https://doi.org/10.34024/prometeica.2024.29.15565

 


HORIZONTES FRAGMENTADOS

JUVENTUD, VIOLENCIA Y VIDA COTIDIANA EN ACAPULCO GUERRERO, MÉXICO


FRAGMENTED HORIZONS

Youth, violence, and everyday life in Acapulco Guerrero, México


HORIZONTES FRAGMENTADOS

Juventude, violência e cotidiano em Acapulco Guerrero, México


Rafael Alarcón Medina

(El Colegio de la Frontera Norte, México)

ralmed@colef.mx


Jaime Rivas

(Universidad Autónoma de Baja California, México)

jaime.rivas@uabc.edu.mx

Recibido: 25/08/2023
Aprobado: 09/02/2024

 


RESUMEN

El presente trabajo aborda la experiencia cotidiana de la violencia criminal entre estudiantes de preparatoria en la ciudad de Acapulco de Juárez en el Estado de Guerrero, en el sur de México. De forma particular, la investigación analiza el rol de la violencia en la conformación de campos de experiencia y horizontes de expectativas precarios entre esta población, mostrando cómo a través de dicho proceso se conforman lo que llamamos horizontes fragmentados, al interior de los cuales la producción de sentidos contradictorios en torno a la experiencia de la inseguridad contribuye a los procesos de neoproletarización en el capitalismo contemporáneo.

Palabras clave: violencia. juventud. vida cotidiana. Acapulco. México.


ABSTRACT

This paper addresses the everyday experience of criminal violence among high school students in the city of Acapulco de Juárez in the state of Guerrero, in South Mexico. In particular, the research analyzes the role of violence in the formation of fields of experience and precarious horizons of expectations among this population, showing how through this process what we call fragmented horizons are constituted, within which the production of contradictory meanings around the experience of insecurity contributes to the processes of neoproletarianization in contemporary capitalism.

Keywords: violence. youth. everyday life. Acapulco. México.


RESUMO

Esse artigo aborda a experiência cotidiana da violência criminal entre estudantes do ensino médio na cidade de Acapulco de Juárez no estado de Guerrero, no sul do Mexico. Em particular, a pesquisa analisa o papel da violência na formação de campos de experiência e horizontes precários de expectativas dessa população, mostrando como por meio desse processo se constituem o que chamamos de horizontes fragmentados, dentro dos quais a produção de sentidos contraditórios em torno da experiência de a insegurança contribui para os processos de neoproletarização no capitalismo contemporâneo.

Palavras-chave: violência. juventude. cotidiano. Acapulco. México.


Introducción

Durante la última década, el problema de la violencia en México ha alcanzado niveles alarmantes. Aun cuando las autoridades gubernamentales eviten el tema, la situación en el país ha llevado a que en círculos académicos se plantee la existencia de un estado fallido. Esta interpretación resulta problemática, pues la complicidad de diversas estructuras del estado mexicano en actividades delictivas lleva a la conclusión de que, más que una formación estatal fallida, asistimos a la emergencia de nuevas configuraciones de poder, en donde la distinción entre actores públicos y privados se diluye (Mbembe, 2011). La economía ilegal de las drogas, el crimen organizado y sus diversas actividades delictivas forman parte esencial en la conformación de un nuevo orden político. En dicho contexto, la violencia y las prácticas de muerte han sido consideradas desde diversas posturas teóricas como elementos constituyentes de una transformación en el funcionamiento del capitalismo. La construcción de la otredad y la diferencia como enemigo que debe ser eliminado, ha dado lugar a planteamientos en torno a conceptos como estado de excepción y nuda vida, a partir de los cuales la administración de la vida cede paso a la aplicación de la muerte como modo de gobierno (Agamben, 2004; Esposito, 2005).

Para dar cuenta de esta situación en México y tener una idea de su magnitud, basta dar un paseo por las cifras de la violencia en el país. El Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal (CCSPJP, 2023) denominó a México como el epicentro mundial de la violencia, ya que cuenta con 9 de sus municipios en los primeros 10 lugares dentro del ranking de las 50 ciudades más violentas del mundo. La Oficina de Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (2020) indicó que durante el 2017 México presentaba una tasa de homicidios por encima de la media internacional. La violencia derivada de las actividades del narcotráfico no sólo incluye los asesinatos, sino que también involucra el fenómeno de las fosas clandestinas. Asimismo, la desaparición forzada es otra de las dimensiones de la violencia que han contribuido fuertemente al trauma colectivo que México tendrá que enfrentar y reconciliar en años venideros. Las violencias relacionadas con el narcotráfico y el crimen organizado no son las únicas que conforman el espacio simbólico en contextos de alta peligrosidad. Dichas violencias interaccionan y muchas veces se nutren de otras formas de agresión que configuran la vida cotidiana de las personas.

El cuadro arriba descrito refleja de manera estructural la realidad de la violencia que millones de mexicanos experimentan día a día. Dicha situación se refleja de diversas formas a través de los distintos contextos de la acción social en campos sociales específicos, reflejando dinámicas propias relacionadas con la historia local y las redes e interrelaciones entre diversos actores sociales y grupos de poder, tanto públicos (estado) como privados (grupos delincuenciales). En el contexto arriba esbozado, la juventud es el grupo poblacional que más ha experimentado de forma directa e indirecta el impacto de la violencia generada por el narcotráfico, aunada a otras formas de agresión estructural cotidiana tales como la pobreza, la precariedad laboral, la falta de acceso a educación de calidad, de género, entre otras. En México, alrededor del 60% de las personas reportadas como desaparecidas o no localizadas es menor de 35 años; en el caso de los hombres, el grupo etario con mayores desapariciones está entre los 20 y los 30 años, y en las mujeres entre los 15 y los 25. (CNB, 2021, p.28). En su estudio, Elena Azaola Garrido (2020) ha documentado profusamente la experiencia de niños y adolescentes incorporados al narcotráfico en funciones de sicariato, sacando a la luz la terrible realidad y riesgos que enfrenta la niñez mexicana. Pedro Orraca-Romano (2017) ha mostrado que el incremento en las tasas de homicidios como reflejo de un aumento de la violencia criminal presenta una correlación estadística significativa en los

resultados negativos de la prueba ENLACE, ello como producto de la reducción de la asistencia escolar. Por otra parte, Cano y Estrada (2015) señalan que “…la violencia se conoce tempranamente por los alumnos y está presente durante prácticamente todo el trayecto escolar […] como experiencia profunda, que se acompaña de sentimientos de desamparo, desolación, angustia, inseguridad, temor, rencor, etcétera” (p. 27). En el mismo sentido, Alfredo Nateras (2016) ha indicado que “Uno de los signos de las juventudes en México y en América Latina, es la precariedad material en la que se encuentran y en la que viven, lo que se traduce en niveles altos de pobreza, en la exclusión social y en déficits en las estrategias para afrontar las dificultades de la realidad social, es decir, sus capitales sociales y culturales son débiles y escasos” (pp. 55-56). Como vemos, contrario a los discursos que criminalizan a la juventud “Las niñas, niños y adolescentes de hecho representan uno de los grupos más afectados por diversas formas de violencia y de vulneraciones a derechos, así como por el actuar del crimen organizado. En general, las respuestas de los Estados no son suficientes para prestar una adecuada protección a la niñez más afectada por estas condiciones, para garantizar sus derechos y prevenir que sean captados y utilizados por el crimen organizado” (CIDH 2015, p. 11).

