https://doi.org/10.34024/prometeica.2021.23.11395


LA HISTORIA COMO CIENCIA AUTÓNOMA DE LOS ASUNTOS HUMANOS

COLLINGWOOD Y LA EXPERIENCIA COMO EXPERIENCIA HISTÓRICA


HISTORY AS THE AUTONOMOUS SCIENCE OF HUMAN AFFAIRS

Collingwood and experience as historical experience


A HISTÓRIA COMO CIÊNCIA AUTÔNOMA DOS ASSUNTOS HUMANOS

Collingwood e a experiência como experiência histórica


Mariano Pettarin

(Universidad de Buenos Aires
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas)

pettarinmariano@gmail.com

Recibido: 10/11/2020
Aprobado: 16/06/2021


RESUMEN

Este trabajo se propone elucidar la noción de experiencia propia de la filosofía collingwoodiana de la historia. Se argumentará que la experiencia resulta el elemento operante central e implícito desde el cual Collingwood construye los dos conceptos centrales de su crítica a la doctrina epistemológica realista según la cual conocer no implica diferencia alguna sobre lo que es conocido: la lógica de las preguntas y respuestas y la teoría de las presuposiciones absolutas. Primero, daremos cuenta como ambos conceptos surgen de la propia práctica de investigación del autor como alternativa al ejercicio de prácticas pseudo- históricas anidadas en el realismo y perimidas, como la historia de tijeras y engrudo y la historia crítica. Luego, apelaremos a las críticas de Quine y Davidson a los dos dogmas del empirismo demostrando su convergencia con las discusiones sostenidas por Collingwood contra sus adversarios realistas y la comparación entre los dos conceptos collingwoodianos y la lógica de investigación planteada por los dos autores, para así dar cuenta el pleno funcionamiento de un concepto collingwoodiano de experiencia capaz tanto de sortear eficazmente las críticas de idealismo y relativismo histórico, como de explicar eficazmente una práctica científica auténticamente histórica y abierta a la cooperación entre las diferentes formas de conocimiento o modos de experiencia.

Palabras clave: autonomía. experiencia. idealismo. presuposiciones. realismo.


SUMMARY

This work aims to elucidate the original notion of experience present in Collingwood´s philosophy of history. It presents how experience is the main implicit operating element behind the two concepts that undermine the realist epistemological doctrine. Knowing makes no difference to what is known: the logic of question and answer and the theory of absolute presuppositions. First of all, it will be explained how both concepts emerge from the author´s historical practice as an alternative to entrenched, obsolete pseudo-historical practices such as the scissors and paste history and critical history. Furthermore, Quine and Davidson´s critique of the two dogmas of empiricism will prove helpful for showing the convergence between these two authors and Collingwood´s quarrel with realism and comparing the two concepts as mentioned earlier and the logic of investigation as proposed by the two other authors. This approach will show a Collingwoodian concept of experience capable of withstanding possible idealist or relativistic labels and effectively explain a truly authentic scientific historical practice, open to cooperation between the different forms of knowledge or modes of experience.

Keywords: autonomy. experience. idealims. presuppositions. realism.


RESUMO

Este artigo visa elucidar a noção de experiência própria da filosofia da história collingwoodiana. Argumentaremos que a experiência é o elemento operacional central e implícito a partir do qual Collingwood constrói os dois conceitos centrais de sua crítica à doutrina epistemológica realista, segundo a qual saber não implica nenhuma diferença do conhecido: a lógica das perguntas e respostas e a teoria das pressuposições absolutas. Primeiramente, mostraremos como ambos os conceitos surgem da própria prática de pesquisa do autor como alternativa ao exercício de práticas pseudo-históricas aninhadas no realismo e desatualizadas, como o método histórico de “cola e tesoura” e a história crítica. Em seguida, apelaremos às críticas de Quine e Davidson a dogmas do empirismo, demonstrando sua convergência com as discussões mantidas por Collingwood contra seus oponentes realistas e a comparação entre os conceitos collingwoodianos e a lógica de pesquisa semeada pelos autores, para relatar o pleno funcionamento de um conceito collingwoodiano de experiência capaz tanto de classificar efetivamente as críticas do idealismo e do relativismo histórico quanto de explicar efetivamente uma prática científica autenticamente histórica aberta à cooperação entre diferentes formas de conhecimento e modos de experiência.

Palavras-chave: autonomia. experiência. idealismo. premissas. realismo.


Introducción

Uno de los grandes objetivos de la empresa intelectual de Collingwood fue la defensa de la historia como ciencia autónoma de los asuntos humanos. Una ciencia dedicada al estudio de la res gestae o la actividad libre, las acciones de los hombres en su calidad de seres racionales e inscriptos en contextos sociales y culturales específicos (Collingwood, 2011 [1946]: 406).

Dicha autonomía, esbozada en An Autobiography y Idea of History, fue para este autor una expresión del valor práctico asignado a la historia en la comprensión de nuestra realidad presente. Lo que el historiador profesional provee es un ojo entrenado sobre cómo experimentamos esta realidad. De hecho, Collingwood insiste en que existe una relación estrecha entre los problemas propios de la investigación histórica y los problemas de la vida cotidiana, pues los primeros emergen de los segundos (Collingwood, 1982 [1939]: 114).

La riqueza de la noción de historia en Collingwood reside entonces en el hecho de que el rol fundamental de la historia en la constitución de identidades colectivas e individuales (su valor práctico) se vincula con cierta forma de experiencia humana en particular (Belvedresi, 2001: 136). Dicha vinculación ofrece pistas en relación con un aspecto central pero raramente explicitado de su filosofía de la historia. En otras palabras, el concepto de experiencia en Collingwood constituye un elemento central sobre el cual se configura la defensa de la ciencia histórica como actividad intelectual fundamental en nuestros tiempos modernos, ya que toda experiencia es experiencia histórica.

Sin embargo, Collingwood no se ha caracterizado por ser un pensador que explicite los conceptos con los cuales opera, flexibilizando su vocabulario para apelar de forma más eficaz a los problemas directrices de cada una de sus obras (D´Oro, 2005: lxx)1. Ello dificulta precisar la noción de experiencia que promueve y su articulación con otros conceptos fundamentales de su filosofía de la historia. Este escrito propone como problema de investigación la elucidación del concepto de experiencia operante en la filosofía collingwoodiana de la historia.

Se plantea como hipótesis que dicho concepto representa no sólo una elaboración original por parte del autor, sino que constituye el elemento nodal desde el cual se puede explicar el resto del andamiaje conceptual sobre el cual se construye toda su filosofía de la historia. Una consideración del concepto collingwoodiano en estos términos permitirá, a su vez, aprehender de forma más precisa las implicancias epistemológicas, potencialidades prácticas y posibles vinculaciones teóricas de su noción de historia.

