Debates
https://doi.org/10.34024/prometeica.2022.24.13311
NOTAS PARA LA LECTURA DE UN SEMINARIO
FORTY YEARS AFTER “EL JUEGO DEL AMOR COMO RE-PRESENTACIÓN DEL
MUNDO EN ANDRÉS EL CAPELLÁN”
Notes for the reading of a seminar
QUARENTA ANOS APÓS “EL JUEGO DEL AMOR COMO RE-PRESENTACIÓN DEL
MUNDO EN ANDRÉS EL CAPELLÁN”
Notas para a leitura de um seminário
José Enrique Ruiz-Domènec
(Universidad Autónoma de Barcelona)
nicolasmartinezblog@gmail.com
Recibido: 04/01/2022
Aprobado: 07/01/2022
RESUMEN
El artículo presenta el ambiente intelectual de los años 1970 en las universidades europeas, en particular la de París y Barcelona, centros de pensamiento que sirvieron de contexto para la elaboración de una obra titulada “El juego del amor como re-presentación del mundo en Andrés el Capellán”. Cuarenta años después su autor reflexiona sobre una nueva forma de hacer historia que había capturado su atención.
Palabras clave: Andrés el Capellán. juego de amor. siglo XII. edad media.
ABSTRACT
The paper presents the intellectual environment of the 1970s in European universities, particularly those of Paris and Barcelona, centers of thought that served as a context for the elaboration of a book entitled "El juego del amor como re-presentación del mundo en Andrés el Capellán". Forty years later, its author reflects on a new way of making history that had captured his attention.
Keywords: Andreas Capellanus. game of love. century XII. middle age.
RESUMO
O artigo apresenta o ambiente intelectual dos anos 70 nas universidades européias, em particular as de Paris e Barcelona, centros de pensamento que serviram de contexto para a
elaboração de uma obra intitulada "El juego del amor como re-presentación del mundo en Andrés el Capellán". Quarenta anos mais tarde, o autor reflete sobre uma nova maneira de fazer história que havia captado sua atenção.
Palavras-chave: Andrew o Capelão. jogo do amor. século XII. idade média.
El curso académico 1978-1979 impartí en la Universidad Autónoma de Barcelona un seminario dedicado al tratado De Amore de Andrés el Capellán. Los alumnos decidieron grabarlo en cinta magnetofónica para seguir mejor los argumentos allí expuestos. En la primavera de 1980 me presentaron el texto transcrito para mi aprobación y ulterior publicación en las prensas de la universidad. Ahora, a finales de 2021, algo más de cuarenta años después, desde la prestigiosa Prometeica: Revista de Filosofía y Ciencias, se me pide que vuelva sobre él. Para hacerlo necesito regresar, a través de los recuerdos a los años setenta del siglo pasado, al universo intelectual vivido en Paris en el entorno creado por Georges Duby en su seminario del Collège de France de los jueves por la tarde. Fueron en esos años, y en ese lugar, donde se plantearon las preguntas para relanzar el estudio de la cultura del siglo XII que abarcaba un amplio abanico de temas: iba desde Pedro Abelardo y su correspondencia con Eloísa a los debates sobre el amor cuya referencia era la literatura, con Chrétien de Troyes como figura estelar. El momento lo dominaba un comentario sobre “l’art d’aimer” en Les trois ordres ou l’imaginaire du féodalisme (Duby, 1978: 404-413); mientras que el apéndice “Notice sur André le Chapelain” en De l’amour de Stendhal se entendía como una cita lejana (Stendhal, 2018: 404-406). Fue exactamente ese mismo año 1978, que me hice con un libro igualmente decisivo en mi deseo de afrontar un estudio sobre Andrés el Capellán, el libro de Roger Boase, The Origin and Meaning of Courtly Love. A critical study of European scholarship. Me sumergí en su lectura, ya que su erudición orientaba con autoridad instantánea a un neófito en los enredados senderos de la filología románica. Un resumen atinado, que iba desde los estudios de A. J. Denomy a los de W. T. H Jackson, pasando por los de D. W. Robertson; una aproximación que se alzaba ante mi para situarme en medio del debate de si el apoyo a Andrés el Capellán procedía de la corte de Champaña o de la corte de Paris. O de ambas. “It has been the fate of Andres´s work De Amore to linked with the doctrine, real or imagined, of courtly love” (Jackson, 1985: 3).
