https://doi.org/10.34024/prometeica.2024.30.15846
CIVILIZACIÓN Y BARBARIE EN “EL SUR” DE BORGES
CIVILIZATION AND BARBARISM IN BORGES' "THE SOUTH"
CIVILIZAÇÃO E BARBÁRIE NO "SUL" DE BORGES
Ning Chen
(Universidad de Estudios Extranjeros de Guangdong, China)
Recibido: 29/10/2023
Aprobado: 18/03/2024
RESUMEN
El presente trabajo estudia el tema de civilizacion y barbarie latente en El Sur, cuento de Jorge Luis Borges. Enfocándose en la perspectiva histórica, se analizan el discurso político- geográfico de la élite argentina sobre los indios y el imaginario geopolítico de “el Sur” en la segunda mitad del siglo XIX. El protagonista del cuento, Juan Dalhmann se identifica como heredero de este discurso basado en los valores europeos como el único patrón de una civilización universal. Dalhmann interpreta la diferencia de la geografía que encuentra en su viaje hacia el Sur como un anacronismo en el orden temporal, practicando el “denial of coevalness”. El Sur es para él el espacio del Otro. El duelo al final de la historia entre Dalhmann y el hombre de “rasgos achinados” es una manifestación de la contradicción ineludible cuando Dalhmann se convierte en el nuevo civilizador de la modernidad.
Palabras clave: “El Sur”. Jorge Luis Borges. civilización y barbarie. denial of coevalness. Argentina.
ABSTRACT
This paper studies the theme of civilization and barbarism in El Sur, a short story by Jorge Luis Borges. Focusing on the historical perspective, it analyzes the political-geographical discourse of the Argentine elite on the Indians and the geopolitical imaginary of "the South" in the second half of the nineteenth century. The protagonist of the story, Juan Dalhmann, identifies himself as heir to this discourse based on European values as the only pattern of a universal civilization. Dalhmann interprets the difference in geography he encounters on his journey to the South as an anachronism in the temporal order, practicing the "denial of coevalness". The South is for him the space of the Other. The duel at the end of the story between Dalhmann and the man with indian face is a manifestation of the inescapable contradiction when Dalhmann becomes the new civilizer of modernity.
Keywords: "The South". Jorge Luis Borges. civilization and barbarism. denial of coevalness. Argentina.
RESUMO
Este artigo estuda o tema da civilização e da barbárie latente no conto El Sur, de Jorge Luis Borges. Com foco na perspectiva histórica, analisa o discurso político-geográfico da elite argentina sobre os índios e o imaginário geopolítico do "Sul" na segunda metade do século
XIX. O protagonista da história, Juan Dalhmann, identifica-se como o herdeiro desse discurso baseado nos valores europeus como o único padrão de uma civilização universal. Dalhmann interpreta a diferença geográfica que encontra em sua viagem ao Sul como um anacronismo na ordem temporal, praticando a "denial of coevalness". Para ele, o Sul é o espaço do Outro. O duelo no final da história entre Dalhmann e o homem com "feições inclinadas" é uma manifestação da contradição inevitável quando Dalhmann se torna o novo civilizador da modernidade.
Palavras-chave: "O Sul". Jorge Luis Borges. civilização e barbárie. denial of coevalness. Argentina.
El presente trabajo hace una reflexión acerca de el discurso geopolítico y cultural que rige el cuento El Sur de Jorge Luis Borges, para poner en manifiesto que dicho discurso está constituido a base de la dicotomía de “civilización y barbarie”, idea que fue pregonada por la élite argentina del siglo XIX como Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, y que sigue latente en el cuento borgiano. Nuestro estudio empieza por la revisión de las palabras “sur” y “frontera” en la historiografía argentina, y un escrutinio de los valores histórico, político y cultural que implican. De allí analizamos la imagen de los indios, quienes en el imaginario literario argentino del siglo XIX han sido construidos como arquetipo de bárbaros o salvajes que se hallaban más allá de la frontera. En este contexto manipulado por el discurso, el bibliotecario Dalhmann, descendiente de colonizadores hispano y germánico, funciona como el símbolo de la civilización europea, en contraste con el hombre de rasgos achinados, cuya identidad racial y cultural son más bien borrosas, intencionadamente ignorada por el narrador del texto. Dalhmann cree que el hombre de sangre indígena había ofendido el honor de su linaje, y decide defenderlo empuñando la daga que le había ofrecido el viejo gaucho fantasmagórico. De esta manera, la imagen del duelo en la campaña del Sur al final del cuento se convierte en una especie de alegoría de una nueva lucha entre la civilización y la barbarie.
El cuento de Jorge Luis Borges El Sur fue publicado primero en La Nación y posteriormente recogido en Ficciones. Narra la historia de un secretario de la biblioteca municipal llamado Juan Dalhmann, descendiente hispano-germánico que vive en Argentina en la década de los 30 del siglo XX. Dalhmann siente orgullo por su linaje y guarda un relicario compuesto por la foto y la espada de sus antepasados, aparte de ser aficionado a la obra Martín Fierro de José Hernández. Tiene una estancia en la llanura en el sur, que es patrimonio familiar. Va a convalecerse después de sufrir un accidente, pero antes de llegar a la estancia, se encuentra con un hombre borracho con rasgos achinados y es arrastrado a un duelo a cuchillo, sin ninguna esperanza de vencer (Borges 1974, pp.525-530).