Dichas precariedades tiene diversas formas de manifestación, las cuales van desde las experiencias directas de violencia infringidas en los cuerpos y las vidas de los jóvenes y sus allegados, hasta las formas cotidianas indirectas, que sin ser vividas en carne propia afectan sus diversos espacios de experiencia y horizontes de expectativas (Koselleck, 2018), afectando sus prácticas, percepciones y esperanzas en el tiempo que viene, generando lo que aquí denominamos horizontes fragmentados. Estos horizontes fragmentados reflejan las complejidades y contradicciones de la vida cotidiana de jóvenes que viven y crecen en contextos de alta violencia, pobreza y marginalidad, expresando el conflicto subjetivo que emerge de negociar un presente de condiciones precarias y la búsqueda de sentido de cara a un futuro incierto. El presente trabajo aborda la experiencia cotidiana de la violencia criminal entre jóvenes estudiantes de preparatoria en la ciudad de Acapulco de Juárez en el Estado de Guerrero, México. La investigación se sustenta en los resultados de un cuestionario respondido por estudiantes de la Unidad Académica 17 (Preparatoria), perteneciente a la Universidad Autónoma de Guerrero (UAGro), en 2019-2020. Asimismo, numerosas conversaciones informales con maestros y estudiantes, así como observaciones directas en las instalaciones de la institución también informan las observaciones presentadas. La siguiente sección presenta una discusión teórica en torno a la violencia y la juventud. Posteriormente contextualizamos nuestro trabajo en el contexto guerrerense y acapulqueño, para finalmente presentar los hallazgos del trabajo de campo.


Sedimentos de la violencia: campos de extracción, experiencia y expectativas

Definir la violencia es un asunto complejo, pues más que un fenómeno en singular nos enfrentamos con una realidad polisémica, multifactorial y multidimensional sumamente compleja. La Organización Mundial de la Salud (2003) define a la violencia como: “…el uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho, como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones” (p. 5). Si bien dicho concepto es un punto de partida importante, es necesario situar dicho proceso en una dimensión macrosocial, que subraye el rol que juegan las estructuras de poder tales como el estado y las grandes organizaciones económicas en la reproducción de dinámicas violentas. Para ello, resulta importante tener presente la naturaleza estructural de la violencia, entendida como “…la organización económico-política de la sociedad que impone condiciones de dolor físico y/o emocional, desde altos índices de morbosidad y mortalidad, hasta condiciones de trabajo abusivas y precarias" (Ferrandis y Feixa, 2004, p. 162). Ello significa que, como señala Antonio Fuentes (2021), “…la violencia tiene que pensarse vinculada al tipo de régimen político donde ésta se expresa, al marco de sentido que se disputa a niveles macro–sociales y a las representaciones que se juegan en esas contiendas” (p. 53). La fragilidad del estado democrático de derecho, la inestabilidad laboral, la administración de la pobreza/miseria, el racismo estructural, la carencia de servicios básicos, formas de urbanización precaria y/o militarizada, la debilidad sistemática en los sistemas de seguridad social, la falta de recursos educativos y culturales, la destrucción extractivista del medio ambiente, etc., son tipos

de violencia estructural que se suman a formas más directas de violencia personal (bullying, violencia de pareja, peleas callejeras, violencia intrafamiliar, etc.) y criminal (asesinatos, feminicidios, secuestros, desaparición forzada, atentados terroristas, etc.) (ver Casara, 2017; Veltmayer y Petras, 2015; Laval y Dardot, 2017; Lopes de Souza, 2008).

En este trabajo nos enfocamos en la incidencia cotidiana de la violencia criminal ligada al narcotráfico, en la cual la colusión entre actores públicos y privados es compleja y muchas veces difícil de distinguir, llevando a lo que se ha denominado como gobierno privado indirecto. Para Achille Mbembe (2011), el gobierno privado indirecto “…surge en un contexto de gran desabastecimiento, desinstitucionalización, violencia generalizada y desterritorialización. Es el resultado de una brutal revisión de las relaciones entre el individuo y la comunidad, entre los regímenes de violencia, los de propiedad y el orden tributario” (p. 79). Si bien Mbembe y otros autores como Bayart (2011) han desarrollado esta línea de pensamiento a partir del estudio de sociedades africanas, sus observaciones resultan de sumo interés al analizar el caso mexicano, en el cual las fronteras entre el orden estatal y los poderes criminales son difusas, y en el cual la des/reterritorialización, el desabastecimiento y la administración de las poblaciones (gobernamentalidad) están atravesadas cada vez más por el uso de la violencia en un contexto económico globalizado. Dicha violencia no sólo se expresa en los enfrentamiento armados entre grupos criminales y/o entre grupos criminales y fuerzas estatales, sino que se ha vuelto una experiencia difusa incorporada entre diversos sectores, en cierta medida legitimada como repertorio de acción y muchas veces vista así por quienes la viven indirectamente (Fuentes, 2021, p. 60).

En línea con autores como Mbembe y Bayart, Fuentes señala que la dimensión política de la violencia debe ser entendida en su naturaleza instrumental en la apropiación de rentas y la regulación de poblaciones que resultan excedentes para el estado y el capital. La naturaleza excedente de grandes capas de la población se deriva de estar constituidas por formas diversas de trabajo superfluo y desvalorizado, ya sea por razones étnico/raciales, de género o de clase (sectores de trabajadores que se han vuelto improductivos). En ese sentido, la violencia se convierte en un dispositivo político guberna-mental (Foucault, 2016) a través del cual el estado administra indirectamente las poblaciones a través del ejercicio de la violencia y el uso de la muerte como desaparición física y social de sectores que resultan “sobrantes” (ver Fuentes, 2020). Este proceso también se puede entender como una forma de gobernar mediante la crisis propia del neoliberalismo, en el cual la violencia como dispositivo de extracción de renta y regulación de poblaciones excedentes serían elementos constituyentes de una neoproletarización en curso (Laval y Dardot, 2017, p. 30).