Yo estaba ya preparado para juicios así, cargados de melancolía, pues había aprendido del germanista Hugo Kuhn a hacer la pregunta: “¿qué realidad tiene la poesía cortesana en sí misma, y cómo contiene los hechos sociales, sobre los que se ha construido?” (Kuhn, 1969: 22-40). Mi intención era estudiar una cultura en crisis, la cultura del último tercio del siglo XII, empezando por seleccionar los textos que consideraba necesarios para ello. Aquellos dos años, 1977 y 1978, fueron claves para mí (divididos entre la docencia universitaria en Barcelona y los viajes a Paris) para la búsqueda de un método que me permitiera revelar las razones que le habían llevado a la sociedad cortés a plantear el juego del amor más allá de ser un arte de la conquista masculina (Bowden, 1979: 67-85). Y así, en lugar de continuar en el camino de la sociología de la literatura que sugería por esos años Erich Köhler, desde Heidelberg, con el que me había iniciado en estos temas (1974), me sedujo la propuesta del imaginaire médiéval planteada por Georges Duby en el Collège de France y Jacques Le Goff en la École des Hautes Études de Sciences Sociales. Había leído con avidez “Lévi-Strauss en Brocéliande. Esquisse pour un analyse d’un roman courtois” un artículo publicado por Le Goff en la revista Critique en junio de 1974. Allí aprendí que la cultura medieval respondía a estímulos poco analizados hasta ese momento, pero que resultaron fundamentales para madurar una fenomenología escéptica con la que combatir el materialismo histórico hegemónico en mi universidad.
En el otoño de 1978, mientras seguía en los periódicos de Italia los acontecimientos de Irán (en el Corriere della Sera publicaba el propio Foucault unas crónicas que hacían pensar) alcancé el punto álgido de esa actitud deconstructiva radical. Los trabajos de Le Goff, me llevaron a interesarme por la “Otra Edad Media” por él difundida. Entre los temas pendientes de estudio estaba el valor concedido al amor en la sociedad cortés, y me pareció que el tratado de Andrés el Capellán era la pieza clave para
este estudio. Hallé razones para pensar así sobre el De Amore, un texto fruto de la retórica escolar en sus mejores días, cuando emergía el método escolástico en la universidad de Paris, el último tercio del siglo XII, pues el tratado de Andrés el Capellán tenía el aspecto de los textos que, por entonces, analizaba Michel Foucault en los cursos del Collège de France (hoy publicados o en curso de hacerse), mientras bosquejaba una moral para la época nietzscheana y post-cristiana que diera sentido a su deseo de hallar un guion para las tecnologías del self1. Por eso me acerqué tanto a sus lecturas, como él mismo reconoció ante Duby en un encuentro casual en el Collège, y que mi maestro me comentaría pasado algún tiempo. Mi horizonte interpretativo se ajustaba, al igual que el del famoso filósofo francés, a la búsqueda de los límites del Yo en el espacio del juego del amor planteado en un tratado escolástico. Me enfrenté así a mi propia formación intelectual (e incluso a la duda de si estaba en el camino trazado por Sócrates o por san Agustín), es decir, planteé si la fenomenología tenía las claves para explicar el tratado de Andrés el Capellán, siempre y cuando estuviera encajada en un marco rigurosamente histórico. Una idea que apreció Alfonso Mendiola de la Universidad Iberoamericana de México en su esfuerzo por entender la construcción retórica de las crónicas de las conquistas de Hernán Cortés en el imperio azteca. Eso me condujo a asumir la distinción de Eugen Fink entre representación (Vorstellung) y re-presentación (Vergegenwärtigung) a la hora de proponer una presentación (Darstellung) del acontecimiento definidor del juego del amor. Son dos conceptos que responden a dos modos diferentes de afrontar el mundo existente (sie seinde Welt) (Fink, 1966). Y lo hice para adentrarme en la inteligencia sentiente que dominaba las cortes del norte de Francia.