Con un enfoque en sus obras principales sobre filosofía en general y filosofía de la historia en particular, procederemos a un análisis de dichos textos collingwoodianos poniéndolos en diálogo con concepciones alternativas sobre la experiencia. Ello nos permitirá ir precisando los contornos conceptuales de la experiencia tal como es concebida por Collingwood. Asimismo, dicha puesta en relación obedece a una secuencia lógica específica y consecuente con la evolución intelectual del autor.

En primer lugar, se establece una reposición del contexto de discusión del Collingwood, en el cual el autor rechaza ciertas formas de concebir la experiencia en tanto las considera anti-históricas y realistas, específicamente a partir de su crítica de la historia de tijeras y engrudo (scissors and paste) y la historia crítica (critical history)2.

Luego, reconstruiremos cómo Collingwood articula una concepción propia de la experiencia, operante de modo implícito en su filosofía de la historia pero que refleja en determinadas prácticas de investigación auténticamente históricas. Se analizará el movimiento collingwoodiano de alejamiento del realismo para la formulación de una posición propia anidada su teoría de las presuposiciones absolutas y su lógica de preguntas y respuestas.

Finalmente, Nuestra propuesta consistirá en hacer inteligibles las reflexiones de Collingwood sobre la experiencia histórica a partir del tratamiento que Quine y Davidson efectuaron en relación con la experiencia y la noción de interpretación. Dicha puesta en diálogo permitirá considerar cómo la experiencia entendida en términos collingwoodianos no sólo implica un distanciamiento efectivo de la antinomia entre realismo e idealismo3 imperante el clima académico de Oxford, sino que también representa una formulación original comprensible en términos de que toda experiencia es experiencia histórica. Dicho planteamiento resulta funcional a su proyecto de defensa de la autonomía de la historia sin derivar tampoco en un relativismo histórico.


  1. Collingwood y el rechazo a las formas “realistas” de hacer historia

    En su escrito autobiográfico, Collingwood da cuenta del derrotero intelectual desde el cual irá cristalizando posiciones filosóficas opuestas a las enarboladas por lo que era la tendencia dominante en


    1 Por ejemplo, para el caso de The Idea of History, Collingwood busca clarificar los presupuestos subyacentes a la historia científica y marcar la utilidad de la historia en la vida pública. Si bien en An Autobiography Collingwood da cuenta de dichos presupuestos, su punto de partida es la crítica específica a lo que él consideraba como el establishment filosófico de Cambridge, Cook Wilson y sus realistas. El último de sus escritos editado en vida, New Leviathan, constituyó un alegato político contra el fascismo explicitando los procesos históricos de su surgimiento y consolidación. De esta forma, no resulta extraño ver como este autor modifica su terminología de acuerdo a los objetivos primarios de sus escritos.

    2 Tal como estos términos aparecen expresados en The Idea of History y An Autiobiography.

    3 Utilizaremos el término de idealismo en el sentido de inmaterialismo, el compromiso con la tesis ontológica de la sola existencia de entidades mentales. En relación al historicismo radical, tomaremos la definición según la cual, “En términos generales, historicismo implica el punto de vista de que la perspectiva histórica es la única manera de comprender el mundo humano” (Requate, 1995: 94).

    el ambiente académico filosófico de Oxford, el realismo y sus minute philosophers4 quienes tenían en John Cook Wilson al máximo de sus referentes.

    A partir del trazado de las consecuencias epistemológicas propias de la doctrina central y positiva de los realistas, “conocer no implica diferencia alguna sobre lo que es conocido” (Collingwood. 1982 [1939]: 44), Collingwood es capaz de desplegar una crítica certera contra aquellas posiciones. Como bien lo ha explicado D´ Oro (2006), la oposición de Collingwood hacia el realismo no implica un compromiso con el inmaterialismo, sino su objeción frente a la afirmación de la posibilidad del acceso a la realidad sin mediación epistémica, una idea

    Promovida por John Cook Wilson en Oxford, Ernst Mach en Vienna y G.E.Moore y Bertrand Russell en Cambridge –como sus contrapartes en Estados Unidos- revivieron las tempranas pre-kantianas tradiciones del empirismo Británico. Collingwood fue uno de los primeros filósofos en darse cuenta que ello no era posible (Toulmin, 1982: xiii).


    Como consecuencia de sostener que “conocer no implica diferencia sobre lo conocido” se adopta una consideración “simplificada” y “aprehensiva” del conocimiento, lo que supone un divorcio entre la teoría y práctica, haciendo de ambas actividades fútiles (Collingwood, 1982 [1939]: 25). Pero Collingwood no se detuvo aquí, en tanto buscó explicitar los compromisos epistemológicos subyacentes a dicha pasividad. En este sentido, lo que el historiador-filósofo británico cuestiona son los presupuestos empiristas-positivistas de los realistas, la concepción de la mente humana como una tabula rasa, sustentada en la convicción de que todas nuestras actividades mentales se derivan en última instancia de una percepción sensible de objetos externos, lo que en términos de esta doctrina puede caracterizarse como experiencia (Collingwood, 1982 [1939]: 25-26).

    La experiencia concebida realísticamente no sólo opera sobre un receptor pasivo, sino que también habilita su potencial verificación gracias a las capacidades de traducibilidad en un lenguaje idealmente desprovisto de ambigüedades en el que existe “una correspondencia uno a uno entre las proposiciones y las oraciones indicativas, expresando cada oración indicativa una proposición, siendo una proposición definida como la unidad de pensamiento, o aquello que es verdadero o falso” (Collingwood, 1982 [1939]: 36). El proyecto de construir un lenguaje cristalino enfatiza el carácter reduccionista de la concepción realista de la experiencia, la correspondencia uno a uno entre un segmento de la realidad que se nos presenta desde la percepción (dejando su registro en la tabula rasa) y un enunciado expresando una unidad mínima de pensamiento. Desde este punto de vista, los enunciados son susceptibles de ser verificados o refutados de forma aislada: “que una proposición sea o verdadera o falsa por sí misma, siendo la verdad o falsedad cualidades de esas proposiciones... denominar –una proposición- como verdadera o falsa implica asignar una relación de correspondencia o no correspondencia entre ella y algo que no es una proposición, un ‘estado de cosas’ o hecho (Collingwood, 1982 [1939]: 36). De esta forma, Collingwood critica con especial fuerza la versión atomista de realismo.

    El interés de Collingwood por explicitar los compromisos de la teoría realista no responde a una mera ambición de refutación per-se, sino por las consecuencias que ello acarrea para la investigación histórica: Los filósofos realistas ejercitaban una filosofía encapsulada en el academicismo, directa expresión de su central doctrina sobre que el conocer no tiene consecuencia alguna sobre lo que es conocido y un reflejo de la convicción de que el acceso a la realidad no precisa mediación epistémica alguna. Según Collingwood, los mismos compromisos ontológicos subyacen a ciertas prácticas presentes en la historiografía profesional, prácticas que Collingwood supo condensar en la historia de tijeras y engrudo y su versión un tanto más compleja pero de la misma naturaleza, la historia crítica.