Hoy en día es ampliamente aceptado que las condiciones de violencia imperante arriba mencionadas afectan principalmente a los jóvenes, quienes de hecho conforman el grueso de las filas de los grupos delincuenciales, así como de las víctimas fatales de dicho fenómeno social, ya sea directa o indirectamente. Asimismo, otras violencias como las de género, económicas, familiares, sexuales, y políticas, entre otras, también conforman la experiencia cotidiana de dicha categoría social, al grado de que algunos autores han hablado de una estructura social juvenicida (Valenzuela, 2015), en la cual el joven se ha vuelto el objeto de los poderes dominantes, ya sea para reprimirlo, matarlo o explotarlo (Cruz y Nateras, 2019; Ojeda, 2018; Solís, 2017; Nateras, 2016; López, 2012). Algunos estudios abordan las relaciones intra-juveniles al estar en contacto directo e indirecto con los grupos delictivos criminales. En su estudio entre jóvenes que trabajan con grupos pertenecientes al narcotráfico en el estado de Tamaulipas, Hernández (2019) señala que la línea que separa la experiencia directa/indirecta de la violencia cotidiana es difusa, pues “…el ser joven y estar ‘dentro’ o ‘fuera de la violencia es relativo, al menos en contextos donde esta última es parte de la vida cotidiana”. (Hernández, 2019, p. 74). Los jóvenes pueden ser violentadores y sufrir al mismo tiempo la violencia por parte de los grupos delictivos. Además, dicho autor indica que el mismo estado desarrolla lo que él, retomando a Domínguez Ruvalcaba llama pedagogías de la violencia, las cuales no son exclusivas del crimen organizado. Hernández (2019), menciona que “Someter para despojar del valor, degradar la condición de ser humano y finalmente despojar de la vida, forman parte del proceso de dichas pedagogías, de la crueldad que desde el principio anuncia la muerte de los cuerpos, no sin antes someterlos al sufrimiento por el hecho de encajar como sospechosos o como enemigos del Estado” (p. 80).

Estas pedagogías de la violencia están dirigidas a reproducir una representación de los jóvenes como sujetos peligrosos y desechables, enemigos de la sociedad, llevando a su criminalización y victimización, redefiniendo los marcos de la acción institucional de las estructuras estatales de seguridad, al tiempo que legitiman el uso político de la violencia. En su estudio entre jóvenes sinaloenses en contextos de narcotráfico, Mendieta (2017) también muestra que las afectaciones por la narcoviolencia no repercuten exclusivamente a los sectores poblacionales que están insertos y son partícipes en las corporaciones delictivas, sino que también alcanzan a la mayoría de los jóvenes de forma indiferenciada. Según Mendieta, “Las violencias en que las juventudes sinaloenses participan, en particular un alto porcentaje de hombres jóvenes entre los 14 a los 35 años, no son ocasionadas por una intención de asociación identitaria con sus pares a partir de la marginalidad y la desigualdad, sino por las relaciones sociales del narcotráfico que se han naturalizado en todos los sectores sociales” (2017, p. 59). Lo anterior apunta a que las pedagogías de la violencia y la crueldad a las que alude Hernández, forman parte de un entramado de relaciones sociales atravesadas por las dinámicas generadas a partir de las actividades de los grupos delincuenciales del narcotráfico. Dichas dinámicas involucran tanto la participación directa en acciones ilícitas, así como la manera en que el desarrollo de tales acciones reconfigura la cronotopia social; es decir, las formas concretas en que se habita la ciudad, los modos de administración del tiempo en el espacio público, así como la autoimagen que los jóvenes deben proyectar frente a sus pares y las autoridades. En su estudio entre jóvenes negros y latinos en contextos de pandillas en California, Victor Ríos (2011) ha mostrado cómo es que los jóvenes que no participan en pandillas deben desarrollar, por un lado, un “actuar legal” que los libre del acoso policial y la criminalización, al tiempo que deben negociar su imagen callejera de cara a sus amigos y vecinos pandilleros para no convertirse en víctimas, o ser forzados a involucrarse en actividades delictivas.

Resumiendo, podemos decir que los jóvenes en contextos de alta marginación y criminalidad participan, ya sea como víctimas o victimarios, de forma activa en la violencia. En un marco más amplio, lo anterior significa que la violencia se convierte en un espacio u horizonte de experiencia (Koselleck, 2018) compartido a partir del cual se articulan prácticas, estrategias y percepciones concretas desde las cuales se negocian los significados personales, colectivos e institucionales de la acción social. Esto se expresa de maneras específicas, tales como: las formas en cómo se navega la ciudad y el transporte público; la administración de los tiempos de traslado con el fin de evitar horarios considerados peligrosos; la percepción de inseguridad en los espacios públicos, su uso y apropiación; la reconfiguración del entorno público/privado (condóminos cerrados, sistemas de vigilancia, internet y redes sociodigitales como nuevo espacio seguro, etc.); los marcos de interpretación de los discursos y acciones institucionales en torno a la inseguridad; la percepción y relación con los diversos cuerpos de seguridad del estado (Marina, Ejército, Policía); la recepción de las narrativas mediáticas de la violencia (periódicos, páginas de internet, redes sociodigitales, blogs, etc.); así como la experiencia cotidiana del barrio y las relaciones con los otros (vecinos, colegas de trabajo, compañeros de escuela, transeúntes, etc.), lo cual incluye las claves de lectura del sujeto potencialmente peligroso, así como las estrategias para evitar parecerlo, etc.

Entre los jóvenes que viven en contextos de alta violencia, todas las dinámicas anteriores se constituyen en dimensiones de un espacio de experiencia compartido a partir del cual se da sentido al presente y se articulan horizontes de futuro posibles. Si bien dicho espacio de experiencia es una realidad plural, compuesta de una constelación de temporalidades diversas que manifiestan la diversidad de la experiencia social (e.g. por clase, etnia/raza, género o generación), ello no impide que se constituya en un conjunto de claves de interpretación comunes que hacen posible la significación social, lo cual permite tanto el dominio de narrativas hegemónicas sobre la violencia como la posibilidad de formas de acción colectiva que puedan transformar la realidad hacia mejores condiciones. Lo anterior implica que dicho espacio de experiencia incide en la conformación de un horizonte de expectativas social e históricamente compartido (Koselleck, 2018), un conjunto de claves de lectura, puntos de referencia en torno a lo posible que pueden abrir o cerrar la imaginación del futuro desde el presente. El horizonte de expectativas es un futuro pasado (Koselleck, 2004), un presente proyectado que sobredetermina las posibilidades de actuar en el mundo. Es desde la reconstrucción del campo de experiencia que podemos vislumbrar la expectativas del futuro posible desde el presente, desvelando la negociación de las contradicciones de las prácticas sociales y el modo en que estas abren o cierran el mundo imaginado. En

la siguiente sección presentamos una breve contextualización del espacio de investigación y sus sujetos, para posteriormente mostrar los resultados del trabajo de campo. Iniciamos con una breve descripción del contexto de violencia en el Estado de Guerrero y de la ciudad de Acapulco, para posteriormente caracterizar a la preparatoria donde se llevó a cabo la investigación, los sujetos de estudio, así como los resultados y las interpretaciones de los mismos.