La modalidad de análisis fenomenológico situaba al amor en el límite mental, al igual que las construcciones imaginarias forjadas por los clérigos para convertir los tres órdenes en la figura política esencial del resurgimiento de la monarquía (Ruiz-Domènec, 1982: 127-145). Lo que era distintivo acerca del tema del amor, si se le compara con esos otros territorios del imaginario medieval, era que la mística tenía una alta resonancia en la elaboración de la poesía cortés (Schwietering, 1962). Ese aspecto me acercó más al estudio del roman courtois que a la poesía de los trovadores a la hora de fijar el ideal de la caballería como la imagen cortesana del mundo (Ruiz-Domènec, 1984a). Fue un gesto arriesgado: el tópico ya había cuajado en lo tocante a estos temas y el desafío corría el riesgo de no ser tolerado. Por suerte, el eminente profesor Arno Borst salió en defensa de esta idea, y la situó en el punto de renovación del estudio sobre la caballería de la Edad Media en un memorable, oportuno y sincero artículo Ritterliche Lebensformen im Hochmittelalter (Borst, 1988: 312-33; 640-641). Al leer este magnífico informe es como si toda la comunidad científica sintiéramos la necesidad de entender por fin el valor de la caballería medieval (Ruiz-Domenec, 2010: 545-555).
La literatura del norte de Francia era muy diferente al movimiento de los trovadores. No estaba tocada por el anhelo de servir a la dama, sino de fijar su conducta en el interior de unas redes de sociabilidad creadas por el espíritu de la caballería en los torneos y las justas. Los hombres célibes, los iuvenes, como había demostrado Duby en un oportuno artículo (1964: 835-846), miraban a través de una exaltación de la fiesta abrumadoramente mundana, la gloria del triunfo deportivo, militar, como medio de ascenso social. Y para ello el amor mostraba la estrategia para alcanzar el éxito ante las damas de la corte. Era la forma de construir la sociedad cortesana. De hecho, los manuscritos, que contienen las obras de Chrétien de Troyes y seguidores, están llenos de miniaturas donde se fijan la gestualidad adecuada a una sociedad apasionada por el juego del amor, cuya espléndida galería de escenas estaba invariablemente orientada a la educación de los círculos de confianza de la corte: unos manuscritos producidos en las dependencias de la cancillería regia junto a los que contenían Les Grands Chroniques de France. Sus artistas vivieron el mismo mundo ambiente que forjó la personalidad de Andrés el Capellán. Era también, como en su caso, un deseo por sostener el presente con historias del pasado, fueran bretonas o troyanas. Aunque los miniaturistas no eran propiamente retóricos latinos, asumían un conocimiento amplio de la gestualidad
1 La evolución personal de Foucault la analiza Schmid, W. (1991). Aus der Suche nach einer neuern Lebenskunst: die Frage nach dem Grund und die Neubegründung der Ethik bei Foucault . Frankfurt : Suhrkamp. Aunque también debe verse una lectura menos favorable en Miller, J. (1993). The Passion of Michel Foucault. Nueva York: Simon & Schuster.
vinculada al juego del amor, y, por lo tanto, si bien de forma indirecta de todas las categorías de la ficción literaria de aquellos años. Como era de esperar en una corte de poetas, retóricos y filósofos, con altos estándares de educación en latín, las alegorías del amor estaban siempre presentes, más en las figuras literarias de Lancelot o Gauvain, que en individuos reales que se replegaban a la poesía intimista como la de Heinrich von Morungen o memorias como las de Philippe de Novare. Precisamente mi primer enfrentamiento serio con la delimitación de la re-presentación en relación a la conciencia de un horizonte temporal se llevó a cabo en un pormenorizado estudio de los documentos con los que los nobles feudales plantearon el acto de recordar, des Erinnerns que decía Fink, más allá de la aporía de sostener el pasado para forjar el futuro (Ruiz-Domènec, 1984b). No era una elección de lectura hermenéutica que un medievalista clásico, en Francia o en España, hubiera hecho; pero el estudio de la experiencia de unos nobles del siglo XII como vivencia de un Yo que recuerda me condujo a ahondar en el territorio dejado abierto al final del seminario sobre Andrés el Capellán. La producción de experiencia (que Fink llamaba Erfahrungsleistung) también tiene una fuerte presencia en el tratado De Amore, gracias a ello tres generaciones de europeos, durante el siglo XIII, asumieron la función del juego en la formación intelectual, creando eo ipso el habitus mental escolástico que facilitó el desarrolló del arte gótico2.