    Una de las formas de investigación pseudo-históricas que Collingwood (2011 [1946]) rechaza fuertemente es la historia de tijeras y engrudo, la cual “como ya he dicho, no es realmente historia, pero no tenemos otro nombre que darle” (341). El único procedimiento de la historia de tijeras y engrudo es


    4En este caso, “minute” implica la consideración de estos filósofos como filósofos casuales o improvisados.

    la recopilación y condensación de testimonios de un tema determinado (con especial predilección por los testigos directos).

    Frente a los testimonios de las denominadas autoridades, el historiador oficia como un mero compilador y reproductor, un medio para que ellas puedan desplegarse (Collingwood 2011 [1946]: 341). Para Collingwood un historiador de estas características es un historiador-realista, un pseudo-historiador, una tabula rasa que reedita la doctrina central realista sobre que el conocer no implica diferencia alguna sobre lo que es conocido.

    Pero a Collingwood le resulta mucho más interesante desarrollar cómo la historia crítica, emergente de la práctica de las tijeras y el engrudo, reafirma los compromisos ontológicos del realismo. La historia crítica surge de la propia comparación de las autoridades y del hecho que la presencia de testimonios conflictivos representa un escollo que no puede resolverse en la mera recopilación. Ante la presencia de evidencia conflictiva, el historiador crítico debe resolver el problema por la incorporación o la exclusión de un testimonio (Collingwood, 2011 [1946]: 343).

    Si bien Collingwood destacó que la historia crítica es más sofisticada que la de tijeras y engrudo, ella no problematiza la concepción aprehensiva de la experiencia. Es decir, el criterio con el cual se incorporan o descartan las autoridades -devenidas ahora en fuentes- es desde la verosimilitud de sus enunciados. El británico ofreció el caso de sus colegas que estudiaban la Grecia Antigua, a quienes acusaba de enquistarse en una ortodoxia según la cual “el último evento significativo en los estudios históricos sobre Grecia clásica… fue el de comparar las dos versiones de la Revolución Ateniense provistas por Tucídides y Aristóteles, decidiendo punto por punto cual era la más verosímil” (Collingwood, 1982 [1939]: 83).

    Siguiendo a Collingwood, la historia crítica alcanzó su zenit en historiadores como Mommsen o Maitland, quienes promovieron un gran avance del conocimiento de los hechos gracias a la elevación sin precedentes del examen exacto y crítico de las pruebas históricas, siendo cautelosos a la hora de aplicar sin más los principios de generalización provenientes de las ciencias naturales (Collingwood, 2011 [1946]: 200).

    Collingwood se interesó especialmente en Mommsen porque fue su obra la que encarnaba de forma más cristalina los principios metodológicos de la historia crítica, con los logros y las limitaciones que ellos conllevan: 1) La consideración de un hecho como una unidad comprobable mediante un acto cognoscitivo o un proceso de investigación separado, cuyo correlato es la atomización del campo de lo históricamente cognoscible en una infinidad de hechos minúsculos y 2) La consideración de los hechos como unidades independientes exige la eliminación de los elementos subjetivos por parte del investigador.

    De esta forma, para Collingwood los logros de Mommsen en su Historia de Roma se limitaron a la resolución de problemas de pequeña escala, como el efectivamente detectar donde se reclutaban las legiones (en diferentes períodos temporales claramente especificados) gracias a la apelación a una minuciosa recopilación de un corpus de derecho romano. A la hora de analizar los procesos de transformación en la Roma Antigua (lo que Collingwood define como problemas de gran escala), el intento de Mommsen se quiebra (Collingwood, 2011 [1946]: 204).

    Pero las objeciones a la historia de tijeras y engrudo e historia crítica trascienden lo metodológico. Más bien, las limitaciones metodológicas expresan los compromisos ontológicos subyacentes de quienes la practican. Las críticas de este pensador hacia los realistas en su Autobiography convergen con las refutaciones a las formas pseudo-históricas presentes en The Idea of History en tanto ambas reproducen una concepción pasiva de la experiencia. Ello aparece con mayor claridad en Principles of History:

    Puede decirse, en respuesta a esta contención, que todo lo que el historiador moderno puede hacer es ordenar un mosaico de hechos, siendo estos hechos los conocidos por los propios contemporáneos, sin incorporar ningún hecho que estos desconocían. Esto es como la contención humana de que toda idea debe derivar de

    una impresión y que todo lo que la imaginación hace es redistribuir los materiales derivados de las sensaciones (Collingwood, 1991: 150).


    Esta concepción pasiva de la experiencia como compromiso ontológico fundamental se reflejaba, siguiendo a Collingwood, en el cercenamiento de la autonomía de la historia y su servilismo hacia los principios de las ciencias naturales, específicamente la necesidad de considerar los hechos históricos como unidades atómicas verificables y expresables en enunciados singulares.

    El resultado de estas prácticas no puede ser otro que una (pseudo) historia sumamente limitada a la resolución de problemas académicos a pequeña escala y desconectada de los problemas contemporáneos. En el caso de los pseudo-historiadores con ambiciones de generalización, que buscan encontrar en la historia el cumplimiento de leyes generales (o algún tipo de regularidad) al estilo de las ciencias naturales, la frustración resulta mayor al observar la persistencia de lo contingente5. En otras palabras, ambas versiones constituyen expresiones de realismo y configuran un polo opuesto al proyecto collingwoodiano de la defensa de la historia como la ciencia autónoma de los asuntos humanos.

    Si, siguiendo a Collingwood, es en la práctica (pseudo) histórica donde se puede constatar el principio fundamental sobre la concepción pasiva de la experiencia, sólo el análisis de la investigación auténticamente histórica puede arrojar pistas sobre una concepción correctamente histórica de la experiencia o, en otras palabras, del compromiso normativo ineludible para el ejercicio y la defensa de una ciencia autónoma preocupada por la resolución de las problemáticas contemporáneas.

    Collingwood hace uso de dos conceptos centrales para dar cuenta la investigación auténticamente histórica. El primero de ellos, la lógica de preguntas y respuestas, explica cómo se desarrolla la práctica histórica científica propiamente dicha. Luego, las presuposiciones absolutas apuntan hacia los compromisos subyacentes a cualquier forma de conocimiento.


  2. Las presuposiciones absolutas subyacentes a la lógica de las preguntas y respuestas.

    Frente a la convicción realista de que los enunciados pueden ser verificados aisladamente, Collingwood argumentó que los statements no deben ser desagregados, sino que forman parte de un complejo de preguntas y respuestas en el cual cada enunciado tiene sentido en función de su contribución a un todo significativo (Collingwood, 1982 [1939]: 37).