Al sur de ninguna parte: Violencia y criminalidad en el estado de Guerrero.

El Estado de Guerrero es un epicentro del crimen organizado en México, con el mayor número de grupos delincuenciales luchando por el control del territorio que en cualquier otra región del país. Al menos 40 grupos luchan por un diverso portafolio criminal, que incluye la producción y el tráfico de drogas, sobre todo heroína para el mercado estadounidense, así como varios tipos de actividades delictivas que han aparecido recientemente, principalmente la extorsión. (International Crisis Group, 4 de mayo de 2020). En el Informe Sobre América Latina No. 86 (2020), se menciona la problemática que existe en Guerrero, producida por los constantes enfrentamientos entre grupos de autodefensa y organizaciones criminales, siendo estos últimos los responsables de gran parte de la violencia que aqueja al estado. Como ejemplo del estado privado indirecto señalado por Mbembe y Fuentes, se señala que: “…al tomarse territorios y hacer uso de la violencia extrema, algunas de las autodefensas han comenzado a parecerse a los criminales. La proliferación de grupos de autodefensas refleja la gran falta de confianza en las autoridades estatales y las fuerzas de seguridad de Guerrero. Los límites entre el Estado y el crimen son confusos en toda la región(International Crisis Group, 4 de mayo de 2020, p.4). Entre los municipios que se han mantenido con mayor incidencia de homicidios durante el período de 2016 a 2018 se encuentran: Acapulco de Juárez, Coyuca de Benítez, Chilpancingo de los Bravo, Chilapa de Álvarez, Iguala y Ometepec (López, Holst y Ramírez, 2018).

La violencia que prevalece en Guerrero se debe a distintos factores, principalmente a la gran cantidad de grupos delictivos que operan en el lugar, las disputas provocadas entre grupos de autodefensa y la poca seguridad que brinda el Estado a los ciudadanos. Sánchez (2015) señala que: “…las autoridades federales y los distintos medios de comunicación han logrado identificar hasta 10 organizaciones criminales independientes que tienen presencia permanente en al menos 65 de los 81 municipios de la entidad, las cuales luchan entre sí por el control de los municipios y de los mercados ilegales que hay en el estado” (p.5). Diversos trabajos de investigación periodística también han abordado la problemática guerrerense, documentando los constantes reacomodos entre las distintas organizaciones criminales que han actuado en el estado, sus territorios de influencia, sus ligas con el poder político local, así como la cambiante cartografía de los grupos surgidos tras su declive y fragmentación (Ravelo, 2017, 2007; Reveles, 2015). El fin de la precaria hegemonía de las grandes organizaciones criminales como el Cártel de Sinaloa, el Cártel de los Beltrán Leyva y la Familia Michoacana, así como su posterior fragmentación en múltiples grupos, ha llevado a que la disputa territorial se dé entre organizaciones criminales de menor tamaño, las cuales al cambiar su estructura y alcance buscan defender y controlar territorios limitados, volviéndose más violentas al estar en presencia de otras organizaciones (Sánchez, 2015). A la par de dichos grupos delincuenciales, el uso político de la violencia y la corrupción, la emergencia y crecimiento de grupos de autodefensa y policías comunitarias, así como la existencia de grupos guerrilleros también abonan a la violencia en el estado (Sánchez, 2015, p.11; Pantoja, 2017). Carlos Illades (2014, 2000) ha resaltado que la actual violencia en Guerrero no puede entenderse adecuadamente sin considerar la historia particular del estado, en la cual el uso político y civil de la violencia ha sido una constante desde la fundación de la entidad.

Por otra parte, Guerrero es el tercer estado con mayor número de fosas clandestinas descubiertas, 459 o 9.49% del total nacional, y el cuarto con mayor número de cuerpos exhumados, 646 o 7.80% del total nacional. (Secretaría de Gobernación, 2021, p.46). Durante el 2018, el 27.8% de los hogares en Guerrero tuvo una víctima de delito. Los delitos más frecuentes en el estado son la extorsión (42.9%), el fraude (11.4%), y robo o asalto en calle y transporte público (11.1%). Las estimaciones sobre la cifra negra del crimen de extorsión (Ramírez, 2020) posicionaron a Guerrero en primer lugar nacional durante 2018.

La ENVIPE (2022) estima que en el estado, 46.1% de la población de 18 años y más considera la inseguridad como el problema más importante que aqueja hoy en día su entidad federativa, seguido de la salud con 39.9% y el aumento de precios con 39.7%. Además, se estima que 29% de la población de 18 años y más en el estado considera que vivir en su entorno más cercano, colonia o localidad es inseguro.

Las cifras presentadas hasta aquí dan cuenta de la tragedia cotidiana en la que ha estado sumido el estado de Guerrero y ciudades como Acapulco desde hace ya más de una década. Si bien estos datos dan cuenta de la dimensión del problema, no constituyen un cuadro completo de la realidad cotidiana de la violencia que viven los guerrerenses. Ello porque aún haría falta incorporar datos sobre otras formas de violencia que en mayor o menor grado reflejan y contribuyen a la reproducción de la violencia relacionada con el narcotráfico: la violencia familiar, de género, escolar, la discriminación y el racismo, entre otras, conforman la constelación a partir de la cual la violencia como síntoma social emerge en varias ciudades guerrerenses. Entre las distintas consecuencias de vivir en contextos de violencia está la idea de mudar de lugar de residencia para escapar de esa realidad, con la intención de encontrar un espacio donde se pueda vivir en tranquilidad. En algunas ocasiones, las personas son obligadas a abandonar el hogar involuntariamente debido a distintas amenazas producto de la violencia. Autores como Argüello (2022) han investigado el tema de la movilidad forzada, y menciona que: “El Desplazamiento Interno Forzado (DIF) es multicausal y entraña un tipo de migración que se invisibiliza por no implicar el cruce de fronteras internacionales” (p.48). Algunos medios de comunicación han expuesto algunos casos de desplazamiento forzado debido a enfrentamientos entre grupos delictivos en Guerrero, como el sucedido entre el 11 y 16 de noviembre de 2022 en las colonias Playas de Calinda e Icacos, en la ciudad de Acapulco, dejando como consecuencia el desplazamiento de 46 familias expulsadas de sus hogares. (Amapola Periodismo, 2023). Asimismo, El Universal publicó una breve nota sobre la situación de violencia que se vive en Guerrero, señalando que: “Las tres principales ciudades turísticas de Guerrero: Acapulco, Zihuatanejo y Taxco, que conforman el Triángulo del Sol, son blanco de las extorsiones de grupos criminales. Nadie se salva de pagar cuota, ni los prestadores de servicio, bares, restaurantes, tiendas de conveniencia, los meseros o los vendedores ambulantes. Ante esto las opciones que les quedan son pagar, cerrar el negocio, huir de la ciudad o morir” (Palma, 2022). Las cifras arriba expuestas ejemplifican algunas de las características del dispositivo de extracción (rentas y producción criminal) en funcionamiento en varias ciudades del Estado de Guerrero.