Este interés por la imaginación trascendental de los nobles, con sus raíces profundas en el estudio de las estrategias matrimoniales, basadas en un sistema de parentesco que primaba el intercambio generalizado, garantizaba, tal vez, que el estudio del juego del amor y lo maravilloso (las imágenes surgidas de la tradición bretona) eran la base para entender el cambio intelectual que se estaba produciendo en el último tercio del siglo XII a través de bruscos giros en la visión del mundo. La lectura del De Amore como expresión de una totalidad del presente como categoría del azar me llevaba a plantear el souci de soi como la norma constitutiva de la sociedad gótica. Tengo para mí que este hallazgo metodológico hizo que mi libro fuese citado en el Choix des Annales en el número de enero-febrero de 1981 como “le texte d’un brillant séminaire, un commentaire de pointe sur une ouvre célèbre et secrète du Moyen Age, le De Amore d’André le Chapelain” (Annales, 1981)3. Fue un aspecto positivo de la recepción de mi texto y estrictamente necesario para los jóvenes estudiantes que participaron en el seminario a los que se les invitaba desde muchos sectores de mi universidad a mirar con recelo, incluso con sospecha, el trabajo desarrollado en aquellos seminarios que impartí en los años setenta en la UAB. Más de un gestor de entonces me llamó a capítulo para indicarme que esos trabajos conculcaban la agenda académica, pues no formaba parte de mis atribuciones revisar opiniones aceptadas por el resto de los miembros del Departamento sobre la Edad Media y de nada servía que mostrase los informes realizados por medievalistas como Peter von Moos (1974). Las imágenes de una época oscura, dominada por sombríos señores feudales eran las únicas que se aceptaban como normativas para ascender en el rango académico. Formaban parte de una imposición ideológica obligada a cualquier docente que quisiera consolidar su puesto con el apoyo de mandarines que unían a sus malas artes, el recurso a la calumnia. Los mejor instalados en el nuevo orden en mi país lamentaban los aires de renovación de los estudios medievales procedentes de los laboratorios de pensamiento de Paris, el seminario de Duby en el College y el de Le Goff en la École. Tales actitudes anunciaban la impostura de nuevos bárbaros que hablaban de una Edad Media que únicamente existía en sus prejuicios. Eso ocurrió mientras un grupo de muchachos atendía, en el seminario sobre el juego del amor, los modos de pensar de Andrés el Capellán. Gracias a ellos fue posible establecer en pocos años, en Bellaterra, una guerrilla contra el dominante concepto del modo de producción feudal como la única base interpretativa. Era una guerrilla necesaria para la supervivencia de una generación crítica, cosmopolita, que no entendía por qué los aires de renovación crítica de los “sesenta” no habían llegado a las aulas de su universidad, como nos recuerda con detalle Juan Lagardera, uno de los más brillantes defensores del espíritu crítico. Mi aportación a esa guerrilla en favor de la calidad, el aprendizaje crítico y la distinción intelectual se realizó en las aulas desperdigadas por los laberínticos pasillos de la Facultad de Letras, y a veces, cuando la situación lo requería, en el aula de enseñanza del viejo edificio del Archivo de la Corona de Aragón, situado en la plaza del Rey de Barcelona. En ocasiones, antes del seminario propiamente dicho, comentaba nuevas adquisiciones para mi biblioteca personal, que obtenía de mis viajes a Paris, porque en cualquier momento, una nueva idea
2 Al respecto sígase el argumento de Panofsky, E. (1967). Architecture gothique et pensé scolastique . Paris: Les Éditions de Minuit.