    Entonces para Collingwood la posibilidad de significar (verificar) escapa a los enunciados particulares, un movimiento argumental que el autor expresa en la prioridad de la palabra correcto sobre verdadero a la hora de juzgar la pertinencia de un complejo de enunciados: “Por ‘correcto’ no quiero decir

    `verdadero´. La respuesta ‘correcta’ a una pregunta es aquella que posibilita continuar con el proceso de preguntas y respuestas” (Collingwood, 1982 [1939]: 37). Por ejemplo, en el caso de la historia, la comparación, enunciado a enunciado, de diferentes explicaciones, es desplazada por la coherencia de la narrativa histórica como un todo, un complejo articulado de preguntas y respuestas. Además, la refutación de Collingwood admite una posición más activa del investigador antes que la aprehensión como punto de partida. Serán calificadas como más fructíferas no aquellas narrativas capaces de comprimir la mayor cantidad de enunciados veritativos, sino las que habiliten la integración de nuevas preguntas dentro de un complejo de preguntas y respuestas crecientemente sofisticado.

    Al describir su derrotero intelectual, el autor comentó cómo sus conclusiones en relación al proceso de preguntas y respuestas emergieron de su actividad como arqueólogo e historiador. Esto es específicamente ilustrado por el autor al criticar con dureza la aplicación de principios de investigación obsoletos a la excavación arqueológica. Para Collingwood, el blind digging, o la mera excavación dentro



    5 Collingwood hace especial referencia a un historiador de corte Spencerista, de nombre Robert Mackenzie, quien publicó en 1880 un libro titulado The Nineteenth Century. A History, “donde caracterizaba el siglo XIX como una época de progreso a partir de un estado de barbarie, ignorancia y bestialidad, que apenas puede exagerarse, para llegar a un reino de ciencia, ilustración y democracia” (Collingwood, 2011 [1946]: 219).

    de un espacio físico esperando recuperar la mayor cantidad de artefactos, pero sin ninguna problemática en mente, no era otra cosa que una expresión del realismo (Collingwood, 1982 [1939]: 30)6. Pero Collingwood veía como en la arqueología se habían comenzado a desarrollar investigaciones dentro del marco de complejos de preguntas y respuestas, atendiendo a problemáticas específicas antes de iniciar el proceso de excavación, como la búsqueda del propósito de determinadas lógicas edilicias imperantes en la Britania Romana, o el alcance del proceso de romanización cultural de las élites británicas considerando la evidencia arqueológica perteneciente también a los períodos posteriores a la caída del Imperio (Collingwood, 1982 [1939]: 127-130).

    Por fuera de la arqueología, el ejemplo que más le interesaba a nuestro autor era el de John Bagnell Bury, un historiador anglo-irlandés de fines del Siglo XIX e inicios del XX. Collingwood calificó a Bury como un positivista crecientemente perplejo. Inicialmente, Bury defendía la postura que la historia consistía en un compuesto de hechos aislados, cada uno de ellos comprobable sin referencia a los otros. En su A History of the Roman Empire From its Foundation to the Death of Marcus Aurelius (1893), Bury replica a rajatabla los métodos del positivismo importados de las ciencias naturales, al tratar de agrupar hechos aislados en tipos de hechos, para luego intentar ver si obedecen al funcionamiento de determinadas leyes. Pero luego Bury, en una serie de conferencias entre las cuales Collingwood destaca The Place of Modern History in the Perspective of Knowledge (1902), comienza a cuestionar el método que le había guiado hasta ese entonces, argumentado que el pensamiento histórico debía ser necesariamente algo diferente y relativamente nuevo a las ciencias naturales, aunque sin ofrecer demasiadas precisiones. Profundiza este problema en Cleopatra´s Nose (1916), donde reflexiona sobre la contingencia en la historia para concluir que su verdadera función no es distinguir entre lo accidental y lo necesario, sino explicar y desarrollar lo individual. Sin embargo, se lamenta Collingwood, Bury termina retrocediendo, para explicar como lo individual deviene en un elemento irracional, esperando que con el avance de la ciencia ese elemento pueda desaparecer en los estúdios históricos (Collingwood, 2011 [1946]: 221-224).

    Lo importante del caso de Bury para Collingwood es que ilustra cómo no puede haber una transformación hacia prácticas auténticamente históricas sin una crítica profunda de los propios presupuestos subyacentes a dichas prácticas, y que el propio Bury es seducido hacia, pero finalmente no efectúa una transición. En otras palabras, Bury manifiesta un pensamiento filosófico pero de carácter limitado. Detecta que existen ciertos compromisos epistémicos necesarios para el ejercicio de una disciplina (en su caso, el apego a que una explicación auténticamente científica responde al sometimiento de los fenómenos a regularidades legaliformes) y que esos compromisos se encuentran en conflicto con su práctica como historiador, pero no llega a criticarlos ni comprender como funcionan de forma articulada con la fundamental doctrina realista y la noción de experiencia anidada a ella. El rechazo definitivo del intuicionismo realista converge entonces con la necesidad de desarrollo de un concepto capaz de explicar los compromisos epistémicos habilitantes (y aquellos que cercenan) del despliegue de los procesos de preguntas y respuestas.

    En An Essay on Metaphysics, Collingwood (2014 [1939]) desarrolló como un complejo de preguntas y respuestas habilita que en su interior existan enunciados capaces de ser verdaderos o falsos, a los cuales denominó proposiciones (25). Pero lo que le interesó a Collingwood no es que ciertas proposiciones sean verdaderas o falsas, sino la razón por la cual ellas son enunciadas en primer lugar. Aquello cuya eficacia lógica permite que ciertas proposiciones sean verificadas son las presuposiciones absolutas a las que debemos comprometernos. De esta forma, las presuposiciones no constituyen nunca respuestas a preguntas, y por ello no pueden estar sometidas a los criterios de verdad o falsedad. En otras palabras, postular que una presuposición absoluta es verdadera o falsa carece de sentido (Collingwood, 2014[1939]: 32-33).

    El concepto de presuposiciones absolutas reformula la objeción central de Collingwood frente a sus adversarios realistas, quienes sostienen una postura anticientífica que no asume las presuposiciones absolutas involucradas en cualquier forma de conocimiento con pretensiones de ser sistemático. En el


    6 Cabe resaltar que Collingwood no hacia una distinción tajante entre la historia y la arqueología. De hecho consideraba a la arqueología como una forma de historia que trataba con tipos de fuentes específicas. (Collingwood, 1982 [1939]: 131).

    caso específico de los realistas, es su ceguera frente al hecho que sostener que el conocimiento las cosas se dan por aprehensión resulta una convicción, antes que el producto de la mera intuición. Collingwood explicó cómo una de las razones por las cuales dichas presuposiciones parecen no estar operando en nuestro acceso al conocimiento es por el hecho de que su precedencia respecto al complejo de preguntas y respuestas no es temporal sino lógica o, en términos más precisos de Collingwood, eficazmente lógica.