En el caso de la situación de los jóvenes, se han realizado algunos estudios que abordan las condiciones de inseguridad y violencia de esta población, aunque es importante mencionar que las investigaciones aún son insuficientes. Cortés y sus colaboradores (2014) han estudiado las violencias de género al interior de instituciones de educación media superior, ello con la intención de conocer los índices de este fenómeno entre las estudiantes, así como las medidas implementadas para la prevención, atención y erradicación de esta problemática. Sus resultados muestran que las estudiantes de educación media superior sufren hostigamiento y acoso. En investigaciones más recientes, Basilio et al. (2019), analizan el fenómeno de la violencia en las comunidades estudiantiles, destacando las colonias que habitaban y sus índices de inseguridad, e igualmente encontraron que las mujeres tienen un mayor sentimiento de inseguridad que los varones. Los autores llegan a la conclusión de que los programas federales contribuyen en cierta medida a disminuir la percepción de la inseguridad entre algunos jóvenes, pero no la elimina del todo, pues la preocupación de muchos estudiantes provenientes de colonias en las cuales dichos programas no tienen efecto alguno sigue presente. La experiencia cotidiana directa e indirecta de la violencia genera un sentido de desánimo, sensación de riesgo e inseguridad entre los jóvenes guerrerenses, misma que se manifiesta en un incremento de la deserción escolar o un alto nivel de ausentismo a clases. Estas y otras consecuencias de la violencia criminal entre los jóvenes también han sido documentadas por otras investigaciones en contextos que comparten con Guerrero el problema de la violencia, tales como Chihuahua (Estrada y Cano, 2013), Tamaulipas (De la O, 2019; Gómez y Almanza, 2016), Veracruz (Treviño, 2020) y Tijuana, en Baja California (López, 2012).

El contexto arriba mostrado confirma la lógica necropolítica (Mbembe, 2011) del estado mexicano, manifiesta en los límites difusos del uso paralegal de la violencia y la muerte como dispositivos de

extracción y control de poblaciones (Fuentes, 2020), un tipo de poder ejercido por grupos narco- criminales que accionan en contubernio con actores públicos (policías, políticos, fuerzas armadas). La dinámica capilar de estas violencias implica que la participación directa e indirecta en la violencia, ya sea como víctimas o victimarios, contribuye a conformar un campo de experiencia compartido marcado por el miedo, la desconfianza y la inestabilidad de los significados en torno al presente y al futuro de la acción social, generando un horizonte de expectativas fragmentado. La cualidad fragmentaria de dicho horizonte surge de las formas contradictorias a partir de los cuales se producen significados en torno a la violencia y la inseguridad, al tiempo que los sujetos buscan dar un sentido unificador que brinde un sentimiento de pertenencia, tranquilidad y sobre todo de dignidad (Sennet y Cobb, 1993). Por otra parte, su carácter fragmentario también conlleva que si bien dicho horizonte constituye un punto de referencia compartido producido dialécticamente entre el presente y la imaginación del futuro, al mismo tiempo apunta a la dificultad de una acción política consistente, entre otras razones porque, al experimentarse desde condiciones sociales específicas diferenciadas (género, etnia/raza, clase, etc.), dicho horizonte fragmentado trae consigo la dificultad de reconocimiento del otro y en el otro, complicando la emergencia de acciones colectivas transformadoras de la realidad.

Comprender la experiencia de la violencia a partir de la reconstrucción de los campos de experiencia que la conforman, así como los horizontes de expectativas que emergen de los mismos puede contribuir al conocimiento crítico de las condiciones de violencia que vive el país, sus configuraciones en la vida cotidiana, así como a vislumbrar posibles rutas de intervención que contribuyan a transformar esta difícil realidad, sacándonos de una situación que, en el caso de Guerrero, parece llevar al sur de ninguna parte. En el siguiente apartado presentamos un primer ejercicio de interpretación desde el marco teórico propuesto en párrafos anteriores. Con base en los resultados de un cuestionario aplicado a estudiantes preparatorianos de la Unidad Académica 17 perteneciente a la UAGro, en la ciudad y puerto de Acapulco de Juárez, así como a partir de conversaciones con alumnos y maestros, hacemos un primer acercamiento a la reconstrucción del campo de experiencia de estos jóvenes, así como a las formas fragmentadas que adquiere un horizonte de expectativas surgido en un contexto de violencia criminal.


Futuros Fragmentados: temor, sentido y dignidad

La Preparatoria 17 tiene sus antecedentes en la Preparatoria Popular HOMART (Hombres de Mar y Tierra), fundada en 1974 durante el auge del proyecto educativo conocido como Universidad-Pueblo (autor, 2019, 2023). A lo largo del tiempo, esta preparatoria ha trabajado con un enfoque social dirigido hacia los sectores populares más pobres de Acapulco. Ubicada en la Av. Ruiz Cortínez en una zona urbana densamente poblada, durante los últimos años la preparatoria ha experimentado de diversas maneras las consecuencias del crecimiento de la narco-violencia en la ciudad. Las actividades delincuenciales del crimen organizado han impactado la dinámica del sector educativo en sus diversos niveles, lo que se ha reflejado en amenazas a la comunidad universitaria tanto dentro como fuera de las escuelas, agresiones, secuestros, extorsiones e incluso asesinatos de docentes y alumnos, generando un sentimiento generalizado de inseguridad que ha incidido en la asistencia y deserción escolar. El descenso en la matrícula de la Preparatoria 17 durante los años 2009- 2012 reflejó el incremento de la narco- violencia durante este periodo, algo confirmado en las conversaciones con docentes y autoridades de la institución. Sin duda no es posible afirmar una relación mecánica entre ambos procesos, pues otras dinámicas propias del funcionamiento de la UAGro también pueden haber jugado un papel importante. Respecto a este movimiento en la matricula, la maestra Adela 1 nos comentaba lo siguiente:

Entre el 2009 y el 2012 la violencia se puso bien difícil, no sólo en las colonias donde viven los muchachos, también en la prepa tuvimos muchos problemas con los estudiantes […] Dentro de la escuela había muchas pandillas y chavos que andaban en cosas malas… algunos nomás eran chamacos jugando a ser narcos y eso, pero otros si andaban metidos en esas cosas, en la maña como le dicen. Muchos estudiantes tenían temor de venir a la escuela, y sus papás también. Y no era para menos pues… había muchachos que traían machetes a la escuela ¡y se agarraban a machetazos en las canchas! […] Se metían los machetes en las


1 Todos los nombres de los entrevistados han sido cambiados para proteger la anonimidad y seguridad de las personas.

piernas del pantalón… luego luego los veías quiénes eran por cómo caminaban (Entrevista con Adela, Acapulco, Gro., Noviembre de 2019).