3 Annales: Économies, Sociétés, Civilisations Janv.Fevr. 1981: “Choix des Annales”.
o una lectura incisiva ponían en tela de juicio veredictos establecidos sobre las poesías amorosas de Guillermo IX, duque de Aquitania, la correspondencia de Abelardo y Eloísa, las epístolas de San Bernardo o las novelas de Chrétien de Troyes. Tal actividad preliminar, seguida con auténtico entusiasmo por los asistentes, mientras se acomodaban los rezagados, fue posible en gran medida por una actitud intelectual que parece inimaginable hoy, por parte de una generación abierta a todas las lecturas posibles en los idiomas que podían más o menos entender, inclinada a prestarse libros, a fomentar las relaciones de cordialidad frente a los monótonos y poco cultivados filisteos, sin amplios conocimientos de las formas de faire de la histoire, y que subrepticiamente se hacían con los puestos principales en el claustro sólo porque mantenían las tesis correctas que eran sin duda las menos adecuadas. La rebelión en aquellas aulas durante esos años era un gesto que equivalía nada menos que a la búsqueda de un nuevo lenguaje de cambio histórico, de hecho, se trataba en verdad de una nueva sensibilidad hacia el pasado que alejaba de sí la impostura y el dogmatismo de los mandarines, en sintonía con diferentes fenómenos de entonces, la contracultura entre ellos, y preparada para ver la Edad Media en una luz diferente, menos siniestra. Este cambio de visión se produjo en el interior de aquellos seminarios, pues estuvo acompañada desde el primer momento por un proceso de reajuste intelectual e imaginativo. Por eso, pese a su éxito de asistencia y al deseo de que continuase, las autoridades los suprimieron con medidas draconianas, no exentas de cierta violencia verbal. Los libros que más hicieron para provocar esta renovación del amueblado mental de los estudiantes y el rechazo de lo añejo presentado bajo la capucha de un discurso revolucionario (ya he dicho que primaba la impostura) son los que uno podría esperar. Lo que es difícil de medir es su impacto en los asistentes a los seminarios entre 1977-1984: siete cursos que fueron los personales pilares de la sabiduría educativa en mi universidad hasta que fueron censurados por un decano de triste recuerdo.
Ocurrió un día, en uno de esos momentos previos, mientras preparaba los materiales para el seminario sobre el De Amore de Andrés el Capellán, que aparecí con un texto que me había absorbido la tarde anterior durante las largas horas del tren-talgo nocturno que me solía trasladar de la Estación de Austerliz en Paris a la Estación de Francia en Barcelona. Este texto era el borrador de lo que luego se convirtió en un libro: Georges Duby y Guy Lardreau, Dialogues (1980).
Duby, por supuesto, transformó con estas confesiones mi noción de compromiso intelectual, como lo hizo con muchos de los lectores de los Dialogues con el filósofo maoísta Lardreau. Pero fue el impacto combinado de las preguntas de uno y las respuestas del otro, del joven filósofo y del viejo profesor lo que resultaría decisivo para mi (por eso tuvo Duby tanto interés de que lo leyera antes de que se publicase). Ambos personajes transmitían una poderosa impresión de la gran capacidad de leer los textos latinos, fueran de la patrística como en el caso del filósofo (no en vano preparaba una tesis de doctorado bajo el epígrafe Recherches sur l’histoire de la vie contemplative dans la chrétienté médiévale) o medievales como el caso del historiador. El mundo en el que Andrés el Capellán desarrolló su tarea intelectual, en Champaña y Paris, estaba lejos de ser un mundo de eclesiásticos romos. La cultura del primer gótico parisino no se podía reducir a una pastoral que germina el IV Concilio de Letrán y con él los 71 Cánones sobre los movimientos heréticos. Había que ahondar en el problema creado entre 1177- 1190, y esos Dialogues me ofrecieron la explicación de que en la historia a veces se produce una fuerte resiliencia de la sociedad ante los cambios con el objetivo de mejorarlos al darles una pausa. Me di cuenta entonces que muchas ideas poderosas que había tratado de dilucidar mediante el método fenomenológico se habían originado en un mundo muy distante, claramente a finales del siglo XII. Evidencia de la unión entre la resistencia a dejar lo sagrado y la fuerza de lo secular que se instalaba como normativa intelectual en el contexto cultural social y político, en un mundo que claramente había superado la mutación que Charles Haskins llamó el Renacimiento del siglo XII. Si esto era una nueva manera de afrontar problemas de siempre, estaba claro que el método de la historia debía acercarse a la filosofía, y viceversa. Por fin, estudiando a Andrés el Capellán me di cuenta de que las dos líneas de mi trabajo intelectual, la filosofía y la historia, se conjugaban para explicar una noción básica de la modernidad: el juego del amor como re-presentación del mundo.