    Una de las características más importantes de este tipo de presuposiciones es que no configuran categorías universales. Las presuposiciones absolutas se agrupan en constelaciones históricas y son, por lo tanto, inevitablemente transitorias. De hecho, The Idea of History (su primera sección), The Principles of Art y The Idea of Nature representan el desarrollo de las presuposiciones absolutas en el arte, las ciencias físicas y la ciencia histórica desde la antigüedad hasta la física, biología e historia modernas. Por ejemplo, para el caso de la historia, el barómetro desde el cual medir los cánones de la historia científica no es ahistórico, sino es gracias a prácticas de investigación y pensamiento histórico instituidas (en realidad en vías de institución y que activan aquellos procesos resistencia -por ejemplo por parte de los realistas- criticados duramente por el británico) que se pueden juzgar ciertos anquilosamientos académicos como perimidos o pseudo-históricos. De hecho, uno de los problemas más acuciantes es que la persistencia de determinadas prácticas obsoletas en ciencias sociales se debe a que ciertas presuposiciones absolutas que rigen el estudio de los fenómenos naturales son trasladadas sin mayores resquemores a la comprensión de las acciones de los hombres. Es decir, se asumen los compromisos ontológicos de los realistas, la equivalencia entre experiencia y percepción. Por contraste, la tesis sobre las presuposiciones absolutas en su relación de eficacia lógica con la lógica de preguntas y respuestas anida en una concepción mucho más sofisticada, aunque no explicitada de experiencia que implica, a su vez, una superación de la noción de experiencia realista. En otras palabras, para que el despliegue de un proceso de preguntas y respuestas sea posible, es necesaria la operación de una determinada constelación de presuposiciones absolutas históricamente configurada, siendo una noción específica de experiencia la parte central, el mortero de dicha constelación. Pero, al ser una concepción que funciona de manera implícita en Collingwood, apelaremos a desarrollos de autores posteriores pero afines en determinados aspectos al historiador-arqueólogo británico para elucidar dicho concepto.


  3. La experiencia más allá del realismo e idealismo (y del relativismo).

    Una de las objeciones recurrentes al pensamiento de Collingwood por parte de los interlocutores es que su tesis son una expresión de idealismo. Idealista en el ambiente filosófico de esos tiempos no implicaba tan sólo el rechazo de una postura filosófica, sino que también acarreaba una recusación de tipo académico-política: Significaba asociar a cualquiera que sea depreciado con dicha denominación la pertenencia a la facción desplazada de los discípulos de Green y Bradley (Toulmin, 1982: 19). Para los realistas, idealistas eran aquellos que sostenían el inmaterialismo, o el compromiso con la tesis ontológica de la sola existencia de entidades mentales. Pero, como hemos visto y cómo apunta claramente D´Oro, Collingwood no se interesó principalmente en criticar de forma directa el compromiso ontológico realista respecto la existencia de objetos por fuera de nuestra mente, sino de forma indirecta, refiriendo a los procedimientos por los cuales los realistas verifican (como verdaderos o falsos) las propiedades de dichos elementos: La doctrina de que el conocer no implica diferencia alguna sobre lo que es conocido. Collingwood le interesaba la crítica como punto de partida para la construcción, rescatando los aportes positivos de sus adversarios intelectuales, como el tratamiento sistemático y riguroso de la evidencia legada de la historia crítica. Es por ello que la acusación de idealista, como una muletilla descalificatoria y herramienta de cuestionamiento de todo un edificio teórico sin haberse adentrado rigurosamente en él, carecía de validez para nuestro autor.

    En su lectura de Collingwood, Louis Mink explica cómo Collingwood fue siempre reacio a posicionarse frente a contraposición entre realismo o idealismo siendo esta entendida en términos de un dualismo insalvable, un débil compromiso y no una síntesis iluminadora (Mink, 1969: 112).7

    Esta síntesis o, en palabras de Mink, teoría comprehensiva (de la cual las presuposiciones absolutas y la lógica de las preguntas y respuestas son una expresión) implica la construcción de conceptos y la convicción de que dichos conceptos son parte de una constelación de presuposiciones absolutas robusta, en la cual su elemento central, la experiencia, no debe ser necesariamente puesto en superficie. Demostraré cómo esa concepción puede ser explicitada desde las formulaciones de Quine y Davidson.

    En Desde un punto de vista lógico, Quine critica los compromisos epistemológicos (afines a los sostenidos por los realistas de Collingwood) a partir de la puesta en relieve de los dos dogmas del empirismo. El primero de ellos siendo la distinción entre lo analítico y lo sintético, o la diferencia fundamental entre verdades basadas en significaciones independientes de las consideraciones fácticas y aquellas basadas en los hechos. El segundo dogma es el del reductivismo, la creencia de que lo que otorga sentido a un enunciado es la referencia a la experiencia inmediata (Quine, 2002 [1980]: 62).

    En términos collingwoodianos, se podría argumentar que los dos dogmas del empirismo configuran la doctrina central del realismo que conocer no hace diferencia alguna sobre lo que es conocido en tanto implican percepción y aprehensión.

    La teoría de la verificación, la cual sostiene que el sentido o significación de un enunciado es el método de confirmación o refutación empírica, colapsaría junto a la distinción analítico-sintética. De hecho, un enunciado analítico representa un caso límite quedando confirmado en cualquier supuesto (Quine, 2002 [1980]: 81). Este desarrollo es afín a la renuencia por parte de Collingwood de otorgar significado a los enunciados aislados, por fuera de los complejos de preguntas y respuestas a los cuales pertenecen.

    Siguiendo a Quine, la relación de la ciencia con la experiencia es mucho más compleja que la planteada por el reductivismo, ya sea sólo por el simple hecho de que el lenguaje que empleamos para significar lo extra-lingüístico es opaco y no habilita establecer relaciones de correspondencia uno-a-uno entre enunciados y datos de la experiencia. La réplica realista frente a los escollos del lenguaje ordinario podría ser la de articular un lenguaje artificial, más cristalino y desde el cual se pueda definir con claridad cómo los dos dogmas del empirismo pueden ser directamente verificados por la experiencia. Pero esta empresa culmina en un sinsentido al postular que la noción de analiticidad, presupuesto sobre el cual se asienta el reduccionismo empirista, no se puede definir más que auto-referencialmente. Es decir, postular la existencia de enunciados analíticos es en sí mismo un enunciado analítico (Quine, 2002 [1980]:79-80).

