo admite que el pensamiento es real, que accede a lo real y que lo real, en cuanto conocido, no puede ser diverso de como el pensamiento lo conoce, pero no afirma que lo real se reduce al pensamiento ni que es causado ontológicamente por el acto del pensamiento.
Muchos han pensado hasta hoy la posibilidad de una vía intermedia entre este realismo y el idealismo, o sea, una forma de anti-realismo no idealista, pero, en este empeño, han debido introducir, entre pensamiento (o conocimiento) y realidad, un diafragma intermedio del todo gratuito e imaginario: la
esfera de las representaciones. Según este modo de ver, aquello que el sujeto conoce o piensa no es la realidad, sino el complejo de sus representaciones; el sujeto, aunque no esté encerrado en su bóveda craneal o en su piel, está siempre encerrado en el horizonte de sus representaciones, más acá o debajo del horizonte de la realidad, del cual no puede decirse que se conforme a las representaciones del sujeto cognoscente ni, en sentido estricto, que exista. Se trata de aquella perspectiva difundida en la filosofía occidental, especialmente, de Descartes a Kant, que, en particular, Bontadini (1952) ha explicado y criticado con un análisis agudo y profundo.
Ahora bien, es gratuito tal presupuesto idealista. Quien no quiera resignarse a este debe, según Agazzi, percatarse de que las representaciones no son aquello que es conocido por el pensamiento, sino aquello a través de lo cual el pensamiento conoce la realidad o, si se quiere, los varios modos según los cuales la realidad es presente al pensamiento o, en general, a la actividad cognoscitiva. Al respecto, vale la pena citar la aclaración de Geymonat:
Sensaciones, conceptos, etc. no son aquello que nosotros conocemos como pretenderían los filósofos idealistas, sino que son aquello mediante lo cual conocemos. Y, apropiados para esto pueden venir perennemente perfeccionados, potenciados, afinados, como solemos perfeccionar, potenciar, afinar nuestros instrumentos de indagación (Geymonat, 1974, p. 99).
La cuestión más interesante que se pone de manifiesto al analizar la ciencia moderna es que esta, de hecho, fue realista, no solo en el modo de ser experimentada, concebida y practicada por los científicos, sino también por la gran mayoría de los filósofos hasta principios del siglo XX. ¿Cómo, pues, en seguida, prevaleció una concepción anti-realista? En opinión de Agazzi, la filosofía de la ciencia decimonónica ha abandonado extensamente el realismo “porque ha dejado de creer que la ciencia sea un conocimiento veritativo: si se considera que la ciencia no está en capacidad de darnos la verdad resulta inevitable poder o deber concluir que aquello ocurre porque esta no entra en contacto cognoscitivo con la realidad” (Agazzi, Minazzi y Geymonat, 1989, p. 82). En efecto, la concepción más común de la verdad es aquella que, aplicada a un conocimiento, lo califica como verdadero si se corresponde con la realidad tal como ella es. Dicha concepción no solo es común en el sentido de ser compatible con el sentido común en su acepción más elemental sino también por el hecho de ser cotejable extensamente en toda la historia del pensamiento occidental (Gómez, 2020).
El surgimiento del anti-realismo es, entonces, fácilmente explicable. Más difícil de explicar resulta cómo se pueda negar a la ciencia una capacidad veritativa y, al mismo tiempo, continuar calificándola como un conocimiento. Como ya se indicó, si se afirma coherentemente que el conocimiento no es conocimiento de la realidad, es necesario aceptar que ese conocimiento de nada es, entonces, un no conocimiento. Sin embargo, es necesario activar aquella zona imaginaria que está constituida por las representaciones y decir que estas son reales, pero que, aun así, no son la realidad, sino puros productos del pensamiento.
La solución defendida por Agazzi es una forma de realismo que consiste en atribuirle al conocimiento en general ―y al científico en particular― una capacidad realista, justamente en el sentido de que, si no se conoce nada, no hay conocimiento en sentido propio. Con esto, no obstante, queda enteramente abierto e indeterminado el discurso acerca de los diversos tipos de realidad que son conocidos dentro de las diferentes formas de conocimiento científico, tipos de realidad que corresponden también a diversos modos de representación utilizados y aceptados por las ciencias particulares. Ciertamente, no es la misma realidad, o sea, el mismo tipo de realidad, la misma especie de entes, aquella que se conoce en la física que aquella que se conoce en la matemática, en la psicología y aquella que se conoce en la metafísica o en una intuición estética (Agazzi, 2013). Estos son varios planos de la realidad que corresponden a diversas facetas del ser, que está presente al pensamiento sin ser ontológicamente coincidente con el pensamiento mismo.