Para algunos críticos, El Sur es de uno de raros textos de Borges que tiene franca vocación autobiográfica, y para el lector de Borges desacostumbrado al tono supuestamente confidencial, el cuento lo invita a mezclar la ficción con los hechos reales vividos por Borges, lo cual resulta extremadamente seductivo (Pimentel Pinto 2005, p.191). En su ensayo autobiográfico, el propio Borges ofrece una versión del accidente que sufrió en 1938, muy parecida a la historia del personaje ficticio del cuento:
El día de Nochebuena de 1938 (año en el que murió mi padre) sufrí un grave accidente. Subía corriendo una escalera, y de pronto sentí que algo me raspaba la cabeza. Había rozado la arista de un batiente recién pintado. A pesar de que fui atendido en seguida, la herida se infectó y pasé alrededor de una semana sin dormir, con alucinaciones y fiebre muy alta. Una noche perdí el habla y tuvieron que llevarme al hospital para una operación urgene. Tenía septicemia, y durante un mes me debatí entre la vida y la muerte. Mucho después escribiría sobre eso en mi cuento “El Sur” (Borges 1999, p.109)
Por este y otros motivos, se solía interpretar el cuento como una ficción basada en la experiencia del escritor (Rodríguez Monegal 1988, Barrenechea 1992). Por otra parte, tanto en el prólogo de Ficciones de la edición 1956 como en otras ocasiones Borges sugirió lecturas de distintos niveles para este cuento (Borges 1974, p.483; Borges y Barnstone 1982, p.115). Algunos leen el cuento como una fábula de odisea identidaria, en la que Dalhmann representa a Borges y otros argentinos en busca de identidades huidizas, tanto a nivel individual y local como al nacional (Pimentel Pinto 2005, p.192), o bien toman el texto como una proclamación del antiperonismo por parte de Borges (Williamson 2004, Robles 2008). Otros estudios se restringen al nivel textual, analizando las influencias de la literatura gauchesca argentina y la literatura “de frontera” estadounidense en la creación de El Sur (Fuente 2005).
Igual que muchos otros cuentos de Borges, estéticamente El Sur tiene un valor incuestionable, pues su narración borra el límite entre lo real y lo onírico, permitiendo ricas interpretaciones, esto es, hacer lecturas menardianas. En este sentido, partiendo de una pura contemplación estética para llegar a otras esferas será una “normal respiración de la inteligencia”. Este cuento, como bien lo indica su título, hace referencia a un espacio, El Sur. La estancia familiar de los Flores en el Sur funciona como el principal motivo para la progresión narrativa.1 Lo cierto es que, en la historia de Argentina, “el Sur” funcionaba como un imaginario espacial y se asociaba con el concepto político de la “frontera”. De manera que, por un lado, este texto borgiano manifiesta una influencia textual de obras de “Western genre” de la tradición literaria estadounidense y la literatura gauchesca argentina, por lo que es considerado una reescritura de ello(Fuente 2005, p.42), pero por otro, el cuento también escribe o ficcionaliza la historia argentina. De hecho, su porte realista, esto es, el carácter autobiográfico o antiperonista, ha sido abordado por la crítica. Desde nuestro punto de vista, este texto borgiano también intenta ofrecer una versión sobre la historia nacional, con los europeos como sujeto histórico.
El Sur empieza por una minuciosa narración sobre el linaje de Juan Dalhmann, personaje del texto ficticio:
El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino (p.525).
El paralelismo que se halla entre el ficticio Dalhmann y el propio Borges a menudo ha desviado la atención de la crítica hacia el cotejo entre el cuento y la vida de su autor. La simetría de datos biográficos no sólo existe entre Dalhmann y Borges, sino también entre el abuelo de Dalhmann y el antepasado militar del escritor argentino, el coronel Borges (Pimentel Pinto 2005, p.191). El cuento refiere de una manera muy escueta la muerte del militar de ascendencia hispana: “Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel” (p.525). El militar criolllo luchando contra indios con lanzas en la frontera forma toda una serie de signos prototípicos sobre la imagen de la pampa como escenario de la constante lucha entre indios y blancos en la tradición de la literatura argentina decimonónica. Incitan la imaginación sobre una confrontación entre “los indios salvajes” que perpetran “malones” y el ejército que defiende la población ciolla del saqueo y masacre. Es más, esta impresión podría ser confirmada e incentivada cuando el texto refiere a la pasión que Dalhmann siente por Martín Fierro, obra canónica de dicha tradición. De esta
1 Tomamos el término de “prograsión” para referir a una narrativa basada en situaciones inestables tanto en el nivel de la historia como en el del discurso. Véase Dan Shen (2014). Styel and Rhetoric of Short Narrative Fiction, New York, Routledge, p.2.
manera, el cuento está sugiriendo la situación conflictiva y los encuentros violentos entre distintas comunidades étnicas en la frontera del sur argentino.