    Quine aplica esta crítica a lo que el propio Collinwood denominó como dos vertientes de una misma postura realista: El “imposible empirismo de Locke y Hume” y la tesis de Frege, con la cual “el enunciado llegó a ser reconocido, en vez del término, como la unidad relevante para una crítica empirista” (Quine, 2002 [1980]: 82).

    Frente al reductivismo, Quine expone cómo nuestros enunciados acerca del mundo externo se someten como cuerpo total al tribunal de la experiencia sensible y no individualmente, lo que no es otra forma de decir que nuestro corpus lingüístico configura un todo interconectado. Nuestro conocimiento, sea en el campo de la física, matemática, la historia, es una fábrica construida por el hombre que no está en contacto con la experiencia más que lo largo de sus lados. “O, con otro símil, el todo de la ciencia es como un campo de que no está en contacto con la experiencia más que a lo largo de sus lados” (Quine,


    7 La razón principal desde la cual Collingwood explica las limitaciones de la historia crítica de Bradley es por la imposibilidad de su idealismo para trascender la doctrina de que conocer no implica diferencia alguna sobre lo que es conocido: “De esta suerte, Bradley ha legado un dilema a sus sucesores. O la realidad es un flujo de la vida subjetiva, en cuyo caso es subjetiva pero no objetiva, se disfruta pero no es posible conocerla, o es aquello que conocemos, en cuyo caso es objetiva pero y no subjetiva y es un mundo de cosas reales externas a la vida subjetiva de nuestra mente y externas las unas respectos a las otras… El mismo Bradley agarró el primer cuerno del dilema; pero agarrar cualquiera de los dos es caer en el error fundamental de concebir la vida de la mente como un flujo inmediato de percepciones y sensaciones, vacío de toda reflexión y autoconocimiento” (Collingwood, 2011 [1946]: 215).

    2002 [1980]: 87). Lo extra-lingüístico determina sólo tangencialmente la configuración total de un sistema. Resulta entonces absurdo buscar una divisoria entre enunciados sintéticos, que valen contingentemente por experiencia, y analíticos, que valen en cualquier caso. La correspondencia entre enunciados-experiencia representa tan sólo la periferia de una malla interconectada de creencias, y los enunciados periféricos suelen ser los primeros en ser sacrificados ante un flujo de experiencia conflictivo. Es decir, mientras los enunciados centrales de la red presentan poca conexión preferencial con algún elemento de la experiencia, los enunciados periféricos funcionan como fusibles dada “nuestra natural tendencia a evitar perturbar el sistema en su conjunto” (Quine, 2002 [1980]: 88).

    Desde este punto de vista, la propuesta de Collingwood puede ser interpretada como convergente con la de Quine. Los enunciados inscriptos en procesos de preguntas y respuestas no pueden verificarse aisladamente, como units of thought. Además, la relación entre las presuposiciones absolutas que habilitan la emergencia (o que gracias a ellas podemos formular determinadas preguntas) de los complejos de preguntas y respuestas y la continuidad de la actividad inquisitiva, es afín a la distinción de Quine entre los elementos centrales de nuestra malla de creencias y los elementos periféricos. Es decir, reformulando la tesis de Quine en términos de Collingwood, resulta mucho más conveniente para la continuidad de la investigación admitir la incorrección en el derrotero de cierto complejo que comprometer nuestras presuposiciones absolutas.

    Si bien Quine y Collingwood confrontan el empirismo reduccionista desde posiciones que pueden ser leídas como afines, la tesis de Quine tiene derivas dualistas con las que Collingwood no se compromete. Nos referimos específicamente al concepto de esquema conceptual, del que Quine hace uso para delimitar las diferentes mallas de creencias (expresadas en enunciados) con las que damos cuenta del flujo de la experiencia: “La ontología de cada cual es básica para el esquema conceptual mediante el cual interpreta todas las experiencias, incluso las más tópicas” (Quine, 2002 [1980]: 49). Desde este punto de vista, una afirmación ontológica que es axiomática en un esquema conceptual puede ser juzgada como trivial en el marco de otro. El peligro que acarrea el hacer uso de la noción de esquema conceptual como contraposición a la distinción entre los enunciados analíticos es que su reemplazo da lugar a otro dualismo, el de esquema-contenido.

    Davidson da cuenta de los componentes necesarios para la construcción de una propuesta de tales características, “el lenguaje como fuerza organizadora, sin que se haga una distinción clara con respecto de la ciencia... (y) lo que se organiza, la corriente de experiencia sensible” (Davidson, 2011 [1984]: 9). Entonces, el supuesto de la experiencia neutra (la pasividad del sujeto frente a la experiencia o, en términos realistas el hecho de que “conocer no implica diferencia alguna sobre lo que es conocido”) es una condición necesaria para la existencia de un esquema conceptual, alimentando la metáfora “de un espacio único dentro del cual cada esquema tiene una posición y proporciona un punto de vista” (15). Es decir, si son el conjunto de los enunciados dentro de un esquema conceptual los que hacen frente al tribunal de la experiencia, siendo la totalidad de evidencia existente lo único que puede confirmar o refutar las entidades postuladas en los enunciados, la caracterización de lenguajes o esquemas conceptuales en términos de adecuación a alguna entidad se reduce a la idea de que algo es un esquema conceptual aceptable si es verdadero. Dentro de la teoría de Quine, se puede admitir que un esquema conceptual sea verdadero pero no traducible (Davidson, 2011 [1984]: 14). De esta forma, es preciso dar el paso que propone Davidson, abandonar la metáfora de un espacio único donde los diferentes esquemas conceptuales conviven y refieren a la misma realidad neutral para así habilitar la posibilidad de traducción e interpretación. Es tomando este paso que se puede comprender con mayor precisión el concepto de experiencia anidado en un proyecto collingwoodiano, que critica ciertas formas de pensar el pasado al ser ellas expresión de presupuestos realistas e importados de las ciencias naturales.


  4. La experiencia como experiencia histórica.

La defensa de la autonomía de la historia depende de la capacidad de que diferentes formas de pensar el pasado, constelaciones diferentes de presuposiciones absolutas puedan ser traducidas, revisadas y criticadas desde nuestro punto de vista. Es decir, desde una posición que puede ser entendida en términos

holistas (aunque el autor jamás empleo ese término), a Collingwood no le interesa verificar la validez de enunciados individuales, más bien problematizar los complejos de preguntas y respuestas. Desde esta consideración, los complejos de preguntas y respuestas no presentan las derivas problemáticas del dualismo esquema contenido apuntando por Davidson, en tanto configuran un proceso histórico y que es a su vez experiencia. De esta forma es posible comprender cómo el realismo no hace sino expresar el desarrollo dentro de un complejo preguntas y respuestas antes que sostener una relación ontológica entre entidades y un sujeto para quien el conocer no hace diferencia alguna sobre lo que es conocido.