Me he detenido en el efecto del ambiente intelectual hacia 1977, en el que vivía inmerso, porque de algún modo explica la estructura de mi seminario sobre El juego del amor como re-presentación del mundo en Andrés el Capellán. Es, por así decirlo, lo que Fink llamaba Urstiftung, la fundación de base, de mi argumento y el que parecía más firme a la hora de acceder a un problema que liga el ser y el sentido de la existencia. Muchos de los temas que caracterizaron los aspectos centrales de este seminario apenas habían sido esbozados en trabajos anteriores. Por lo tanto, el seminario creaba el método, en una línea que me remitía a muchas de las observaciones que Duby le hizo al joven Lardreau en su despacho del Collège. Un lector actual, de principios de 2022 no debería hacer ilusiones sobre mi manera de proceder hace cuarenta y cuatro años. El juego del amor como re-presentación del mundo no surgió como efecto de un curso universitario elaborado tras una programación largamente meditada el año anterior, como un programa consensuado con las autoridades académicas y presentado al departamento en busca de su apoyo institucional o eventualmente intelectual. Lejos de esto fue el efecto de una reorientación de la lectura sobre un texto que estimaba clave para entender la construcción de la sociedad cortesana europea a finales del siglo XII. Cuando he vuelto a leer el libro resultante del seminario, me sigue sorprendiendo la fuerza de las correlaciones intencionales (aquí esta el fundamento del método fenomenológico) en el estudio de las apariencias (Fink las llamaba Erscheinungen), lo que explica la irrupción de una problemática que marcó un punto de partida de mis investigaciones sobre la Edad Media.
Lo diré sin rodeos: el anterior seminario, en el curso 1977-1978, que había dedicado a una lectura del Saint Bernard. L’art cistercien de Georges Duby me había dejado exhausto4. Había dedicado un gran esfuerzo para adentrarme en la percepción del arte del que entonces se consideraba casi con unanimidad el mayor medievalista vivo. Y con la lectura del De Amore había encontrado la forma de entrar en los textos medievales.