Sin embargo, las investigaciones históricas ofrecen una visión de realidades mucho más complicadas y enrevesadas. Para empezar, la comunidad indígena de Catriel referida en el cuento, era una de las principales agrupaciones llamadas “indios amigos” por mantener relaciones pacíficas hasta formalmente subordinadas al estado central durante décadas. Los caciques de la familia Catriel habían sido máximos exponentes de la condición de “amigos indios”(Nagy 2004, 74; Jiong 2008, 76). En la década de los cincuenta y los sesenta del siglo XIX, ellos habían sido un actor político ineludible en las relaciones diplomáticas en la zona geográfica donde entraban en contactos, tanto que hasta les asignaron a los líderes el título de “Cacique Mayor y Comandante General de las Pampas”, además de sueldos y raciones a sus principales capitanejos (Irianni 2005, 213-214). De hecho, en 1872, Cipriano Catriel ofreció a las fuerzas de la frontera el servicio militar para retener la ofensiva liderada por el cacique Calfucurá. Este tipo de situaciones revelaban la función asumida por Catriel como un eslabón más de la autoridad militar (Jiong 2009, 2012). Es decir, en lugar de meras hostilidad y contiendas, las relaciones entre la comunidad indígena y la criolla era más bien complicadas en el siglo XIX, ya que también hubo momentos de alianza o subordinación.
Volviendo al cuento de Borges, bien como indica Pimentel Pinto, se encuentra una simetría en el ficticio Francisco Flores y el verdadero coronel Borges, que murió tras la capitulación de Mitre en la llamada Revolución Mitrista. Borges le rendió homenaje en varios poemas dedicados a este antepasado suyo (Barrenechea 1992). Los estudios actuales tienden a afirmar que dicha acción militar era el resultado de disputas partidarias y electorales entre distintas facciones del gobierno central. Consideran que las facciones distaron de estar predefinidas, y las identidades fueron móviles aun entre los altos mandos del ejército (Daghero 2014, Jiong 2012). Ejemplo de ello es que en esta situación turbulenta y confusa, por motivos no aclaradas, Cipriano Catriel se unió a las fuerzas mitristas al comienzo de la Revolución, y este hecho agravó la discordia que había surgido entre los propios dirigentes indígenas, es decir, entre Cipriano y sus hermanos, y al final sus hermanos traicionaron a Cipriano, entregándolo y a su secretario mestizo como presos al ejército nacional (Jiong 2012).
Así, Los llamados “indios” de Catriel eran formalmente subordinados a las autoridades bonaerenses, sirviendo de aliados políticos y militares muchas veces en la frontera, bien contra otras tribus de indios, bien contra bandos rivales de los “blancos”, y en la Revolución Mitrista estuvo en algún momento en la misma facción a la que pertenecía el coronel Borges. Es más, la Revolución Mitrista aludida en el cuento era una confrontación entre facciones de los propios líderes políticos argentinos. Y por último, tanto en la parte de los jefes indígenas como en la de los dirigentes militares, había movilidades y cambios en cuanto a las posturas políticas, ejemplo de ello es la escisión entre Cipriano Catriel y sus hermanos. En resumen, en aquella época en la frontera del sur estaban operando grupos de indios y partidos militares con intereses a veces muy dispares y otras veces concordes, lo que volvía la situación altamente confusa.
En contraste con el carácter enmarañado de los hechos históricos, la narración de El Sur recurre a una estrategia “simplificadora”. Esto es, el texto se limita a inventar una violenta muerte de Francisco Flores, lanceado por los indios de Catriel, pero oculta la verdadera condición de “indios amigos” de estos últimos, sin mencionar las alianzas militar-políticas entre las dos comunidades. La muerte de Flores encubre la historia de intercambios y de esos vínculos mestizos en la campaña argentina del siglo XIX (María Bjerg 2007, pp73-74). En este sentido, el cuento borgiano ofrece un discurso histórico distorsionado, repitiendo el típico argumento de encuentros violentos en la frontera como en Martín Fierro referido en el cuento.
En Martín Fierro se encuentran abundantes detalles sobre el “indio salvaje”, que forma un hipotexto, o sea, un modelo antecedente con respecto al pasaje sobre la muerte de Flores en el cuento borgiano:
No salvan de su juror Ni los pobres anjelitos
Viejos, mozos y chiquititos, 485 los mata del mesmo modo,
Que el lo arregla todo
Con lanza y con los gritos (Hernández 2007, p.129).
Por otra parte, la estrofa con que Hernández describe las “trotiadas tremendas/dende el fondo del desierto” recuerda al clásico pasaje sobre el ataque de los indios en Facundo. O Civlización y barbarie de Sarmiento. Así se observa una filiación textual en distintas generaciones de escritores:
Al sur y al norte, acéchanla los salvajes, que aguardan las noches de luna para caer, cual enjambre de hienas, sobre los ganados que pacen en los campos y sobre las indefensas poblaciones. En la solitaria caravana de carretas que atraviesa pesadamente las pampas, y que se detiene a reposar por momentos, la tripulación, reunida en torno del escaso fuego, vuelve maquinalmente la vista hacia el sur, al más ligero susurro del viento que agita las yerbas secas, para hundir sus miradas en las tinieblas profundas de la noche, en busca de los bultos siniestros de la horda salvaje que puede, de un momento a otro, sorprenderla desapercibida (Sarmiento 2018, p.49).