Collingwood acordaría con Davidson cuando el segundo afirma que no se puede apelar a la evidencia para argumentar que las creencias de otros no son verdaderas cuando estas difieren o parecen tener grandes diferencias con las nuestras (Davidson, 2011 [1984]: 19). El criterio que usa Collingwood es aquí el mismo, ya que el historiador realista no puede hacer otra cosa que fracasar en comprender el pasado porque es incapaz de aprehender la naturaleza de la experiencia humana en tanto histórica y procesual. En su lectura de Collingwood, es el propio Davidson quien marca esta diferencia:

El éxito aparente de la ciencia en la explicación de los fenómenos físicos pone sobre relieve la cuestión sobre si la misma metodología es aplicable a las acciones humanas y a los estados mentales y eventos a los cuales apelamos para explicar dichas acciones. El trabajo de R.G. Collingwood hizo del estudio de historia algo central en tanto ahonda en la explicación y comprensión de la acción. Según Collingwood, la metodología de la historia (o cualquiera de las ciencias sociales que tratan del comportamiento humano individual) difiere marcadamente de la metodología de las ciencias naturales (Davidson, 2005: 282).


Al argumentar que la experiencia es un proceso histórico, Collingwood rechaza la separación tanto de esquema y contenido (aunque su interlocutor directo no haya sido Quine y Collingwood no lo haya planteado en estos términos) como de sujeto y objeto. De hecho, para este autor tanto el idealismo como el realismo reproducen dichos dualismos al otorgar prioridad epistémica a alguno de estos polos.

De esta forma, la propuesta de Collingwood rechaza tanto la existencia de un mundo externo como de un mundo interno independiente para transformar al proceso como principal referencia de análisis. De allí su insistencia a afirmar que el idealismo no es otra cosa que una redición del realismo ya que, aunque tengan nombres diferentes, ambos arrojan las mismas consecuencias epistemológicas anti-procesuales (Collingwood, 2015 [1933]: 246).

Dentro de dicho proceso se transforman las constelaciones de presuposiciones absolutas con las cuales construimos nuestras teorías sobre un mundo externo que, como es siempre importante reiterar, es inaprensible por fuera de dichas presuposiciones. Dichos procesos de transformación son necesariamente históricos. Ello implica que no existe una línea divisoria pre-establecida desde la cual delimitar procesos, ya que las propias nociones de principio y fin atentan contra la misma idea de proceso (Collingwood, 1982 [1939]: 98).

El término específico con el que Collingwood denomina a esta dinámica es el complejo de preguntas y respuestas, en los cuales (insistimos) los criterios de verdad y falsedad de los enunciados dependen de la corrección del complejo como un todo, o sea de la capacidad de que las respuestas habiliten preguntas nuevas y viceversa. Cuando Collingwood afirma que tanto el estudio de los fenómenos naturales como los fenómenos humanos se resuelven en la historia, lo que pretende no es trasladar la hegemonía del realismo al relativismo histórico, sino tan sólo remarcar cómo “La ciencia natural como una forma de pensamiento existe y siempre ha existido en el contexto de la historia” (Collingwood, 2014 [1945]: 177). Collingwood no busca impugnar por completo el realismo, sino más bien marcar la transitoriedad de sus compromisos ontológicos (sus presuposiciones) al integrarlos dentro de un proceso histórico. Sobre este punto, Davidson también acuerda al remarcar que la propia noción de objetividad, la externalidad del objeto de investigación respecto al sujeto (antes que el carácter construido del mismo), es una concepción filosófica históricamente constituida (Davidson, 2003: 297).

Siguiendo a Collingwood, la única constante de la experiencia es su procesualidad, su historicidad, lo que hace a cualquier concepción de experiencia revisable. Esto resulta un elemento fundamental a la

hora de entender cómo la defensa collingwoodiana de la autonomía de la historia es una expresión de las diferentes, legítimas e inter-traducibles formas de experiencia (modes of experience).

El problema de los modos de experiencia es planteado desde un punto de vista filosófico en An Essay in Philosophical Method. En este texto, Collingwood (1933) se pregunta sobre el enigma que surge al comparar cómo diferentes formas de investigación ofrecen explicaciones diferentes sobre una misma instanciación: Lo que puede ser descrito como un suceso histórico en términos de las acciones de los hombres (como los hombres proyectan y desarrollan sus intenciones en contextos adversos) también admite una explicación en términos de evento, como expresión de regularidades (por ejemplo en el caso de una epidemia). Estas formas de instanciarse sobre el mismo sustrato de la realidad encarnan modos de experiencia, que expresan el funcionamiento de diferentes conceptos filosóficos (término que será reemplazado por el de presuposiciones absolutas en An Essay of Philosophical Method).

De hecho, para Collingwood la distinción principal no reside en el hecho de que la historia estudia el pasado, pues las ciencias naturales también lo hacen. Lo importante es cómo las diferentes presuposiciones absolutas operan en la construcción de un pasado natural y un pasado histórico. El pasado natural se basa en la uniformidad de la naturaleza, y busca en fenómenos ya acaecidos la manifestación de leyes empíricas. Por el contrario, el pasado histórico se interesa por las acciones de los hombres, impredecibles y cambiantes (Collingwood, 2011 [1946]: 221-224). El meollo de la cuestión es que en las explicaciones de ciencias naturales el concepto principal que construye ese modo de experiencia es el de evento, que habilita el establecimiento de regularidades y predicciones, mientras que en la historia (y las ciencias sociales) es la mente -o la idea de acción intencional- la que permite expresar los fenómenos como el producto de acciones de hombres en determinados contextos culturales en constante transformación. Ello explica el fracaso del naturalismo histórico, en su fallido intento de explicar el comportamiento de los hombres a partir de la uniformización de normas socioculturales.

Pero la defensa de la autonomía de la historia no implica la inconmensurabilidad entre la historia y las ciencias naturales, más bien todo lo contrario. Al pensar la relación entre ambos modos de experiencia en términos dualistas y esquemáticos, resulta de gran utilidad presentarla desde el punto de vista de Davidson (2011 [1984]), aplicando el principio de caridad, según el cual establecemos que cuando una persona sostiene creencias diferentes a las nuestras, debemos tomar que esas creencias son verdaderas (16-17). Para el caso del estudio de los fenómenos del pasado, la doctrina de la re-actualización, que no es otra forma de expresar que una explicación propiamente histórica debe comprender las acciones en tanto producto de creencias legítimas -racionales-, expresa la caridad davidsoniana8.