Otros profesores confirmaron esta situación, agregando que durante los años en que bajó la matricula muchos padres decidieron cambiar a sus hijos a otras instituciones consideras más seguras, como CBTIS, CETIS, COBACH, y otros centros de educación media superior en donde la disciplina es aparentemente mayor. Quienes tenían los recursos los transferían a escuelas privadas. Para el 2013 el número de estudiantes refleja la dinámica de ingreso y permanencia en la institución, indicando un creciente declive en la matrícula que ha llevado a que en los últimos años la Preparatoria 17 vuelva a implementar una estrategia de puertas abiertas en la cual los exámenes de ingreso tienen una función más evaluativa que de selección. Para 2023, los estudiantes sólo tienen que llegar e inscribirse. Y la disparidad entre el turno matutino y vespertino es mayor, pues pocos estudiantes tienen interés en asistir a clases en horarios considerados más riesgosos, y sobre los que prevalece la percepción de haber mayor presencia de jóvenes “peligrosos y violentos”.

En otras instituciones vecinas a la 17 tales como las preparatorias 27 y 2, también pertenecientes a la UAGro, es más clara la presencia de jóvenes que usan y vendes estupefacientes tales como mariguana y piedra (crack), de acuerdo a lo señalado por algunos estudiantes y maestros con quienes se conversó. Esta situación ha llevado a las autoridades escolares a buscar implementar medidas de prevención de adicciones, con resultados dramáticos. Y esto último no es exageración, pues incluso estas medidas que buscan incidir en la problemática del uso de drogas y la violencia relacionada evitando entrar en conflicto directo con los intereses de los grupos criminales también se ha visto detenida por estos actores. La maestra Lidia, profesora con más de 30 años de servicio en la Preparatoria 2, nos narraba con gran aflicción la descomposición del entorno universitario, y los peligros y amenazas que docentes y alumnos enfrentan en el actual contexto de violencia en Acapulco. Por poner un ejemplo, la profesora Lidia nos contó:

Varios profesores estábamos muy preocupados por el aumento de jóvenes que fuman mariguana y otras cosas, y no en la calle o en sus casas, ¡en la prepa! Tú podías ver a varios chavos fumando su cigarro y vendiéndoles cosas a otros chamacos. Y no creas que se esconden; ahí en los pasillos, afuera de los salones están fumando… y los otros estudiantes pues deben tratar con esos compañeros, evitar problemas con ellos. Así que le propusimos al director unas jornadas de prevención de adicciones, con pláticas y talleres para prevenir a los muchachos de los peligros de usar drogas… Pues ya habíamos empezado y al segundo día que llega un comando armado a la prepa… Eran varios tipos armados y encapuchados… y nos prohibieron seguir con los cursos. Nos dijeron que por qué chingados estábamos diciéndoles a los muchachos qué podían hacer y qué no, qué meterse y qué no… que ellos eran libres de usar lo que quisieran y que no nos entrometiéramos ¿Tú crees? Usaron el discurso de la libertad de elección para amenazarnos y que ya no les dijéramos nada a los estudiantes. Lógico detuvimos todo, nos dio mucho miedo. Y es que ya han venido antes a preguntar datos de los maestros, que cuánto ganamos y otras cosas, todos vivimos con temor, ya hasta hay que tener cuidado con lo que les dices a los estudiantes (Entrevista con Lidia, Acapulco Gro. Enero de 2020).


Secuestros y asesinatos de profesores universitarios, enfrentamientos armados a las puertas de las escuelas, ejecuciones, personas armadas preguntando datos sobre ingresos de los maestros, y alumnos que colaboran con grupos criminales es una realidad en las instituciones de la UAGro, aunque es imposible tener datos específicos al respecto (ver Meza, 2014; El sol de Chilpancingo 2019). Lo anterior es una de las razones por las cuales realizar investigación sobre estos temas entre los jóvenes acapulqueños y en contextos semejantes es complicado. Ello no significa de ninguna manera que se justifique la criminalización de los jóvenes, pues ciertamente es una pequeña minoría la involucrada, pero el rumor y las conversaciones que difunden la presencia de personas preguntando sobre estos temas pone en un gran riesgo a los investigadores interesados en los mismos, como nuestro equipo pudo confirmar durante el trabajo de campo. Fue casi imposible evitar que se comentara el tema de nuestra investigación entre los estudiantes, y ciertamente generó temor el preguntar sobre estos asuntos a la hora de aplicar el cuestionario, lo que también incidió en las respuestas de los alumnos.

El cuestionario para esta investigación (realizado entre junio de 2019 y enero de 2020) cubrió una muestra de 165 estudiantes de una población total de 826 estudiantes (nivel de confianza de 95%, y

margen de error del 7%). Si bien en un principio se consideró tomar una muestra estratificada por turno, por razones de seguridad al final se trabajó con una muestra ideal, constituida por 50% de hombres y 50% de mujeres, sin considerar grado ni turno. El instrumento cubrió experiencias, percepciones y expectativas en torno a la violencia, la vida cotidiana, la educación y las perspectivas de futuro. Los estudiantes se encuentran en un rango de edad entre los 15 y 19 años, teniendo la mayoría 16 años (41.8%), la mayoría son solteros (96.4%) y sin hijos (98.2%). El 80.0% viven con sus padres, quienes se dedican a profesiones precarias y poco remuneradas tales como asalariados, pequeños comerciantes, chofer, albañil, seguridad, maestro, pintor, policía, abogado y artesanos. Un gran porcentaje de las madres se dedica al hogar (43.3%). Un 73.3% de los alumnos no trabaja, y el 26.7% lo hace en ocupaciones temporales poco cualificadas en el sector de servicios turísticos. El 77.3% recibe la Beca Benito Juárez, la cual usan principalmente para gastos escolares y ayudar en los gastos del hogar; la mayoría proviene de colonias populares ubicadas en la periferia de la ciudad. Todos ellos son usuarios de redes sociodigitales e internet, las cuales usan para comunicarse y acceder a diversos contenidos, principalmente a través de teléfonos inteligentes.