Sarmiento inventó una escena vívida de la llanura desierta del Sur, expuesta a los ataques de la horda salvaje, creando de esta manera una dicotomía de civilización y barbarie espacial. Él entendía la organización del estado argentino como una lucha entre las ideas, costumbres y civilización de los pueblos europeos contra todo lo bárbaro de América, concretada sobre todo en una pugna entre los dos espacios distintos, la lucha de las ciudades contra la compaña salvaje. Sarmiento también quería establecer el único patrón de civilización y barbarie, por eso en su opinion, la barbarie es universal en todo el mundo, y la pampa argentina es plenamente comparable con las tierras áridas de Asia:
Ya la vida pastoril nos vuelve, impensadamente, a traer a la imaginación el recuerdo del Asia, cuyas llanuras nos imaginamos siempre cubiertas, aquí y allá, de las tiendas del calmuco, del cosaco o del árabe. La vida primitiva de los pueblos, la vida eminentemente bárbara y estacionaria, la vida de Abraham, que es la del beduino de hoy, asoma en los campos argentinos, aunque modificada por la civilización de un modo extraño (pp.58-59).
Sarmiento convierte la metafísica barbarie en un imaginario geopolítico muy concreto que es la llanura, cuyas condiciones naturales son propicias para engendrar tirano. Como la barbarie tiene carácter homogéneo entre sí, la civilización materializada en la ciudad al estilo europeo también es universal: “El hombre de la ciudad viste el traje europeo, vive de la vida civilizada, tal como la conocemos en todas partes: allí están las leyes, las ideas de progreso, los medios de instrucción, alguna organización municipal, el gobierno regular, etc.”(p.58)
De la pugna entre la civilización y barbarie surge la cuestión sobre las tierras de “el Sur”, el espacio geográfico más allá de la frontera, ocupado por la barbarie y conocido en segunda mitad del siglo XIX en Argentina como el “Desierto”. La idea del desierto coincide en cierto punto con el concepto de “terra nullius”, uno de los principios de la ley internacional de la Europa capitalista en plena expansión. Este servía del discurso político-científico-económico para su ocupación de las tierras lejanas (Liu 2016). Es más, para el paradigma cultural económico de la Europa del Siglo XIX, todos aquellos territorios que no son trabajados según las pautas capitalistas son asignados la categoría de desierto, sin importar que sean poblados o no (Navarro Floria 2002, p.139).
Sarmiento anhelaba con tener inmigrantes europeos para civilizar Argentina: “(...) un millón de europeos industriosos diseminados por toda la República, enseñándonos a trabajar, explotando nuevas riquezas y enriqueciendo al país con sus propiedades”; y tal milagro no sólo se produciría en el ámbito económico,
sino que también cambiaría el panorama político nacional de ese momento, ya que “con un millón de hombres civilizados, la guerra civil es imposible, porque serían menos los que se hallarían en estado de desearla” (p.292). Sarmiento tomaba la experiencia de Norteamérica como paradigma de la inmigración civilizada, imaginando un país libre, fundado por una población puramente blanca, afincada en el Nuevo Mundo.
En este proceso de la formación de la conciencia del estado de soberanía y por consiguiente, la conciencia territorial, el pensamiento del otro estadista Juan Bautista Alberdi coincide con el de Sarmiento. En Bases y puntos de partida para la organización política de la República de Argentina, elaboraba un proyecto mucho más concreto para la fundación de la patria, anunciando que “en este libro no hay nada mío sino el trabajo de expresar débilmente lo que pertenece al buen sentido general de esta época y a la experiencia de nuestra patria”(Alberdi 1916, p.9). En la obra se planteaba la construcción del imaginario histórico-geográfico como cimiento para la Constitución. Alberdi recalca:
(...)es menester que la Constitución repose sobre bases poderosas. Los grandes edificios de la antigüedad no llegan a nuestros días sino porque están cimentados sobre granito; pero la historia, señor, los precedentes del país, los hechos normales, son la roca granítica en que descansan las constituciones duraderas. Todo mi libro está reducido a la demostración de esto, con aplicación a la República Argentina(p.10).
Además, como parte importante del proyecto de la construcción del país, Alberdi formuló el famoso lema de que “en América gobernar es poblar”, deseando la llegada las civilizadas poblaciones europeas, igual que Sarmiento:
Gobernar es poblar en el sentido que (sic) poblar es educar, mejorar, civilizar, enriquecer y engrandecer espontánea y rápidamente, (...) Mas para civilizar por medio de la población es preciso hacerlo con poblaciones civilizadas; para educar a nuestra América en la libertad y en la industria es preciso poblarla con poblaciones de la Europa más adelantada en libertad y en industria, como sucede en los Estados Unidos (pp. 14-15).