Luego, es gracias al establecimiento del común acuerdo que podemos construir las bases del desacuerdo significativo. Esta es la propuesta que articula Collingwood ya desde Speculum Mentis, donde traza como los diferentes modos de experiencia, “la religión, el arte, la ciencia, la historia y la filosofía”, se encuentran interconectados, aunque en ciertas actividades una forma “predomine” sobre los otras: Nos referimos, por ejemplo, al uso que hace la historia de las ciencias auxiliares como la geología o la biología. La preocupación principal en Speculum Mentis es justamente tratar de demostrar cómo la inconmensurabilidad entre las diferentes formas de experiencia se ha configurado en lo que el autor denomina como el principal escollo de la vida moderna, “(o la falta de) interpenetración entre las varias actividades de la mente” (Collingwood, 2014 [1924]: 27): El realismo, ferozmente atacado en An Autobiography, no es otra cosa que la expresión de la imposición de un modo de experiencia desde el franco rechazo hacia los otros y la invisibilización de los conceptos o presuposiciones gracias a las cuales esto es posible. Pero, para Collingwood, es gracias a que toda experiencia es procesual, transitoria e histórica que siempre debe haber y habrá diferentes modos de experiencia inextricablemente interconectados dado que, aunque existen desacuerdos significativos en relación con presuposiciones absolutas divergentes, siempre formarán parte de la misma constelación histórica.



8La doctrina de re-actualización sea quizás uno de los aspectos más controversiales de la filosofía de la historia de Collingwood, cuya lectura simplista ha utilizada para impugnar el proyecto Collingwoodiano por ser psicologicista. Para ver las principales posiciones sobre la tesis de reactualización, consultar Van derDussen (2016: 15-20) y Retz (2017).

A modo de conclusión: la experiencia como punto de partida

Hemos visto a lo largo de este escrito como el propio desarrollo intelectual de Collingwood, orientado hacia la defensa de la autonomía de la historia, la exigió la construcción de un arsenal teórico original sustentado en una concepción operante (aunque implícita) de la experiencia según la cual toda experiencia es proceso y, por ende, histórica.

El primer paso hacia una construcción alternativa de experiencia implicó un rechazo de la concepción que hasta ese entonces dominaba en el ámbito académico británico de inicios del S XX. Nos referimos específicamente a la consideración de la experiencia como equivalente a la percepción. La traducción de este compromiso ontológico en los términos doctrinarios del realismo significaba que la convicción de que conocer no implica diferencia alguna sobre lo que es conocido. A nivel de las prácticas históricas, ello se traducía en el intento por la verificación de hechos como unidades atómicas y la ambición de reducir dichos hechos a la manifestación de regularidades en consonancia con los cánones de las ciencias naturales.

La propia práctica del autor en su investigación histórico-arqueológica junto con los desarrollos de otros pensadores (como Mommsen, Bradley o Bury) le sugirieron a Collingwood que en la historia auténtica el conocimiento no es mera verificación, más bien es construido y condensado en complejos de preguntas y respuestas, cuya corrección e incorrección bien habilita o cercena la continuidad de la actividad intelectual. De hecho, Collingwood, antes que rechazar plenamente los avances de los historiadores previos, les integraba dentro de un proceso del cual el formaba parte, ofreciendo él mismo las respuestas a los interrogantes previamente abiertos. El caso de Bury, quien le marca el camino, sea quizás el más emblemático. De esta forma, su tesis sobre las presuposiciones absolutas avanzada en An Essay on Philosophical Method y sistematizada en An Essay on Metaphysics surge de la necesidad de dar cuenta los compromisos subyacentes a cualquier forma de conocimiento, para así advertir contra la importación de ciertas presuposiciones absolutas presentes en las ciencias naturales a el estudio de los fenómenos del hombre.

El ejercicio académico auténticamente histórico (en palabras de Collingwood, científico), reposa en una serie de presuposiciones absolutas que configuran constelaciones no ontológicas sino transitorias. Ello le permite a Collingwood no rechazar los avances hechos por el realismo, sobre todo en relación al tratamiento crítico y sistemático de la evidencia, sino a valorar su contribución dentro de los compromisos normativos adquiridos y exigidos en l investigación histórica. Para nuestro autor es tan cierto que la ciencia histórica no debe tener como horizonte la búsqueda de leyes o regularidades al estilo de las ciencias naturales como que no se puede ignorar la necesidad de verificar los hechos históricos que integran los complejos narrativos de preguntas y respuestas.

Pero si bien Collingwood explicita el compromiso ontológico central de sus adversarios realistas a partir de su crítica certera a una experiencia concebida en términos intuitivos, el núcleo central de la constelación de presuposiciones absolutas habilitantes de la práctica genuinamente histórica, su propia concepción de experiencia, opera de forma implícita en su filosofía de la historia. Las críticas de Quine y Davidson a los dogmas del empirismo cumplen aquí un rol de extrema importancia a la hora de elucidar la noción de experiencia operante en la filosofía collingwoodiana al relevar sus rasgos centrales: a- La experiencia en Collingwood evita en la dicotomía entre realismo e idealismo sin caer en el relativismo, el temor a la inconmensurabilidad entre diferentes constelaciones de presuposiciones absolutas, b- Como bien lo ha indicado Quine, no es necesario individualizar (o explicitar) cada uno de nuestros compromisos para que ellos funcionen. La lógica de investigación sugiere más bien que estamos dispuestos a sacrificar un elemento que entra en conflicto con nuestra experiencia para defender un bloque (o, en términos collingwoodianos, una constelación) de presuposiciones, c- Una vez abandonada definitivamente la concepción intuitiva de la experiencia, Collingwood opera bajo la presuposición absoluta que la experiencia el algo procesual, que nuestra estrategia a la hora de interpelar el mundo que nos rodea consiste en el despliegue de complejos de preguntas y respuestas históricamente situados. Es

por ello que la correcta manera de explicitar la concepción collingwoodiana de la experiencia es que toda experiencia es experiencia histórica.

Se abre de esta forma una relación de cooperación antes que enfrentamiento entre la historia y las ciencias naturales. Al resaltar el carácter histórico y construido de cada una de las ciencias, Collingwood dentro de un grupo de constelación de presuposiciones emergen diferentes modos de experiencia permeables entre sí. Desde este punto de vista, la autonomía de la historia, sustentada en una concepción específica y original de experiencia, no es una reacción especular al imperialismo de las ciencias sociales, es una reafirmación de la identidad de una forma de interpelar al mundo en vistas al diálogo con otras.

Luego, la consideración de la experiencia como experiencia histórica habilita además a una lectura mucho más enriquecedora de un concepto un tanto controvertido en Collingwood, el de re-actualización. Bajo estos términos, la re-actualización puede ser vista no como la continuidad de un proyecto idealista, sino aquello sin lo cual la comprensión de las acciones del sujeto pasado no es posible. La afinidad entre la re-actualización y el principio de caridad de Davidson constituye tan sólo el inicio de una aproximación mucho más promisoria y enriquecedora de dicha doctrina.


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