A comienzos de 1979, en el ambiente que dio lugar al “giro lingüístico”, propuse a los alumnos una serie de seminarios dedicados a la lectura de la fascinante obra de Chrétien de Troyes. Eso exigía un cierto conocimiento del francés antiguo, tarea propia de la filología románica, que contaba con una larga tradición en Barcelona gracias al empuje del profesor Martín de Riquer: una lectura densa de unas obras de la literatura en lengua francesa de la segunda mitad del siglo XII era una apuesta muy seria. Fueron unos años presididos por esa arriesgada decisión, que tenía como objetico pedagógico doblegar la rigidez del sistema universitario, donde la historia y la filología jamás se habían planteado en un objetivo común. Pero en aquellas jornadas de trabajo, rodeado de alumnos admirables (muchos de ellos hoy excelentes catedráticos de universidad) vagaba intelectualmente, con la consciencia tranquila, comentando escenas y momentos de las obras de Chrétien de Troyes. Mi estudio sobre ese modo literario de entender el laberinto cortesano de la caballería refleja los horizontes de expectativa creados por esa joyeuse aventura a través de espacios maravillosos. Lo que se iba abriendo en mi lectura fue la sorprendente revelación de la parte silenciada de esta sociedad, la parte que legitimaba el hecho mismo de la caballería, más allá de los torneos y las justas, la parte que correspondía al “segundo sexo”, a las mujeres. A pesar de mi larga vinculación a los intereses sobre el papel de las mujeres en el siglo XII, fueron las fantasías masculinas sobre ellas las que habían capturado toda mi atención. Vistas, en mis análisis, desde las novelas de Chrétien de Troyes y seguidores, era la mujer noble la que aparecía verdaderamente distinta. Era hora de volverse a Eileen Power. Pero debemos recordar que Medieval Women de Power se consideraba todo un clásico en 1980. Lo que ocupó el primer plano de mi atención, más bien, fue el capítulo XI de Le Chevalier, la femme et le prêtre de Georges Duby (1981: 223-239). La estimulante riqueza intelectual de este libro apenas había comenzado a fluir en el mundo académico, al verse como una obra menor de un gran medievalista. Pero fue la intensa y casi conmovedora conciencia de Duby sobre la literatura de evasión como ventana al mundo de la aristocracia europea del siglo XII la que repentinamente nos señaló el camino para investigar el sueño como re-presentación, en especial esa capacidad que tiene la literatura de esa época en fijar el sentido de la Weltlosigkeit, la ausencia del mundo, forma extrema –decía Eugen Fink– de absorción de las novedades que impulsa los cambios en
4 Puede verse la nueva edición con motivo del cincuenta aniversario de la fundación de la UAB: Ruiz -Domènec, J. E. (2018). Sentir el arte. Lectura de San Bernardo, el arte cisterciense de Georges Duby . Bellaterra: UAB, con un epílogo de Sergio Vila-San Juan que explica a la perfección el marco en el que se hizo.
el mundo de la vida de las personas. Fue este libro de Duby quien le dio sus coordenados a mi libro La mujer que mira (1986). Claro está que para situar el campo de la lectura de los textos literarios referente a la mujer vista como parte sustantiva del juego del amor tuve que aplicar ese rasgo esencial de la imagen que Fink llamaba Fensterhaftigkeit y que opté por traducir por “ventaneo”, la cualidad de la mujer de re-presentarse como imagen en el juego del amor. Naturalmente, el término necesita convertir la “ventana” es una realidad que además fuera una metáfora de los nexos entre el dentro y el fuera. Y no me cabía la menor duda de que la mujer era fundamento Der Ort dieses Sichöffnen, como decía Fink. Yo me encontraba en el momento adecuado para conducir los efectos del seminario sobre el De Amore a unas reflexiones generales sobre el juego del amor en la construcción de la imagen de la mujer en la cultura cortés. Fue en la costa este de Irlanda, en la que pasé el verano de 1984, donde adopté esta decisión como el último desafío. Casi me pierdo en esa decisión. Encontré razones para organizar una despedida de estos temas, y de los maestros que me empujaron en esta línea, mientras recorría los páramos irlandeses. Tuve tiempo de terminar el libro y de esbozar uno nuevo cuyo objetivo fuera mostrar el sentido de mis investigaciones iniciadas en 1977; un libro tituló La novela y el espíritu de la caballería, redactado entre montañas y valles, en medio de mi propio laberinto de dolor. Al finalizar la etapa vital que empezó en el otoño de 1978 dictando el seminario sobre el juego del amor como re- representación del mundo alcance la respuesta a las preguntas que me habían salido al paso durante esos años, ¿Cómo he llegado a ser lo que soy y por qué sufro por ser lo que soy?