Y declaró en repetidas ocasiones que este proyecto de la fundar la patria no incluye a los no-europeos:
Poblar es civilizar cuando se puebla con gente civilizada, es decir, con pobladores de la Europa civilizada. Por eso he dicho en la Constitución que el gobierno debe fomentar la inmigración europea. Pero poblar no es civilizar, sino embrutecer, cuando se puebla con chinos y con indios de Asia y con negros de África (p. 18).
Para la élite política como Alberdi o Sarmiento, la civilización únicamente viene de Europa. Para convertir a América salvaje en tierra civilizada, se tiene que atraer a inmigrantes civilizados. Pero para ello, hace falta primero despoblar las tierras, limpiádolas de gente atrasada y corrompida:
Gobernar es poblar, pero sin echar en olvido que poblar puede ser apestar, embrutecer, esclavizar, según que la población trasplantada o inmigrada, en vez de ser civilizada, sea atrasada, pobre, corrompida. ¿Por qué extrañar que en este caso hubiese quien pensara que gobernar es, con más razón, despoblar? (p. 17)
Despoblar las tierras del Sur, asimilando o exterminando a los indios, para poblarlas luego con los inmigrantes de “la libre Inglaterra, de la libre Suiza, de la libre Bélgica, de la libre Holanda, de la juiciosa y laboriosa Alemania (en el cuento, representada por Johannes Dalhman)”. Esto constituye las bases político-geográficas para la organización de Argentina. Cimentada la idealogía, y al cabo de una serie de debates parlamentarios, finalmente su puesta en práctica se llevó a cabo através de la conquista militar del territorio habitado por los indígenas, avanzando siempre hacia el sur (Navarro Floria 2002). Las tierras quedarían incluidas en la construcción del espacio político, pero la gente de estas tierras sería excluida y encubierta como sujeto histórico, ya que Alberdi declaró en su proyecto para la Constitución:
Hoy mismo, bajo la independencia, el indígena no figura ni compone mundo en nuestra sociedad política y civil. Nosotros, los que nos llamamos americanos, no somos otra cosa que europeos nacidos en América. Cráneo, sangre, color, todo es de fuera (p.82).
La primera apropiación del espacio pampeano-patagónico fue la apropiación discursiva, a partir de la metáfora del desierto (Navarro Floria 1999), que se venía acuñando en ensayos políticos y textos literarios harto conocidos como Facundo o Martín Fierro. Con estos textos surge la imagen de las inmensas tierras desérticas del sur, atravesadas por indios salvajes. Si bien las pautas europeas del siglo XIX intentaban hacer una distinción entre el “salvaje” y el “bárbaro”, o elaborar una escala más sofisticada mediante disciplinas como la etnología o antropología (Liu, 2016), en el discurso sobre el sur argentino no había mucha preocupación por aclararlo. Las palabras de “salvaje” y “bárbaro” eran aplicadas casi indistintamente para referirse tanto a los indios como a cuilquiera que se resistía a aceptar el orden político y social impuesto por la élite dominante.
Así, el “desierto” y el “salvaje” formaban curiosamente un único concepto, como si de las dos caras de la misma moneda se tratara. Aquella tierra era desierto porque la habitaban los salvajes, mas, era un “desierto fecundable”. Así, paradójicamente, se confería al desierto valores ambivalentes y contradictorios: por una parte, eran tierras áridas, atravesadas ocasionalmente por indios y gauchos fugitivos; pero al mismo tiempo, eran “fecundables”, con tesoros escondidos. La clave de este cambio está en la diligencia: únicamente el trabajo de los inmigrantes europeos podría convertir al desierto en tierras fértiles y prometedoras.
En este discurso sobre la geografía y la política hay una confusión y mezcla de categorías. En realidad, el Sur ya deja de ser un término geográfico, pues igual que no existe un Oriente sino invención por un poder que pretende dominar, reestructurar y tener autoridad sobre otros en palabras de Edward Said (2008, p.21), en el sentido ontológico tampoco existe un “Sur” absoluto. El “Sur” argentino es el imaginario social sobre el Otro, todo aquello que no se encaja con las pautas para la organización del estado pertenece a “el Sur”, al otro lado de la frontera. De esta manera, en el contexto histórico, la palabra “el Sur” asociado con “indios”, fue conferida un destacado sentido político. Prueba de ello es que, para la élite política de la época, un confuso ámbito mestizo poblado por montoneros, tránsfugas, paisanos tanto argentinos como chilenos también pertenecen a la “indianidad”(Navarro Floria 2011), pues igual que los indios, ellos constituyen el lastre para el progreso. El imaginario geográfico se sobrepone con el imaginario político-social. El desierto del sur, igual que sus habitantes, necesitaba ser sometido y dominado. Mantiene la cualidad “desértica” mientras es habitado por la indianidad, pero una vez despoblado de los salvajes y bárbaros, será tierra prometedora por el trabajo de los diligentes inmigrantes germánicos, anglosajones y holandeses, convirtiéndose en un “Sur” fértil. En este proceso de la reestructuración espacial y social, los pueblos indígenas, desprovistos de sus recursos naturales y sociales, serían integrados en el mecanismo de la producción capitalista, convirtiéndose en mano de obra barata, y su legado cultural sería borrado para la historia nacional (Argeri 1999, Mases 2010, Novoa 2009).