El campo de experiencias compartido por estos estudiantes involucra diversos aspectos de la vida cotidiana en los cuales se refleja la incidencia de la violencia en la configuración de las percepciones de riesgo, temores y percepciones signadas por la presencia constante de actos delictivos y expresiones del narcotráfico. Dicho campo está caracterizado por un temor constante que atraviesa la presencia, uso y apropiación del espacio público, así como la percepción en torno al papel de las autoridades en la promoción y apoyo a actividades culturales que contribuyan a recomponer el tejido social. Los jóvenes consideran que el apoyo a la juventud en Acapulco es regular (47.9%), bueno (15.8%), y muy bueno (5.5%), por otra parte el 20.0% lo considera insuficiente, 9.1% inexistente, y 1.8% no responde; consideran que hacen falta becas, apoyo al deporte y la cultura, integración social, más oportunidades de trabajo, más seguridad, apoyo psicológico, condones, concientización sobre las drogas y los derechos de los jóvenes, entre otras cosas. El 51.5% considera que no hay espacios suficientes para que los jóvenes se expresen, mientras que el 41.8% consideran que sí. El tipo de espacios que tienen en falta incluyen bibliotecas, centros culturales, espacios recreativos, lugares de atención psicológica y espacios para realizar arte urbano. Por otra parte, los crímenes más presentes en la percepción de los estudiantes son: asesinatos 32.1%, balaceras 6.1%, feminicidios 5.5%, secuestros 4.2%, delincuencia 3.0%, inseguridad 1.2%, extorsiones 1.2%, entre otras. La mayoría menciona que se entera de estos hechos mediante internet, redes sociales, pláticas con amigos y vecinos, y prensa. Solo el 6.7% declaró no estar interesado en enterarse de estos acontecimientos. La dimensión afectiva de este campo de experiencia es importante, pues refleja la construcción de sentido en torno a la vivencia cotidiana de la violencia. La dimensión afectiva de los fenómenos sociales es algo que hasta hace poco no se consideraba. Los acontecimientos percibidos hacen que estos jóvenes se sientan: mal 35.2%, inseguros 21.8%, con miedo 9.1%, tristeza 5.5%, y otras más como asco, alerta, temor y vergüenza. El campo de experiencia no sólo incluye sucesos y prácticas, sino también las evaluaciones subjetivas y las respuestas afectivas desde las cuales los jóvenes enfrentan las condiciones en que viven, reproduciéndolas o cuestionándolas.

Como señalamos, campo de experiencia y horizonte de expectativas son dos caras de una misma moneda, en la cual el primero concentra al presente vivido y percibido, en tanto que el segundo indica las expectativas del futuro inmediato y a mediano plazo. Una misma dimensión práctica puede formar parte del campo de experiencia al tiempo que configura un horizonte de expectativas. Así por ejemplo, la confianza en las autoridades forma parte del campo de experiencia presente que refleja demandas incumplidas de seguridad que se proyectan en el tiempo. La opinión sobre el Gobierno municipal en el momento en que se realizó la encuesta indica que un 53.9% lo considera regular, 7.3% bueno, y 3.6% muy bueno; por otra parte el 16.4% lo considera malo, 5.5% muy malo, y 12.7% pésimo. La confianza en los cuerpos locales de seguridad es negativa, pues solo el 2.4% tiene un nivel de confianza muy alto en la policía, 1.8% alto, 35.8% regular, 27.3% bajo, 12.1% muy bajo, y 20.6% señaló que desconfiaba de la policía. Respecto a la confianza en el Ejército 10.3% lo considera muy alto, 15.2% alto, 48.5% regular, 10.3% najo, 7.3%, muy bajo y 7.9% desconfía. En cuanto a la Marina, el nivel de confianza que manifiestan tener es de 17.6% muy alto, 27.9% alto, 37.6% regular, 9.1% bajo, 1.2% muy bajo, y el 6.1% desconfía. Estas cifras reflejan el horizonte de expectativas en torno a la seguridad que pueden

esperar de distintos actores estatales, incidiendo a su vez en sus relaciones con dichos actores públicos, lo que esperan cuando salen a la calle y la forma en que negocian los tiempos en el espacio público. Cuando se les preguntó si se sentían seguros cuando salían a divertirse, el 50.9% mencionaron que sí, mientras que el 47.3% no, (1.8% no responde). Lo interesante es que después se les preguntó porque se sentían de esa manera y las respuestas refuerzan un sentimiento de zozobra, pues 39.4% mencionan alguna problemática de la inseguridad, en contraste solo el 3.6% mencionan que hay seguridad. La gran mayoría evita salir por las noches, realizando sus actividades de ocio entre el mediodía y la tarde y evitando llegar de noche a casa.

La dimensión afectiva del horizonte de expectativas también incluye el sentido que dan a la ciudad en sí misma, a la forma en que estos jóvenes condensan en una palabra lo que Acapulco significa para ellos. Las expresiones que compartieron para definir la ciudad en una palabra o frase reflejan la fragmentación del horizonte compartido por los estudiantes. Dentro de las expresiones asociadas con un significado negativo encontramos las siguientes: “culero”, “delincuencia”, “deshonra”, “feo”, “infierno”, “inseguro”, “inseguridad”, “malo”, “muerte”, “no avanza”, “peligroso”, “perdido”, “sucio”, “triste”, “todo tiene precio”, y “Sodoma y Gomorra, porque es la ciudad del caos”. Por otra parte, entre las palabras con un significado positivo aparecen las siguientes: “bonito”, “chido”, “diversión”, “hermoso”, “mágico”, “maravilla”, “paraíso tropical”, “chido lugar y pésimo gobierno”. Solamente el 1.8% considera Acapulco como un lugar seguro y 9.7% tranquilo; tristemente, la mayoría lo considera un lugar inseguro 34.5%, violento 25.5% y peligroso 24.2%, (4.2% no respondió). La mayoría dice que le gusta vivir en Acapulco (62.4%); no obstante, si tuvieran la oportunidad, un 70.3% se irían a otra ciudad, entre las que mencionaron a Tijuana, Monterrey, Cancún, Querétaro y Ciudad de México. Junto a la situación de inseguridad, la falta de empleo y oportunidades educativas también son una razón del interés por migrar.