En cuanto a la recepción del Juego del amor como re-presentación del mundo en Andrés el Capellán fue un hecho singular, como me comentó el profesor Ferruccio Bertini cuando me invitó a Génova para debatirlo. Por entonces el estudio de esta obra comenzó a activarse gracias a dos importantes libros publicados en el mismo año de 1985. Ambos son fruto de largas investigaciones sobre el sentido del amor cortés. De Amore” in volksprachlicher Literatur de Alfred Karnein es una apuesta por el estudio de la recepción (1985); Causa Amoris de Rüdiger Schnell es un elegante ensayo que tiene como objetivo desentrañar el intrincado sistema filosófico sobre el amor que está profundamente entrelazado con la literatura cortes (1985). Estos dos libros son complementarios entre sí: de hecho, uno es un ajuste del primero basándose en la serie de artículos publicados por Karnein desde 1980 en adelante en la revista Romania y otros lugares; Schnell considera que la concepción y la representación del amor en la literatura de la Edad Media hay que estudiarlas como la interrelación entre diversas formas de creencias y prácticas amatorias. Tardó diez años en escribirlo, pues lo comenzó con un estudio comparativo entre Andrés el Capellán, Herinch von Morungen y Herbort von Fritslar (Schnell, 1975: 131-151). Bajando de las articuladas categorías cupiditas y caritas se enfrenta a la höfische Liebe, la fin’amor, a través de numerosos testimonios (Schnell, 1975: 77ss). Testimonios dispersos que necesita sistematizar en su dimensión retórica, en comparación con la voz del maestro Andrés el capellán, una voz escolástica, pero dotados con una significación que se hacía inquietante tanto en el plano psicológico como intelectual a través de la indefinición del contexto social, de ahí que Schnell invite a seguirle en una hermenéutica que enlaza la höfische Liebe y la Realität (Schnell, 1975: 103). Se unieron a estas consideraciones, algunas otras que las enmarcó en el apartado Phänomenologie der höfischen Liebe (Schnell, 1975: 126): un apartado que, sin embargo, no atendía la intencionalidad del sujeto amoroso. En concreto, el estupro como una práctica sexual de aquella época (Ruiz-Domènec, 1991: 21-30).
Fue con cierto alivio que atendí el libro de John W. Baldwin, The Language of Sex cuando me encontré con una aproximación a Andrés el Capellán (Baldwin, 1994: 16-25). Gran parte de la información que recababa sobre la vida del personaje, sus años al servicio de María de Champaña (1182-1186), “who plays an important role in the treatise” (Baldwin, 1994: 16)5; su llegada a Paris formando parte de los aulae regiae capelani, su activa participación en el surgimiento y función de la controversia sobre el sentido del amor y la sexualidad. El juego del amor como re-presentación del mundo marcó los primeros
5 Se apoya para ello en el viejo artículo de Benton, J. F. (1961). “The Court of Champagne as a Literary Center”, Speculum, 36: 578-582. Pero que aún sigue vigente, véase Fried, J. (2009), Das Mittelalter. Geschichte und Kultur. Munich: C.H. Beck.
pasos de lo que era una agenda completamente nueva en el estudio del De Amore: una agenda que en los años ochenta y noventa consolidaron los estudios de Alfred Karnein, Rüdiger Schnell y John W. Baldwin. Algunas partes del libro, de hecho, marcaron un ajustado distanciamiento de los viejos argumentos sobre el significado del amor cortés.
Es importante tener en cuenta la circunstancia en la que se fraguó el seminario y se dio publicidad por escrito (finales de los años setenta) y de ese modo encontraríamos dos hallazgos de interés: el fructífero encuentro intelectual que supuso para muchos de nosotros la Edad Media que se gestó entonces y la fructífera presencia de esa lectura de Andrés el Capellán en mi tarea intelectual hasta 1992. Sin embargo, a pesar de las grandes transformaciones que se produjeron entonces, cabe decir que esa forma de faire la histoire que se opuso tanto al positivismo idealista como al materialismo histórico tiende a ser relegada en un rincón seguro de la historia de la historiografía (Carrad, 1992), como la propia fenomenología en el territorio de la filosofía, para ser estudiada como el germen de la postmodernidad, cuando en realidad fue más bien el último intento de relanzar el aprendizaje universitario, la distinción intelectual y el espíritu humanístico.
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