La verdad científica es siempre parcial, en el preciso sentido de que siempre es “relativa” a un dominio de objetos que no puede ser más que limitado, desde el momento que corresponde necesariamente a una sección de la realidad que se opera adoptando únicamente un cierto “punto de vista” y estableciendo además métodos estandarizados para realizar las constataciones empíricas en el interior de ese mismo punto de vista
limitado. Se tiene por tanto una doble limitación (o “parcialidad”): una que proviene de la elección de un punto de vista particular; la otra que depende de una elección particular de instrumentos admitidos en el interior de ese punto de vista. De aquí se sigue que siempre son posibles y legítimas otras “objetivaciones” (Agazzi, 1985, pp. 111-112).
En su célebre Sobre la realidad de los cuantos. Un diálogo galileano, Jauch (1985) ha tomado en consideración la idea de Borges de una biblioteca que contenga los libros verdaderos de todos los tiempos. Naturalmente, esta biblioteca completa resulta infinita: su completud requiere, de hecho, que en ella estén contenidos todos los libros y todos sus catálogos, incluso el catálogo de todos los catálogos y, así, hasta el infinito. Según Jauch, esta inmensa biblioteca sin fin constituiría una auténtica pesadilla para todo realista, pues, en efecto, este buscaría en vano la teoría verdadera, puesto que la biblioteca contendría todas las teorías actualmente correctas, o sea, aquellas que resultan de acuerdo con los hechos comprobados hasta el presente. El anti-realismo de la epistemología contemporánea aparecería adecuado y acertado en esta concepción según la cual no tiene ningún sentido hablar de teorías verdaderas, ya que la ciencia se limitaría a elaborar teorías que satisfagan únicamente el requisito de estar de acuerdo con los hechos comprobados.
Es claro que, desde la perspectiva sostenida por Agazzi, no hay ninguna razón para la angustia del tipo de aquella evocada en el diálogo galileano de Jauch: la “teoría verdadera”, o sea, la presunta teoría que debería abrazar simultáneamente todas las enciclopedias y todos los diccionarios es solo un horror imaginario. En realidad, mientras es claro que ninguna teoría particular y parcial puede ser “verdadera” sin que esto signifique describir cualquier aspecto o articulación de la realidad, no existe una presunta teoría de la totalidad de lo real. Tampoco la tan despreciada metafísica ha tenido nunca este sentido. A lo sumo, esta ha buscado delinear las características más generales de lo real, pero, con esto, ella misma no puede sustraerse a la condición de ser un conocimiento parcial, o sea, limitado solamente a tales características, que, pese a todo, son “generales” (Agazzi, Artigas y Radnitzky, 1986).
No es posible definir el realismo sin definir el idealismo en sus distintas formas: la forma de idealismo combatida directamente por el materialismo y el idealismo de Berkeley, es decir, el idealismo subjetivista que reduce todo el mundo a la experiencia y a los datos empíricos de un sujeto. Naturalmente, queda, entonces, abierto, el problema de la relación entre los datos empíricos de un sujeto y los de otro u otros sujetos. Se trata de un problema sumamente complejo que ha dado lugar a una tradición de pensamiento extremadamente diversificada. Este problema se vuelve a presentar en el neopositivismo, que tiende a ser un empirismo radical y, por lo tanto, dice que algunos problemas (por ejemplo, el de parangonar el color rojo que ve una persona con el color rojo que ve otra persona) son problemas carentes de sentido porque son irresolubles e informulables concretamente desde el punto de vista científico. Así, emergen, por tanto, dos problemas distintos: de un lado, el idealista piensa que conociendo no se pueda conocer otra cosa que las sensaciones del sujeto, siendo imposible conocer verdaderamente aquello que está más allá de las sensaciones mismas, ya que no hay nada más allá de las sensaciones mismas. Es el caso de Locke, por ejemplo:
El filósofo inglés, en efecto, con la palabra idea indica sensaciones, imágenes, percepciones, etc., cuanto está contenido en la “conciencia”: idea no es más el objeto inteligible (o imagen a priori de lo inteligible en sí), sino que es una imagen de lo sensible. El alma, white paper, adquiere las ideas from experience. Las ideas no se presentan a la mente como realidades inteligibles sino como imágenes sensibles. Para Locke, la función de la razón es la de establecer nexos y relaciones, pero no entre las ideas-entidades inteligibles (que no existen), sino entre las ideas-imágenes sensibles. En consecuencia, la verdad es la “unión o separación de los signos” (joining or separating of signs), es decir, de los signos impresos de la experiencia sensible. El valor objetivo de la idea es destruido y, con él, el de la verdad (Sciaccca, 1959, p. 26).