También se les preguntó si suelen ver noticias de crimen en la ciudad (nota roja), el 60.0% mencionó que no, mientras que el 39.4% sí. Quienes mencionaron que no, señalan que simplemente no les interesa mirar ese tipo de notas (15.2%), no hay tiempo para verlas (4.2%), no las conocen (3.6%), o les da miedo (2.4%), además de que mencionaron que suelen ser muy sangrientas y temen que se trate de algún familiar quien protagonice el suceso. Quienes miran estas noticias hacen mención que lo hacen mediante la página Lo Real de Guerrero, televisión, internet, y otros periódicos. Entre las emociones que les generan este tipo de noticias, mencionaron: dolor, enojo, asco, decepción, tristeza, inseguridad, impotencia, miedo, entre otras; también expresaron sentir: “tristeza por los familiares”, “siento impotencia, miedo y enojo”, “feo al ver todo lo que está pasando”, “feo porque es algo que se vive todos los días”, “inseguridad y preocupación porque uno no puede salir a la calle sin temor a que algo le pueda suceder”, y, “alarma por ver cómo avanza”. Algo semejante sucede respecto al sentimiento diario de inseguridad al salir a las calles, pues indican que tienen temor porque: “hay delincuencia”, “a veces pienso que me puede pasar algo”, “me preocupa que haya una balacera”, “que me roben”, “que me maten”, o, “que un día simplemente desaparezca”, entre otras cosas.

Finalmente, se preguntó a los estudiantes sobre sus sueños y expectativas a futuro. El 81.8% considera que lo que está aprendiendo en la escuela le resultará de utilidad para mejorar su vida, pues piensan que se obtiene mayor educación y mejores perspectivas laborales. El 66.1% mencionó que les gustaría continuar con sus estudios universitarios. Entre las carreras mencionadas están administración, enfermería, arquitectura, arte, bioquímica, ciencias políticas, contaduría, criminología, medicina, derecho, diseño de modas, fotografía, historia, gastronomía, ingeniería, idiomas, odontología, pediatría, psicología, veterinaria, y en algunos casos estudiar en el Colegio Militar. El 72.1% de los jóvenes estudiantes está de acuerdo en que obtener un título universitario garantiza un mejor empleo, ya que esto aumenta las probabilidades de tener mayores ingresos económicos y oportunidades laborales. Respecto a cuánto les gustaría percibir mensualmente, la gran mayoría se situó en un rango que va desde los $3000 a los 25,000$ pesos mensuales, una expectativa bastante baja considerando la situación económica actual. Por último, se les preguntó qué sería para ellos tener un futuro exitoso, y la mayoría respondió que el éxito está en conseguir un buen nivel económico y social, lo que incluye la obtención de bienes y propiedades (casa), terminar sus estudios, y conseguir un buen empleo.

Como podemos ver, la producción de un campo de experiencia compartido acontece dentro de contradicciones discursivas y experienciales aparentemente incongruentes, desde las cuales emerge un horizonte de expectativas fragmentado caracterizado por el quiebre entre el amor/odio por la ciudad y una falta sentida de apoyos a la juventud e inseguridad que no quiebra la confianza en el valor de la educación como ruta de superación personal. Aun cuando las percepciones compartidas por los estudiantes indican un campo de experiencia compartido, ello no implicó que surgiera en las conversaciones con los estudiantes ningún discurso crítico en torno a la acción colectiva y la incidencia social. El campo de experiencia es común, pero el horizonte de expectativas es individualista, y por ello fragmentado. Este horizonte no sólo no logra articular un discurso común integrador de la experiencia de/con los otros como reconocimiento, sino que también apunta a una relación alienada con la ciudad, la cual al final se percibe como un lugar que, de ser posible, es mejor dejar atrás. En ese sentido, este horizonte de expectativas como futuro fragmentado no sólo refiere a las trayectorias individuales de los estudiantes, sino de Acapulco como campo social en proceso de descomposición.


Conclusiones

Las respuestas algunas veces contradictorias de los estudiantes indican que la vivencia subjetiva del campo de experiencia refleja un proceso constante de búsqueda de sentido, a través del cual se busca dotar de dignidad a la vida cotidiana en contextos de alta inseguridad. El decir que se sienten seguros en las calles para después señalar las razones por las que es mejor quedarse en casa, expresa la necesidad de negociar una situación donde los jóvenes se rehúsan a perder el control de su existencia, negando por momentos el temor que acompaña salir al espacio público. Contradictoriamente, esta producción de incongruencia sustenta el anhelo de coherencia en un nivel afectivo, pero que no logra articular un discurso crítico sobre la propia circunstancia. Así, las descripciones de Acapulco como un lugar maravilloso o infernal contrastan con las respuestas en torno a vivir a gusto en la ciudad, al tiempo que la gran mayoría desearía migrar a otro lugar. Miedo, tristeza, impotencia, enojo, asco, dolor, decepción, entre otras expresiones recopiladas en esta investigación expresan un campo de experiencia atravesado por la lógica de descomposición social producto de la violencia, dificultando la articulación de un horizonte de expectativas socialmente transformador en forma cuando menos discursiva. La naturaleza afectiva de las respuestas a la violencia complica la articulación de un discurso del reconocimiento que evite el extrañamiento entre los jóvenes, y de estos con la ciudad y las autoridades. Al final, Acapulco se convierte en una nueva Sodoma y Gomorra de la cual es mejor partir sin mirar atrás, evitando que, como la esposa de Lot, los jóvenes terminen convirtiéndose en estatuas de sal que la violencia destruya.

Los resultados de nuestra investigación muestran que los conceptos de campo de experiencia y horizonte de expectativas permiten cualificar de forma situada el estudio de los mecanismos neoliberales de extracción y administración de poblaciones. Si bien la mayoría de estos estudiantes aún no se inserta en el mercado laboral, el campo de experiencia perfila un futuro incierto donde la búsqueda del éxito personal a través de la propiedad y el trabajo asalariado precario (las bajas expectativas salariales) constituyen los ejes articuladores de un horizonte de expectativas fragmentado. Asimismo, el fortalecimiento de estos horizontes fragmentados naturalizan el control del territorio por parte de las fuerzas del gobierno privado indirecto (fuerzas públicas y criminales muchas veces asociadas), pues al perfilar a estos jóvenes hacia una migración estructuralmente forzada, expresado en la expectativa de dejar atrás Acapulco, fortalece la expulsión de la excedencia juvenil hacia mercados de trabajo precario en polos industriales emergentes del país (ciudades fronterizas y otras regiones industrializadas), al tiempo que refuerza la precarización de la vida cotidiana. La experiencia de los jóvenes acapulqueños aquí analizada nos muestra que la conformación de campos de experiencia y horizontes de expectativas precarizados por medio de la violencia criminal, contribuye a la expansión y profundización de la neoproletarización en el capitalismo contemporáneo.


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