En el cuento El Sur, Juan Dalhmann consigue sus conocimientos de la historia y la geografía a través de la nostalgia y la lectura, “porque su directo conocimiento de la campaña era harto inferior a su conocimiento nostálgico y literario”(p.526). Muy probablemente se ha formado leyendo las obras de aquellos políticos elitistas, reanudando el discurso decimonónico, e imaginando la contienda perpétua entre la civilización y barbarie en el inmenso campo del sur. Dalhmann siente orgullo por sus antepasados, igual que Borges, que ostenta el linaje militar de su familia materna y la cultura de la paterna (Borges 1999, pp.13-23). Por ello, tanto la figura de Dalhmann como su viaje hacia la estancia familiar adquiere otros valores discursivos.
La descripción minuciosa, hasta cierto punto monótona sobre los abuelos de Dalhmann al comienzo del cuento es, en realidad, un intento de confirmar aquella historia construída por la élite del siglo XIX. Johannes Dalhmann, pastor de la Iglesia evangélica de orgien germánico, llegó a Buenos Aires en 1871, probablemente como civilizador laborioso de esa América bárbara y atrasada, ansiado por Sarmiento y Alberdi en sus ensayos. Si la religión no tiene poder suficiente para civilizar a los bárbaros, se recurre a la fuerza militar representada por Francisco Flores. En 1939, el bibliotecario Juan Dalhmann, quien ha
formado sus conocimientos sobre la historia y sobre la identidad cultural a través de lecturas, se cree el sujeto histórico de la Argentina moderna, ya que “se siente hondamente argentino”. La argentinidad de Dalhmann está arraigada en “ese criollismo algo voluntario pero nunca ostentoso”, un criollismo que se presume de su origen de conquistador hispano, y que excluye a los indígenas y a otros elementos heterogéneos.2 Por ello, no importan las verdaderas circunstancias históricas en las que se produjo la muerte de Francisco Flores/Fracisco Borges, basta con narrarla como un sacrificio en la lucha contra la barbarie del Sur, imaginando a un Flores sucumbiendo bajo las lanzas de los indios. Juan Dalhmann adora a los Flores guardando el daguerrotipo y la espada, símbolo de la gloria de la conquista militar. Pero no adora menos a los Dalhmann, porque eran los que trabajaban las tierras después de la conquista, convirtiendo el “Desierto” en “el Sur” sumiso. Por eso, sintió la necesidad de defender el honor de su linaje al oír al patrón pronunciando su apellido germánico, porque piensa que “antes, la provocación de los peones era a una cara accidental, casi a nadie; ahora iba contra él y contra su nombre y lo sabrían los vecinos”(p.529), y no puede permitirse tal humillación.
La obsesión de Juan Dalhmann por la estancia de la familia de Flores en el Sur en primera instancia corresponde al deseo de posesión de la tierra, ya que uno de los principales objetivos de la Conquista del Desierto era la ocupación de la tierra del sur para su explotación capitalista. El abuelo militar de Borges si no hubiero participado en la sublevación podría ser compensado con 8000 hectáreas por su mérito en someter a los indios(Williamson 2004, p.26). La nostalgia por las tierras en El Sur es también una forma de rendir homenaje y conservar el relicario de los antepasados colonizadores. El Sur había sido creado, primero como tierra de salvajes, y después fue apropiado discursivamente en el proceso de la construcción de la soberanía y la conciencia territorial, y por último fue conquistado materialmente, todo esto llevado a cabo por los antepasados de Dalhmann. Él se contentaba con la idea de la posesión de las tierras del sur, pues esa abstracta posesión es precisamente la confirmación de las hazañas de sus ancestros, y por lo tanto, una señal de la victoria final de la civilización sobre la barbarie. A costa de privaciones, Juan Dalhmann “logró salvar el casco de una estancia” que había sido de los Flores, manifestando así su admiración hacia los abuelos, y la identificación con los valores del discurso histórico de la élite del siglo XIX. Dalhmann tiene una destacada nostalgia con la estancia, ya que “ una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí” (p. 525). Es imposible saber si esta memoria procede de su experiencia real vivida en la estancia, o bien es fruto de su lectura, un imaginario del Sur sometido y transformado. Parecido a su personaje ficticio, Borges también imaginó que sus abuelos “conquistaron la intimidad de los campos”, “fueron soldados y estancieros”(Dulcia linquimus arva), y “tenían inmensos campos (Acevedo).