Por su parte, el realismo afirma, en cambio, que las sensaciones ponen en contacto al sujeto con algo que no es reducible a sus sensaciones. El realismo insiste, de hecho, en distinguir el sueño de la realidad, la alucinación de los hechos. Cuando un científico indaga un fenómeno natural desde un punto de vista físico piensa estudiarlo presuponiendo que existe fuera de él y considera que el objeto de su estudio no es, de hecho, reductible a una invención suya y, por ende, modificable a su arbitrio. Efectivamente, estudiando e indagando un fenómeno físico y biológico se entra en contacto con algo que no depende
del científico porque este no lo puede modificar o cambiar a su placer. Ciertamente, el científico formula las leyes, pero debe también “mirar” a la realidad a través de sus accesorios e instrumentos más o menos sofisticados que están en capacidad de responder si las previsiones del científico con respecto a un cierto color o a una carga eléctrica, por ejemplo, son conformes a las expectativas científicas o, si, por el contrario, las niegan (Giannitrapani, 2015). De acuerdo con Agazzi, sentido y referencia “se deben salvaguardar para que el discurso mantenga sus características fundamentales intactas. Al eliminar el sentido, se obtendría un discurso que ‘no tiene nada que decir’; al eliminar la referencia, un discurso ‘sobre nada’” (Agazzi, 2019, p. 291).
La respuesta de la realidad constituye un momento autónomo y fundamental. La confirmación o la negación de una previsión científica proviene de algo que no es, de hecho, reductible a las construcciones teóricas de la comunidad científica, por mucho que estas puedan ser muy articuladas y sofisticadas. Si, por ejemplo, se debe estudiar un determinado fenómeno estelar puede utilizarse una teoría físico- cosmológica extremadamente compleja y articulada según la cual debe darse un eclipse en una determinada zona espacio-temporal o deberá verificarse un cierto fenómeno óptico, etc. Todas las predicciones teóricas deben, no obstante, estar medidas y confrontadas con la respuesta de la naturaleza que permitirá ver si estos fenómenos se realizan efectivamente o no. Hay que recordar, por consiguiente, la importantísima distinción entre la previsión científica —que debe ser rigurosa y precisa, basada posiblemente, en leyes— y la respuesta de la observación.
Para Agazzi, la ciencia es realista porque no pretende ignorar esta respuesta producida por la realidad y verificable por la observación. La observación es algo que resulta diverso de la previsión teórica. Lo definitivo es que la previsión se realice o no. El científico, no obstante su rigor y su escrúpulo metodológico, no puede dictarle nada a la realidad; en gran medida, la tarea del científico es observar la naturaleza y esta observación dará una respuesta positiva o negativa a sus preguntas y a sus expectativas. Así, el realismo científico derivado de las consideraciones que se radican en la práctica cotidiana de los científicos confirma los principios nucleares del realismo clásico (Gómez y Castellanos, 2022).
Naturalmente, una concepción realista puede ser muy articulada y puede tener diversos marcos filosóficos, aunque se redujera a afirmar que existe algo en la observación científica que no puede ser decidido a priori por el científico particular o por la comunidad científica. No gratuitamente afirmaba Galileo que la ciencia está dada por las demostraciones necesarias y las experiencias sensibles (Mondolfo, 1943). Estas experiencias sensibles son, ciertamente, experiencias humanas, que dependen de los órganos de sentido humanos, de su estructura, así como de aquello que los científicos buscan en la naturaleza y en su actitud con respecto a ella, ya que la naturaleza no proporciona sus respuestas espontáneamente. Esta indicación no es irrelevante; resulta, por el contrario, justa y pertinente, debido a que el entendimiento humano solo encuentra algo en la medida en la cual lo busca. Es claro que, por ejemplo, si una persona inteligente, pero no formada en ciencias, entra a un laboratorio, no estará en capacidad de ver muchísimas cosas con los instrumentos que las personas adiestradas, en cambio, son capaces de utilizar para los fines de la investigación científica. Se limitará a ver las agujas que se mueven, corrientes eléctricas reportadas por este o aquel instrumento, pero no podrá leer correctamente todas estas sensaciones para traducirlas en información científica. Agazzi no sostiene, por tanto, que la observación es algo independiente de los instrumentos de observación, que, como él mismo ha recordado, son también instrumentos teóricos, no solo instrumentos físicos, químicos, geológicos, etc. El científico ve porque busca y busca porque tiene una teoría en mente. Sin una hipótesis es imposible buscar algo.
La observación es precisamente esto: es un procedimiento complejo en el cual percepciones y simultáneos prerrequisitos teóricos son combinados para producir un juicio o una proposición. Por tanto, aunque concedamos que la percepción está libre de teoría, la percepción no puede ser considerada como observación, mientras la observación (también en los casos en los cuales parece ser cuasi coincidente con la percepción) está necesariamente permeada de teoría; y estas razones son más profundas que aquellas que están elaboradas sobre la base de análisis lingüísticos puros. A este punto es inevitable una consecuencia: si se afirma que el alcance ontológico puede ser garantizado solo por las percepciones, se sigue que cualquier observación está privada de garantía ontológica y esto independientemente del hecho de que sea inmediata o instrumental (Agazzi, 2021, pp. 45.46).
Es importante recordar que la respuesta de la realidad no depende del investigador científico singular y tampoco de la colectividad de los científicos porque depende de algo que no es de carácter volitivo o subjetivo. “En un tiempo, y en un clima totalmente diferente, hubiera dicho polémicamente que ‘las leyes de los planetas no se establecieron por una alzada de mano’ para combatir todas las deformaciones subjetivistas e irracionalistas del conocimiento científico objetivo” (Agazzi, Minazzi y Geymonat, 1985, p. 87). La presencia y la construcción de instrumentos físicos o matemáticos refinadísimos, además esenciales para la investigación científica, no anulan el momento de relativa pasividad de la respuesta de la naturaleza que los científicos deben registrar. Si aquello que ellos buscan es o no es, esto no depende de los instrumentos (teóricos y prácticos) que han utilizado en el curso de sus indagaciones y tanto menos depende de las creencias de una cierta comunidad o de sus convicciones de fondo, las cuales pueden ser siempre desmentidas —con consecuencias que pueden también ser desagradables para quien se aferra únicamente a la dimensión subjetiva, descuidando el componente objetivo y real de la respuesta que la naturaleza ofrece a sus preguntas—.
En la tradición filosófica, los autores vinculados al realismo han apelado frecuentemente a dos figuras: la del objeto que los científicos piensan existente “fuera de ellos” y la del objeto que “no depende de ellos” porque no lo pueden modificar o cambiar a placer. Agazzi ha expuesto en su obra por qué el “adentro” y el “afuera” no le parecen esquemas útilmente aplicables en la discusión sobre el realismo. Por ejemplo, un anti-realista podría afirmar, como se afirma hoy, que los objetos científicos son dados y construidos “dentro de” la ciencia, pero manteniéndose físicamente “fuera” del científico entendido como organismo viviente.