Cuando Dalhmann emprende el viaje al Sur (interpretado como efecto de anestesia de Dalhmann o no) partiendo de Buenos Aires, su viaje se convierte en una metáfora de la nueva conquista. Dalhmann “pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur”(p.528). Esto se puede interpretar en dos sentidos: que Dalhmann puede creer que está repitiendo la ruta de la conquista de su abuelo; y lo que es más, para el discurso histórico dominante, los salvajes y bárbaros son gente atrasada, incapaz de evolucionarse para conseguir una identidad moderna, de manera que, pese al sincronismo en el mundo real, ellos pertenecen al pasado en un sentido metafórico. La forma cognitiva de Dalhmann es igual que la antropología eurocéntrica que critica Johannes Fabian. Ésta concibe “un tiempo naturalizado-espacializado” que confiere significados variados y específicos a la distribución espacial de los grupos de seres humanos. Y tal uso del concepto del tiempo sirve para distanciar ontológicamente a la persona observada de quien la observa. El sujeto observador se ubica en el tiempo presente, colocando al resto del mundo en una escala temporal de diferentes lejanías con respecto a él desde una visión evolucionista. Es más, este tiempo naturalizado-espacializado evolucionista crea ruptura en el proceso histórico, como la Ilustración contra la Edad Media, y define una relación temporal exclusiva y expansiva. Por eso, el salvaje no está
2 En los fines del siglo XIX y principios del XX, la palabra “criollismo” adquiere otro sentido en Argentina refiriéndose a los folletines, revistas y periódicos producidos a menudos por escritores autodidácticos y dedicados al consumo popular, la palabra adquiere significados múltiples, incluso contradictorios, que a veces desafía al sector privilegiado. Véase: Adolfo Prieto (2006). El discurso ciollista en la formación la Argentina moderna, Buenos Aires, Siglo XXI. Evidentemente, en el texto, el criollismo no se refiere a lo popular, sino que más bien recupera su significado de la época colonial, esto es, el descendiente europeo de buena familia, nacido en el Nuevo Mundo.
preparado aún para la civilización, y pese a su real coetaneidad, vive en otra época. Fabian define esta mentalidad como “denial of coevalness” (2014, pp.25-27).
Igual que los antropólogos evolucionista, Dalhmann, hombre culto, educado probablemente con la misma noción de una historia teleológica que evoluciona hacia el progreso, cuando ve la vasta llanura rural y gente distinta, interpreta esa diferencia geográfica como una diferencia en el orden cronológico. Para Dalhmann, el Sur empieza por el otro lado de Rivadavia, y “quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme” (p.526). Con la marcha del tren, la visión del campo iba sustituyendo a la de Buenos Aires; cuando vio “casas de ladrillo sin revocar”, “jinetes en los terrosos caminos” y “zanjas y lagunas y hacienda”, Dalhmann se sentía como si a un tiempo fueran dos hombre, o mejor dicho, el tiempo se parte en dos: uno presente, y otro lejano y salvaje. Hasta el tren fue transformado por el tiempo: “También el coche era distinto; no era el que fue en Constitución, al dejar el andén: la llanura y las horas lo habían atravesado y transfigurado” (p.527).
Dalhmann revive psicológicamente el proceso de la formación de Argentina moderna, enfrentando el problema de la constitución del sujeto histórico y socal. ¿Quiénes pueden ser argentinos? Dalhmann, que se cree dueño de esta tierra y que se siente hondamente argentino, parece que también se confiere a sí mismo la potestad de juzgar a aquella gente del Sur. Le agrada la presencia del viejo gaucho, cuyo indumentario tradicional lo registra con mirada satisfactoria. La reivindicación por lo gauchesco en la cultura argentina en los primeros años del siglo XX, manifestada en la exaltación de Martín Fierro, fue motivada por razones muy dispares, que sería tema de otra investigación.3 Es interesante recordar que Leopoldo Lugones, que consagra la obra hernandina como épica de la nación, aplaude la desaparición de los gauchos en la vida real por considerarlos “producto de un medio atrasado” y obstáculo para el progreso, todo debido a “su incapacidad nativa del indio antecesor”(Lugones 1916, p.55). De hecho, Lugones quiere inventar raíces grecolatinas para la historia y la cultura argentina, por lo que su ensayo sobre “hijo de la pampa” comienza con la rememoración de la historia europea. El gaucho se encuentra en un estado intermedio entre la barbarie absoluta y civilización, y su extinción se describe como un fenómeno de selección natural (Olea Franco 1990). Tanto Lugones como Borges, que admira al primero dedicándole poemas y libros, se interesan por el gaucho no como seres vivos que la modernización capitalista aniquila, sino como una figura abstracta y mítica. Se apropia con esta figura legendaria para apoyar todo tipo de discursos legitimadores del poder hegemónico. En Lugones, la creación del mito confiere la legitimidad de la oligarquía (Olea Franco 1990), y en Borges, los gauchos pronto se convertirían en “bárbaros” que degollan al doctor Francisco de Laprida (Poema conjetural) y que reavivan los rigores del pasado cuando surgieron los movimientos de las masas en Argentina (Borges 1945, p33).