Por otro lado, sin negar la importancia que tiene la no dependencia, comprendida como no depender el objeto de la voluntad subjetiva del investigador o de la comunidad de investigadores, Agazzi ha sostenido siempre que eso no constituye el nodo verdaderamente decisivo del asunto. Las teorías idealistas no han afirmado que lo real dependa de una voluntaria y consciente decisión del pensamiento, sino que lo real no es otra cosa que pensamiento, que es una manifestación en general inconsciente que requiere un esfuerzo reflexivo notable traer a la conciencia
Existe un realismo espontáneo del científico, es decir, una especie de actitud irreflexiva que acompaña la actividad investigadora del científico, convencido de que está examinando la realidad, haciendo descubrimientos, tratando de establecer cómo son las cosas. Todo esto corresponde a la intención realista que se encuentra explícitamente en las palabras de Galileo, e implícitamente en la posición de Kant. Sin embargo, este mismo científico, cuando reflexiona críticamente sobre su ciencia, o cuando se le invita explícitamente a dar una opinión sobre los resultados y logros de su trabajo, se vuelve generalmente mucho más prudente y admite que, en definitiva, se limita a estudiar un sector muy limitado de fenómenos, que utiliza idealizaciones a veces muy simplificadas, que se limita a proponer modelos y a formular hipótesis, sin poder afirmar que todo ello corresponde efectivamente a la realidad.
La posición antirrealista puede caracterizarse, por un lado, como la actitud que rebaja el realismo espontáneo del científico a realismo ingenuo y, por otro, como la imputación de ingenuidad que se basa en que ni el científico ni nadie tiene argumentos para la existencia de una realidad que se encuentre más allá de los fenómenos realmente conocidos. La falla del argumento antirrealista, que es exactamente la misma del dualismo epistemológico, puede verse en que afirmar que el conocimiento se limita a las representaciones del sujeto y no alcanza lo real es completamente gratuito y constituye una falacia de petición de principio. Al hacer esta afirmación, se otorga a las representaciones un rol ontológico en lugar del rol intencional que les es adecuado, transformándose, así, en entidades que obstaculizan el acto de conocimiento, en vez de ser entendidos como nada más que lo real conocido por el entendimiento humano.
No solo es absurdo que el conocimiento sea conocimiento de la nada sino que, además, ninguna realidad puede afirmarse como existente al margen de un acto de conocimiento que permita afirmarla. Esto
permite entender la posición del empirismo radical, que atribuye significación ontológica exclusivamente a ciertas connotaciones, es decir, a las que corresponden a la utilización de medios de conocimiento que caen dentro de la esfera de la observación.
El empirista radical, sin embargo, no reconoce el significado ontológico de los otros tipos de connotación. A primera vista, podría pensarse que la situación es algo distinta, a saber, que el empirista radical se limita a atribuir a las entidades teóricas el estatuto ontológico de construcciones intelectuales, de entia rationis, pero la cosa no es realmente analizable en estos términos.
Cuando se miran más profundamente las motivaciones del antirrealismo, puede verse que son esencialmente un intento de usar una contramedida semántica para resolver un problema epistémico. La incertidumbre que afecta a la capacidad humana de saber si las afirmaciones científicas son verdaderas constituye el desafío epistémico. En lugar de reconocer, como sería lógico, que las proposiciones que se usan para hablar de cosas y eventos son verdaderas o falsas, aun cuando solo se tenga una certeza limitada sobre ellos, el antirrealismo, violentando las más elementales leyes de la lógica, sostiene que las proposiciones científicas no son ni verdaderas ni falsas. Así, pareciera resolverse el problema epistémico, pero las proposiciones adquieren un carácter extraño e incomprensible.
Si se quiere escapar de esta posición absurda, debe admitirse que la ciencia proporciona un conocimiento verdadero, y esto es compatible con el cambio de las teorías científicas, siempre que se sea consciente de que esta verdad se refiere a campos de objetos bien definidos y restringidos. Así, el realismo, lejos de ser una dificultad en el camino hacia la verdad científica, es la condición para comprenderla de forma correcta. Las proposiciones científicas afirman ser verdaderas sobre sus objetos específicos, ya que están determinadas por sus predicados o connotaciones. En este esfuerzo, tienen mucho más éxito de lo que, generalmente, se tendería a admitir, y así aumentan el conocimiento de la realidad.
En síntesis, el realismo defendido por Agazzi se sustenta en una resistencia del objeto indagado, el cual posee, con respecto al discurso científico, una autonomía, en cuanto que, para encontrarlo como referente, no basta pensarlo o hablar de él mediante conceptos abstractos, sino que es necesario también operar. No gratuitamente, Agazzi ha insistido constantemente en el carácter operacional de la protocolaridad y de la referencialidad. Ciertamente, este es el original aporte de Agazzi a una epistemología realista.
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