Dalhmann considera El Sur como un espacio más antiguo, y por lo tanto más salvaje. Así, cuando viaja hacia El Sur, no sólo está repitiendo el desplazamiento que hizo sus abuelos, sino que espiritualmente se identifica como un civilizador moderno. Cuando ve la pobre arquitectura del almacén viejo con caballos atados al palenque, asocia la imagen del almacén con un grabado de la novela Pablo y Virginia, convirtiendo la rústica realidad en una obra artística, confiriendo así valores civilizados a la tosquedad de la campiña. Dalhmann empieza la “reconstrución” de la realidad de acuerdo con sus nociones adquiridas de lecturas, un proceso cognitivo “a priori”, esto es, partiendo del concepto preestablecido para conocer la realidad objetiva. Le agrada el viejo gaucho acurrucado en el suelo, porque es una figura poética, bucólica y evasiva de la realidad. En contraste con ello, le molestan los tres “parroquianos de la otra mesa”. Estos tienen condiciones hasta rasgos fisonómicos borrosos para Dalhmann: “dos parecían peones de chacra: otro, de rasgos achinados y torpes, bebía con el chambergo puesto”(p.529). Se percibe una incoherencia en esta descripción, ya que “peones de chacra” define la condición labral, y “rasgos achinados” denota más bien la fisonomía. Esta ruptura intensifica y refuerza la borrosidad social y racial de aquel “Otro”. El “chambergo” corresponde al indumentario arquetípico en la figura de cuchillero de barrios marginados en algunos cuentos y ensayos borgianos de sus primeros años, cuando se dedicaba a
3 Véase por ejemplo, Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo: “La Argentina del Centenario. Campo intelectual, vida literaria y temas ideológicos”, en Ensayos argentinos. De Sarmiento a la Vanguardia, Buenos Aires, Ariel, 1997, pp.161-200; James A. Hussar: "Los gauchos judíos de Alberto Gerchunoff en su centenario”, Hispanófila, Sep. 2011, No. 163, pp. 39-52.
escribir sobre la “fe de coraje”, que renegaría más tarde al sentirse amenazado por el movimientos popular.4 En fin, poco se sabe del hombre de rasgos achinados en El Sur. Su fisonomía insinúa la ascendencia indígena, pero él no es indio, ya que en el discurso oficial los indios son invisivilizados, y Argentina es una “nación blanca” (Mases 2010). Tampoco es un ciudadano precisamente porque en una sociedad ansiosa de la civilización su bárbara sangre indígena le quita este derecho .
Cuando los peones le tiran migas del pan, Dalhmann toma el acto como una provocación, y lo que es más grave, una ofensa al honor de su familia y a su apellido. Ya no se trata sencillamente de bromas hechas por unos mozos medio borrachos, sino una vejación perpetrada por la barbarie contra la civilizacion. La vieja pugna de la civilización y barbarie otra vez toma la forma de enfrentamiento entre la ciudad y la campaña, entre el tipo rudo y el hombre de letras. Dalhmann está reanudando el discurso histórico y cultural sobre el Sur. Cuando se considera el poseedor del tiempo moderno, el único sujeto histórico, y el heredero de aquel abuelo militar que vigilaba la frontera del sur, su viaje hacia la estancia terminará ineludiblemente en conflictos.
El cuento de Borges El Sur destaca por su maestría en la técnica narrativa y su innegable valor estético. Sin embargo, la estética propiamente dicha no se puede desligar de la construcción de las formas ideológicas dominantes de la sociedad de clases moderna, así como de toda una nueva forma de subjetividad humana apropiada a ese orden social (Eagleton T. 2006, p.53). Nuestro estudio propone una lectura desde la perspectiva del contexto histórico-social que genera el texto. Mediante una revisión de las referencias históricas en el cuento borgiano, observamos latente el discurso de la conienda entre la civilización y barbarie. El personaje Juan Dalhmann se identifica como heredero de los valores establecidos (y de los bienes materiales) por la élite social y política argentina del siglo XIX y toma su posesión de las tierras en el Sur como la señal del triunfo de la civilización europea. En su viaje al Sur, interpreta la diferencia geográfica entre la ciudad y el campo como un orden cronológico, denegando así la modernidad de “el Sur” y sus habitantes no-europeos. Niega un espacio histórico o una cultura e historia de hibridez, como lo demuestra la complicada convivencia y mestizaje entre las distintas comunidades. La nostalgia de Dalhmann por el Sur imaginario corresponde a un afán de universalizar el único patrón de valores culturales, que paradójicamente nacesita fundarse en una relación contrastiva con el Otro como el hombre de rasgos achinados.
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4 Por ejemplo, en “El escritor argentino y la tradición”, una conferencia pronunciada allá por los años 50 pero recogida finalmente en Discusión, Borges refiere a sus textos sobre el suburbio y los cuchilleros como “aquellos olvidables y olvidados libros”, “libros ahora felizmente olvidados” (Borges 1974, p.271). Otra anécdota explicativa es su experiencia con Arturo Jauretche. En 1934 Borges le prologó el poemario El paso de los Libres. Relato gaucho de la última revolución radical, pero nunca volvió a mencionar este asunto, por lo que Jauretche lo ironiza diciendo que Borges como amante de la libertad de pensamiento “es tan castigador con una cosa tan chiquita como una pluma y un olvido”, véase Los profetas del odio y la yapa. La colonización pedagógica, Buenos Aires, A. Peña Lillo, 1973, p.118.
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